Tienes
fe y no puedes quedarte cruzado de brazos, no puedes dejar que otros hagan y
deshagan, tienes que ir con esa fuerza interior al mundo para hacerlo mejor
Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2Timoteo 1,
6-8. 13-14; Lucas 17, 5-10
‘¿Hasta cuándo, Señor…?’ un grito dolorido que sale del corazón. Es el grito
del profeta que recoge el grito del pueblo de Dios que vive entre violencias,
desórdenes, injusticias de todo tipo y que clama al Señor. Igual que cuando nos
vemos atormentados por el dolor, la enfermedad, el sufrimiento no solo físico
sino también moral en medio de incomprensiones, críticas, situaciones difíciles
en las que nos encontramos tantas veces. Y clamamos al Señor, que parece que no
nos escucha y se alarga el tiempo y se alarga el sufrimiento del que nos parece
no ver salida. Con mayor o menor intensidad en la vida pasamos por momentos así
de angustia y hasta desesperación.
Escuchamos al profeta Habacuc en las profecías
y clamores en su tiempo en que el pueblo pasaba por momentos difíciles, pero me
atreve a hacer la lectura del profeta como si él estuviera viendo también
nuestro tiempo, la situación social, la situación personal de tantos, la
situación en que se vive en nuestra sociedad del mundo de hoy.
Algunas veces, o muchas quizás también,
nos encontramos con la misma desorientación. Si vivimos la vida con una cierta
sensibilidad nos damos cuenta de cuanto sufrimiento hay a nuestro alrededor, o
nos damos cuenta de que parece un mundo que parece que camina sin rumbo donde
los problemas parece que cada vez se ahondan más. Podríamos pensar en muchas
cosas, el mundo de la inmigración en que no terminamos de ponernos de acuerdo y
que parece que eso no se acaba, por ejemplo.
En un mundo en que hablamos tanto de
libertades y de progreso, no parece que lo haya demasiado porque cada vez nos
volvemos más intolerantes y si no
predominan nuestras particulares ideas todo lo que hagan los demás está mal y
nos lleva al desastre; un mundo que decimos que avanza, pero parece que lo que
avanza es la falta de respeto a los sentimientos de los demás, ni se valora ni
se respeta el hecho religioso, nos tratan de imponer no solo una sociedad laica
sino podríamos decir que atea porque se quiere desterrar de la vida todo lo que
suene a Dios, a religión, a pensamiento cristiano.
Se quejan de algunos momentos de la
historia donde se perseguía por las ideas y formas de pensamiento, pero ¿no hay
una auténtica persecución religiosa en nuestra sociedad actual donde se hace
mofa de todo sentimiento religioso, donde no podemos expresar y manifestar
públicamente nuestra fe mientras otros puedan hacer públicas sus ideas, y a
quienes se le ve con una orientación claramente cristiana se les quiere excluir
de toda acción pública o de influencia en la sociedad?
En medio de todo esto, ¿Cómo nos
sentimos? Surgirá también el grito que le escuchábamos al profeta ‘¿hasta cuándo,
Señor?’ pero también hemos de escuchar la respuesta de Dios en el mismo
profeta que nos invita a mantener la fe y la esperanza. Algo que no podemos
perder porque sería dejarnos vencer por esos mismos que quieren destruirnos
interiormente y hacer que rompamos nuestra relación con Dios. ‘El justo
vivirá por su fe’, termina diciéndonos el profeta.
En el evangelio veremos que los discípulos
le piden a Jesús que les aumente la fe. ¿Se sentirían ellos también confusos
ante lo que estaba sucediendo, ante los anuncios que Jesús hacía con motivo de
su subida a Jerusalén o acaso porque no terminaban de ver claro quién era Jesús
y lo que Jesús les ofrecía? Querían creer pero seguramente muchas veces les
costaba, se les hacía difícil la fe.
Todo aquello que Jesús hablaba de lo
que era el Reino de Dios, de las nuevas actitudes que habían de tener en su
vida, de ese espíritu nuevo de servicio como para hacerse los últimos seguramente
que les costaba. Ya vemos que en ocasiones no entienden claro lo que Jesús les
dice y hasta les da miedo preguntar. Lo que Jesús les ofrecía era algo bien
distinto de lo que vivían muchos a su alrededor. Lógico que pidieran que les
aumentara la fe.
Y Jesús les dice que con que tuvieran
fe del tamaño de un grano de mostaza, que aparentemente es bien insignificante,
podrían mover montañas, o trasladar las moreras al mar. ¿Qué significaban estas
palabras de Jesús? ¿Qué tenían que mover montañas o arrancar árboles de un
sitio para otro? Pensemos que son imágenes que nos ofrece Jesús y nos dicen
algo más. ¿Qué el mundo está difícil y que todo parece que va en contra? ¿Tú
tienes fe? Pues vete a ese mundo y comienza a cambiarlo, a sembrar las semillas
nuevas del amor que lo vayan transformando. Tienes fe y no puedes quedarte
cruzado de brazos; tienes fe y no puedes dejar que sean otros los que hagan y
deshagan; tienes fe y tienes que ir con esa fuerza interior que Dios te da a
ese mundo para hacerlo mejor.
¿Es difícil? ¿Cuesta? ¿No vemos el
avance que nosotros quisiéramos? El justo vivirá de su fe, en su fe va a
encontrar fortaleza, y esperanza, y vida para luchar y para hacer que en verdad
seamos mejores y sea mejor también nuestro mundo. Gritamos, pero no nos desesperamos;
nos duele todo lo mal que vemos alrededor y que quiere incluso hacernos la vida
imposible, no nos desanimamos, no nos falta la esperanza, no nos falta nuestra
fe en el Señor y nos mantenemos vivos. Es un compromiso serio nuestra fe, pero
es una alegría que sentimos en el corazón porque Dios está con nosotros. ‘¡Señor,
auméntanos la fe!’.
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