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martes, 8 de octubre de 2019

No nos perdamos la riqueza interior que podemos recibir de la presencia y de la palabra de esa persona que está a nuestro lado no vayamos a entrar en un vacío de deshumanidad



No nos perdamos la riqueza interior que podemos recibir de la presencia y de la palabra de esa persona que está a nuestro lado no vayamos a entrar en un vacío de deshumanidad

Jonás 3, 1-10; Sal 129;  Lucas 10, 38-42
Siempre tenemos cosas que hacer, andamos atareados. Ya sabemos que la vida hoy se ha convertido en una loca carrera, no solo porque muchos andan obsesionados por el tener y tener más cada día, o porque buscamos nuestros ascensos en esos lugares que ocupamos ya sea por nuestra profesión o por la tarea social que realicemos, sino también porque nos agobiamos con lo que tenemos que hacer y nos parece que no podemos trabajar y trabajar.
En cierto modo parece que algunas cosas cambian porque la gente también busca el descanso, pero un descanso que muchas veces es sustituir una actividad por otra actividad y no sabemos detenernos para contemplar la vida, para disfrutar del momento, para saber tener también ese punto de encuentro con los demás. Es que hay tantas cosas que hacer, nos decimos y nos justificamos.
No quiero mermar ni en lo más mínimo las responsabilidades que tenemos y que hemos de llevar a término, pero no siempre con esos agobios estamos siendo más responsables con la vida o con nosotros mismos. Hemos de saber detenernos, porque también el descanso es necesario y de alguna manera tenemos que tomárnoslo como una responsabilidad para con nosotros mismos y también por la repercusión que en positivo pueda tener para quienes nos rodean especialmente en el entorno familiar.
Como se suele decir tenemos que hacernos una escala de valores para poner cada cosa en su sitio porque quizá haya cosas que son importantes en la vida pero por los agobios con los que vivimos no le damos valor e importancia. El agobio en ocasiones nos deshumaniza, nos convierte en máquinas poco menos que automáticas. Y esa humanidad que crece en el encuentro, en la escucha, en el dialogo, en el cultivo de nuestro propio yo y nuestro espíritu es algo que hemos de tener en cuenta. Si no nos cultivamos interiormente, si no cultivamos también nuestra relación con el otro, al final nos desinflamos y hasta podemos sentirnos vacíos interiormente.
Hoy el evangelio  nos habla de un hogar donde Jesús es acogido con sus discípulos y nos habla de las dos mujeres de la casa. Mucho las hemos contrapuesto en ocasiones en nuestros comentarios y reflexiones, pero quizá no hemos terminado de resaltar los valores y virtudes que podemos encontrar tanto en Marta como en María.
Primero que nada resaltamos la virtud de la hospitalidad, y lo hacemos en ambas mujeres; las puertas de aquel hogar se abrieron para Jesús y para sus discípulos. Y si Marta andaba afanada en las tareas de la casa era en el buen deseos de ofrecer lo mejor a sus huéspedes; ¿no hemos llegado nosotros de visita a una casa y enseguida nos ofrecen que si queremos tomar algo? bien sabemos como en nuestros pueblos se ofrece enseguida el café o el vaso de vino. Era el servicio que Marta quería ofrecer, eran los preparativos que estaba realizando porque quería atender a todos y de la mejor manera. Era la queja también porque María no le ayudaba en aquellos quehaceres.
Pero María estaba ejerciendo también esa virtud de la hospitalidad. Era importante la persona y la presencia; era importante la acogida y la escucha; era importante el estar, estar allí al lado de aquel a quien recibían con generosa hospitalidad; era importante ese detalle de presencia y de escucha, el saber detenerse para hacerse presente y escuchar, para acoger y para recibir. ¿Cómo se le iba a dejar solo o volverle la espalda? Aquella atención y aquella escucha era abrir el corazón porque ya la presencia del otro lo llenaba y más aun se enriquecía con sus palabras. Tenemos que aprender a hacerlo.
Cuánto podemos recibir cuando sabemos detenernos para acoger y para escuchar; cuanto nos puede enriquecer la presencia de la otra persona a la que no podemos dejar a un lado para irnos a nuestras cosas y lo que nos pueda parecer más interesante o más urgente. Son cosas sencillas que tenemos que aprender a hacer.
No solo son las tareas de los trabajos que tengamos que realizar, sino que hoy también hay otras muchas cosas que nos entretienen y nos distraen; sí, nos distraen de ese contacto humano y presencial con el que está a nuestro lado; nos distraen y estamos más pendientes de unos medios técnicos – las llamadas redes sociales - que, es cierto, nos pueden poner en contacto con personas que están en otra parte del mundo, pero no sabemos mirar a los ojos al que está a nuestro lado, no sabemos abrir nuestros oídos para escucharle o nuestro corazón para acogerle de verdad. ¿No nos estaremos perdiendo una riqueza interior que podemos recibir de ese que está a nuestro lado?
Y nos estamos perdiendo muchas cosas importantes que podemos recibir de ese que está a nuestro lado y que al final parece que ni los conocemos. Cuántas consecuencias podríamos sacar en este sentido de tantas cosas que nos suceden o de la manera como hoy nos planteamos las cosas y las relaciones humanas.

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