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domingo, 2 de diciembre de 2018

Levantemos nuestra cabeza para que por encima de todo este barullo que nos armamos se despierte en nosotros la esperanza de la verdadera liberación que nos viene a traer Jesús




Levantemos nuestra cabeza para que por encima de todo este barullo que nos armamos se despierte en nosotros la esperanza de la verdadera liberación que nos viene a traer Jesús

 Jer. 33, 14-16; Sal. 24; 1Tes. 3,12-4,2; Lc. 21,25-28.34-36

‘Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación…’ Es la llamada, es la invitación que escuchamos hoy cuando iniciamos este nuevo ciclo litúrgico.
Es importante levantar la cabeza; si nos quedamos con la cabeza agachada solo miraremos el suelo que pisamos y los obstáculos que podamos tener a nuestra altura nos impedirán mirar más adelante. Cuando vamos caminando poco menos que atropelladamente unos con los otros nos es difícil poder ver lo que hay delante de nosotros, lo que nos pueda quedar para llegar a la meta u objetivo de nuestra marcha y además de ir poco menos que dando palos de ciego nos cuesta saber claramente a donde queremos llegar. Intentamos levantarnos un poco alzando nuestra cabeza sobre las demás cabezas, nos asomamos en la medida que podamos a un lado, pero ansiamos ver el final.
Es en los caminos de la vida, es en las tareas o responsabilidades que vamos desempeñando, es en los problemas con nos vamos encontrando a nivel personal o como miembros de una comunidad o una sociedad que quiere llegar a alguna parte, queremos tener perspectiva y nos hace falta una visión distinta, una mirada un poco si pudiéramos desde arriba para ver mejor el conjunto y la realidad. Lo hacemos profesionalmente, o lo hacemos en el ámbito de la familia; lo hacemos en cualquier sociedad o comunidad que quiera conseguir unos fines y avanzar, lo hacen juiciosamente todos los grupos sociales que quieren hacer algo bueno por el mundo en que vivimos.
La liturgia hoy con las palabras de Jesús nos invita a levantar la cabeza. Necesario en el camino de nuestra vida cristiana en que también nos vemos envueltos en tantas turbulencias. Muchas veces nos sentimos como desorientados y desestabilizados y podemos perder la serenidad del espíritu. Es en nuestra lucha personal de superación, de crecimiento espiritual y de compromiso con esa misma fe; es lo difícil que se  nos hace en un mundo adverso, que ha perdido una sensibilidad religiosa y cristiana y parece que todos vienen ya de vuelta con lo que se nos hace más difícil el anuncio; son las mismas cosas que podemos ver en nuestra misma iglesia que no nos gustan porque por nuestra debilidad aparecen muchas sombras.
Y necesitamos un reencontrarnos con nosotros mismos, una claridad y fortaleza de espíritu para nuestro difícil camino, una luz que nos de una visión nueva por encima de todas esas sombras y nos llenen de esperanza, esa esperanza que parece que a veces se nos apaga.
Es a lo que la Iglesia nos invita en este tiempo renovador de esperanzas que es el Adviento. Porque el Adviento hemos de vivirlo en esta realidad concreta que es nuestra vida, la vida de nuestra Iglesia y la vida que vivimos en este mundo concreto.
Es cierto que el Adviento es este tiempo que nos queda hasta la celebración del Misterio de la Navidad. Con mucha facilidad decimos que es el tiempo que nos prepara para la Navidad, pero en el ambiente del mundo en que vivimos podemos haber desvirtuado la Navidad y desvirtuar entonces el sentido del Adviento.
Pensemos a qué nos está invitando todo el ambiente de nuestra sociedad en estos días y a todo lo que nos lleva la publicidad que nos envuelve. ¿No hay peligro que se desvirtúe el sentido de la verdadera navidad quedándonos solo en una cena familiar – que no digo que no sea buena – y en unos regalos que nos vemos obligados a hacernos los unos a los otros? Más que liberación parece que nos llegan unas nuevas esclavitudes en todas esas cosas que tenemos que hacer porque sí pero que se nos pueden quedar en vanidad o luces de un día que se encienden y se apagan con facilidad.
Levantemos nuestra cabeza para que por encima de todo este barullo que nos armamos se despierte en nosotros la esperanza de la verdadera liberación que nos viene a traer Jesús. Busquemos de verdad esa liberación y salvación que nos trae Jesús que quiere hacerse presente en el hoy de nuestra vida y de nuestro mundo y que tan necesitados estamos de ella. No solo recordamos el momento en que Jesús nació en Belén – para muchos se queda solo en un recuerdo muy bonito – sino que queremos hacer presente a Jesús con su salvación en el hoy de nuestra vida.
Sí que lo necesitamos. Es la tarea que hemos de realizar. Es la nueva luz que tiene que brillar con fuerza en nuestro mundo para hacerlo mejor. Hemos de poner sinceridad en lo que hacemos y en lo que vivimos en estos días para que no todo se quede en vanidad, o como decíamos en luz que se apaga y se enciende en un día. Ahí están los problemas de nuestro mundo, de nuestra sociedad, los nuestros y los de la gente que está a nuestro lado llena de tantos sufrimientos, de tantas dudas y desorientación, de tantas confusiones.
Tenemos un mensaje que proclamar y aprovechando quizá un cierto despertar de solidaridad que puede aparecer en estos días, señalemos bien claro el camino de Jesús para ser transformados por su amor en el verdadero amor. ‘Que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos’, que nos decía san Pablo en la carta los Tesalonicenses.
Sabemos que es el amor de Dios el que nos libera de verdad y nos salva. Que nuestro testimonio de ese amor de Dios sea un anuncio de esperanza para nuestro mundo. ‘Levantemos la cabeza, se acerca nuestra liberación’, viene el Señor, no solo en un recuerdo, sino en algo vivo que ahora nosotros tenemos que aprender a sentir y vivir.

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