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jueves, 10 de octubre de 2019

Es el Padre bueno con el corazón siempre disponible para acogernos, con los oídos atentos siempre a nuestras necesidades y presente siempre en nuestra vida


Es el Padre bueno con el corazón siempre disponible para acogernos, con los oídos atentos siempre a nuestras necesidades y presente siempre en nuestra vida

Malaquías 3, 13 – 4,2ª; Sal 1; Lucas 11,5-13
¿Quién estará llamando a estas horas?  Nos preguntamos quizá de mal humor cuando sentimos llamar a nuestra puerta a horas intempestivas. Nos quejamos porque estábamos ya descansando en las horas de la noche, porque estábamos en nuestras cosas o porque simplemente estábamos entretenidos viendo una película o un programa que consideramos interesante en la TV. Pensamos más en nosotros mismos que en la necesidad o problema que pueda tener quien nos llama. Vivimos en nuestra comodidad, pensamos solo en nosotros, no somos capaces de darnos cuenta que la vida continúa a nuestro alrededor con sus problemas y sus luchas, que también con sus alegrías y buenos momentos, pero solo pensamos en nosotros mismos.
Es más a o menos una traducción al ahora de nuestra vida del ejemplo que nos propone Jesús en el Evangelio; y aunque la intención de Jesús en este caso va por otra parte cuando nos quiere hablar de la insistencia y perseverancia de nuestra oración, sin embargo el hecho nos puede valer para algo más y ayudarnos a analizar la comodidad, quizás, con que vivimos nuestra vida. Muchas veces nos aislamos, y porque tenemos nuestros problemas más o menos resueltos, ya no pensamos en los problemas por los que puedan estar pasando los demás.
A mí que me vengan con penas, como decía alguien en una ocasión, que yo ya tengo las mías y ya me las intento resolver yo solo. No es la actitud ni el camino, porque las penas llevadas en compañía son menos penas, pero además aunque poco podamos hacer porque cada uno tiene que poner su esfuerzo, el sintonizar con el otro, manifestar una cierta empatía ante la situación que está pasando se lo hace más llevadero y en la presencia del amigo o el hermano se siente más estimulado en su lucha.
Valga también esta reflexión que nunca está lejos del evangelio para el camino de nuestra vida. Pero centrémonos también en el mensaje que nos quiere ofrecer el evangelio de hoy. Ya decíamos que Jesús quería hablarnos de la perseverancia en nuestra oración. Decir que nunca Dios va a ser como nosotros que se sienta importunado por nuestras suplicas, porque para Dios nunca son a destiempo. Es el Padre bueno con el corazón siempre disponible para acogernos, con los oídos atentos siempre a nuestras necesidades.
Dios no se desentiende de nosotros. A lo largo de toda la historia de la salvación lo podemos constatar. Dios es el que está atento a los sufrimientos de su pueblo, y como vemos ya en el antiguo testamento llama a Moisés para confiarle la misión de que en su nombre vaya a liberar a su pueblo de la esclavitud. Y a pesar de la mucha infidelidad desagradecida de su pueblo siempre está atento para ofrecerle su amor y su salvación.
Es el Padre que nos envía a su Hijo por el amor que nos tiene, como nos recuerda tantas veces el evangelio. Eso tiene que motivar la confianza con hemos de acudir al Señor en todo momento cualquiera que sea la situación de nuestra vida aunque seamos pecadores. Y es que siendo nosotros pecadores y con una vida llena de infidelidad nos envió a su Hijo que murió por nosotros, no porque fuéramos buenos, sino que siendo nosotros pecadores nos amó.
Así nos dice Jesús hoy: ‘Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre’. El es el padre bueno que siempre sabe dar cosas buenas a sus hijos.

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