Sentimos
que vamos a orar y no sabemos cómo hacerlo pero aprendamos a disfrutar de la
presencia de Dios que es el Padre que nos ama como nos enseña Jesús
Jonás 4,1-11; Sal 85; Lucas 11,1-4
En nuestro trato con los demás, en las
conversaciones que mantenemos con nuestros amigos o con las personas que son
cercanas a nosotros hablamos de muchas cosas, los aconteceres de la vida de
cada día, las noticias que van surgiendo de las cosas que suceden en nuestro
entorno, o en nuestra sociedad, un poco lo que nos pasa a cada uno, en lo que
ocupamos nuestro tiempo, pero entrar en nuestra interioridad para expresar lo
que sentimos por dentro ya es algo de lo que nos reservamos y solo con aquellas
personas con las que mantenemos una especial relación expresamos algunas cosas.
Nuestra vida interior es un secreto
bien guardado que quizá personas con una mayor sensibilidad podrán apreciar
ligeramente desde nuestro actuar o nuestra forma de pensar en lo que
expresamos. Pero dentro de nuestra interioridad, nuestra vida espiritual es un
tema del que no nos expresamos mucho como si sintiéramos un especial decoro
para hablar de ello. ¿A quienes contamos nuestras luchas internas? ¿Con quién
compartimos lo que sea nuestra vida espiritual? ¿A quien hablamos de nuestra oración,
y de cómo es nuestra relación con Dios? Hay un cierto pudor para hablar de esas
cosas cuando si fuéramos capaces de compartir más nos enriqueceríamos
mutuamente y nos ayudaríamos más rezando los unos por los otros pero no solo ya
pidiendo por la salud y el bienestar de cada uno.
Hoy hemos escuchado en el evangelio que
los discípulos manifiestan su pobreza espiritual, pero al mismo tiempo están
expresando como quieren salir de esa pobreza cuando le piden a Jesús que les
enseñe a orar. Nosotros también sentimos muchas veces que no sabemos orar, que
a lo más nos contentamos con rezar oraciones ya formuladas pero que no llegamos
a entrar en una oración más profunda en verdadera intimidad con el Señor.
También sentimos ese deseo de aprender a orar aunque quizá no sea lo que le
pidamos a nadie para que nos enseñe.
¿Cómo es realmente nuestra oración?
Muchas veces sentimos que vamos a orar y no sabemos cómo hacerlo; llegamos a
ese momento de oración y nos quedamos como en un vacío espiritual sin saber que
hacer o qué decir. Nos refugiamos quizá en las formulas de oración que
recitamos, pero sentimos que algo más tendría que ser, que en ese vacío y
silencio interior – en el que con demasiada frecuencia no sabemos mantener
porque la imaginación nos distrae – tendríamos que sentir que estamos en la
presencia del Señor. No importa quizá que en ese momento no seamos capaces de
decir o sentir grandes cosas, pero pensemos al menos que allí estamos, como
niños que no sabemos que decir, pero estamos ante el Señor, que el Señor nos está
inundando con su presencia y ya eso es oración porque nos sentimos confiados y
seguros con Aquel que sabemos que nos ama.
Disfrutar de ese momento, de silencio,
de paz interior como el hijo que se sienta al lado de su padre y aunque no se
dicen nada y el silencio se prolongue nos sentimos a gusto porque estamos con
el padre que nos quiere y a quien queremos. Quizá cuando en nuestra oración
tenemos momentos así, nos parece luego que no supimos aprovechar el tiempo, que
no dijimos todo aquello que llevábamos en el corazón, pero ¿es necesario decir
muchas cosas de las que llevamos en el corazón si estamos ante quien nos conoce
hasta lo más profundo de nosotros?
Ese silencio es también oración y
aunque la mente recorra muchos mundos que parece que nos distraen, estamos
recorriendo esos mundos ante el Señor que es de alguna manera como contarle al
Señor lo que llevamos en el alma y que es expresión de nuestras preocupaciones
y deseos. No olvidemos que cuando le piden los discípulos a Jesús que los
enseñe a orar la primera palabra que han decir en esa manera de orar que Jesús
les enseña es Padre. Disfrutándola lo tenemos todo; rumiándola en nuestro
interior estamos sintiendo todo su amor y expresando también lo que es nuestro
amor.
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