Derrapamos
tantas veces en la vida por nuestra falta de vigilancia, de constancia y de
perseverancia en el cultivo de nuestro espíritu
Joel 1,13-15; 2,1-2; Sal 9; Lucas 11,15-26
No terminamos de aprender la lección.
Nos pasa en muchas facetas de la vida. Luchamos, nos esforzamos porque queremos
conseguir algo, pero cuando nos parece que lo tenemos conseguimos nos
aflojamos, no mantenemos la intensidad de la lucha por mantener lo conseguido y
cuando menos lo pensamos todo se nos desmorona. Es en los trabajos, en las
metas que nos hemos propuesto en la vida, en nuestra vida personal de superación,
en tantas cosas.
Y es que, como se suele decir, hay que
hacer un mantenimiento; como con un edificio, que no es solo construirlo y
ponerlo a punto para habitar en él y que cumpla las finalidades propuestas sino
que luego tenemos que seguir realizando un ejercicio de mantenimiento. Así, la
vida, nuestras luchas personales, lo que realicemos también en nuestra
sociedad, en el mantenimiento de la amistad e incluso en el amor de la familia
o el amor matrimonial.
Nos pasa también en nuestra vida
cristiana, en el seguimiento de Jesús y en todos nuestros compromisos como
miembros de la Iglesia. A día de mucho fervor se suceden con frecuencia
momentos de decaimiento, de enfriamiento espiritual, de desganas y cansancios
que nos hacen perder el ritmo y todo se nos viene abajo.
Lo hemos visto en tantos a nuestro
alrededor que tras un encuentro con el Señor, unos ejercicios, un cursillo,
algo que les ha sucedido y les ha impactado comenzaron a vivir con un fervor
extraordinario, pero con el paso del tiempo parece que todo se vino abajo y ya
no están aquellos fervores y se olvidaron los compromisos. Lo vemos en nosotros
mismos tantas veces con nuestros altos y bajos.
De eso nos está hablando Jesús hoy en
el evangelio, cuando nos habla del enemigo malo que es expulsado de alguien
pero que luego vuelve con más brío a apoderarse de aquel de quien había salido.
Son las tentaciones que tantas veces sufrimos después de fuertes luchas donde
nos parecía que todo lo habíamos superado, pero que luego volvimos por nuestras
viejas andadas. Es tan importante la vigilancia, el cuidado de nuestro espíritu,
el fortalecimiento interior.
En este campo de la espiritualidad no
podemos dejar entrar esos aires tibios que parece que nos dan mejor confort
sino que hemos de mantenernos firmes haciendo crecer más y más nuestra
espiritualidad. Tenemos que ser personas de hondura interior, con buenos
cimientos espirituales, con buenas raíces para estar siempre bien enracimados
con lo que tiene que ser la cepa de nuestra vida. Recordemos lo que en ese
sentido nos dirá Jesús en otros momentos del evangelio. Hoy nos dirá Jesús que
con El o contra El, y que quien no recoge con El desparrama.
Desparramamos o derrapamos tantas veces
en la vida por nuestra falta de vigilancia, de constancia y perseverancia en lo
espiritual, por nuestra falta de unión verdadera y fuerte con el Señor.
Cultivemos nuestro espíritu.
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