En
este camino de Adviento la figura de María Inmaculada es para nosotros un rayo
de esperanza y un faro de luz que nos conduce a la salvación
Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas
1, 26-38
‘¿Dónde estás? Él
contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me
escondí’. Es la reacción
del hombre, de la humanidad en el paraíso que escuchamos en el Génesis.
Miedo y nos escondemos; miedo y huimos; miedo a lo
que nos parecen sombras, porque no nos gusta la oscuridad aunque sea el camino
que tantas veces escogemos; miedo porque reconocemos nuestra indignidad; miedo
porque sentimos que la soledad nos
atenaza y nos aísla más y más; miedo ante el misterio y ante lo desconocido.
Huimos, nos escondemos, escurrimos el bulto, nos cuesta reconocer lo que hemos
hecho, queremos echarnos la culpa de encima y culpabilizamos al que sea incluso
al que tenemos más cerca de nosotros en la vida, no gustaría apartarnos de la
oscuridad pero sin saber cómo hacer nos hundimos más y más en ella. Nos
sentimos desnudos, que no es solo físicamente el cubrir la desnudez de nuestro
cuerpo, sino que hay una desnudez más profunda de nuestro ser en sombras o en
soledad.
Nuestros miedo, huidas,
desnudez pueden significar muchas cosas; nuestros miedo y huidas pueden
representar nuestra situación que no la vemos clara pero que no sabemos cómo
salir de ella; nuestros miedos y huidas pueden significar nuestra soledad
porque nuestra situación nos aísla, porque rechazamos incluso a quien pueda
estar a nuestro lado y nos haga reconocer lo que somos o como estamos. Y en esa
oscuridad de nuestros miedos y soledades nos cuesta encontrar una luz.
Me he detenido en estas
descripciones a partir de esas palabras del Génesis porque esta fiesta que hoy
estamos celebrando lo hacemos en medio del camino del Adviento. Y el camino del
Adviento quiere llevarnos al encuentro de una luz, la luz que brillará en
Belén, la luz que nos anuncia la salvación. Salir de esos miedos, oscuridades, desnudeces,
soledades, aislamientos es encontrar la salvación. Por eso son momentos de
esperanza los que vivimos, es la esperanza la que tenemos que despertar en
nuestro corazón.
¿Quién mejor puede
despertar esa esperanza en nosotros que María de Nazaret, la que aunque tuviera
temores en su corazón cuando le costaba entender las palabras del ángel sin
embargo supo poner totalmente su vida en las manos de Dios? Es lo maravilloso
que descubrimos hoy en el evangelio. Podríamos pensar que María aquel día en
Nazaret que se sentía deslumbrada por la presencia y las palabras del ángel se
sintiera tentada en sus temores y al sentir su pequeñez en echarse para atrás y
encerrarse en si misma y en la soledad que pudiera estar sintiendo en aquel
momento.
María preguntó, es cierto,
porque no terminaba de comprender todo lo maravilloso que el ángel del Señor le
estaba manifestando, pero se confió. Más tarde reconocería que el Señor hizo en
ella cosas grandes, que el Señor se había fijado en su pequeñez y en su
pobreza, pero sintiéndose pequeña, sintiéndose la última y la esclava del Señor
supo decir Si, supo ponerse en las manos de Dios, supo dejar que Dios actuara
en ella con la fuerza de su Espíritu.
Es un contraste el que
estamos viendo, en el paraíso el hombre huyó y se escondió porque se sentía
desnudo, ahora en Nazaret María se queda contemplando el misterio de Dios que
se le revela y aunque se siente pequeña se deja encontrar por Dios, se deja
llenar del Espíritu de Dios, nada menos que para que el Hijo de Dios se
encarnase en sus entrañas.
María hoy nos enseña a
mirar nuestra realidad, nuestra pequeñez, nuestras sombras y soledades,
nuestros temores y la posibilidad de encerrarnos en nosotros mismos, pero no
para que nos quedemos en el temor y en la angustia, en la incertidumbre, sino
para que despertemos la esperanza, para que sepamos abrirnos al misterio de
Dios aunque nos supere, para que nos pongamos en la manos de Dios dejando que
El actué en nosotros y realice maravillas que luego hemos de saber reconocer cantando
un cántico nuevo porque el Señor ha hecho maravillas en nosotros.
Es cierto que contemplándola
a Ella toda pura y sin pecado, llena de fe y confianza en Dios, tan dispuesta
siempre a darse y a ponerse en la actitud humilde de los siervos para el
servicio, vemos las sombras de nuestros pecados, de nuestros miedos y de
nuestras insolidaridades, de nuestras cobardías y de tantas veces como cerramos
los ojos y los oídos a Dios y a los demás. Pero contemplándola a Ella, sabemos
que Dios quiere seguir confiando en nosotros, que El viene con su salvación que
renueva nuestra vida y nos pondrá siempre en camino de cosas nuevas, como en
ella se realizó y como ella estuvo dispuesta.
Y en este camino de
Adviento que estamos haciendo la figura de María, que volverá a aparecer en
otros momentos de nuestro camino, es para nosotros un rayo de esperanza, un
faro que nos guía a encontrar la verdadera luz y a llenarnos de la salvación de
Dios que Jesús viene a ofrecernos. ‘En Cristo, sabemos que hemos sido
bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales, como nos
decía san Pablo, y hemos sido elegidos para que fuésemos santos e
irreprochables ante él por el amor’.
Con María caminando a
nuestro lado nuestras oscuridades se volverán luz, las sombras de la desnudez
de nuestro pecado se transformarán en gracia que nos revestirán de la luz de
Dios, y no sentiremos el azote de los miedos de nuestras cobardías porque si
María supo hacer ese camino de abrirse a Dios con generosidad y voluntad firme,
es el camino que también nosotros podremos recorrer revistiéndonos de su misma
generosidad y santidad.
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