Levantemos
nuestra cabeza para que por encima de todo este barullo que nos armamos se
despierte en nosotros la esperanza de la verdadera liberación que nos viene a
traer Jesús
Jer. 33, 14-16; Sal. 24; 1Tes. 3,12-4,2; Lc.
21,25-28.34-36
‘Cobrad ánimo y levantad
la cabeza porque se acerca vuestra liberación…’ Es la llamada, es la invitación que
escuchamos hoy cuando iniciamos este nuevo ciclo litúrgico.
Es importante levantar la
cabeza; si nos quedamos con la cabeza agachada solo miraremos el suelo que
pisamos y los obstáculos que podamos tener a nuestra altura nos impedirán mirar
más adelante. Cuando vamos caminando poco menos que atropelladamente unos con
los otros nos es difícil poder ver lo que hay delante de nosotros, lo que nos
pueda quedar para llegar a la meta u objetivo de nuestra marcha y además de ir
poco menos que dando palos de ciego nos cuesta saber claramente a donde
queremos llegar. Intentamos levantarnos un poco alzando nuestra cabeza sobre
las demás cabezas, nos asomamos en la medida que podamos a un lado, pero
ansiamos ver el final.
Es en los caminos de la
vida, es en las tareas o responsabilidades que vamos desempeñando, es en los
problemas con nos vamos encontrando a nivel personal o como miembros de una
comunidad o una sociedad que quiere llegar a alguna parte, queremos tener
perspectiva y nos hace falta una visión distinta, una mirada un poco si
pudiéramos desde arriba para ver mejor el conjunto y la realidad. Lo hacemos
profesionalmente, o lo hacemos en el ámbito de la familia; lo hacemos en
cualquier sociedad o comunidad que quiera conseguir unos fines y avanzar, lo
hacen juiciosamente todos los grupos sociales que quieren hacer algo bueno por
el mundo en que vivimos.
La liturgia hoy con las
palabras de Jesús nos invita a levantar la cabeza. Necesario en el camino de
nuestra vida cristiana en que también nos vemos envueltos en tantas
turbulencias. Muchas veces nos sentimos como desorientados y desestabilizados y
podemos perder la serenidad del espíritu. Es en nuestra lucha personal de superación,
de crecimiento espiritual y de compromiso con esa misma fe; es lo difícil que
se nos hace en un mundo adverso, que ha
perdido una sensibilidad religiosa y cristiana y parece que todos vienen ya de
vuelta con lo que se nos hace más difícil el anuncio; son las mismas cosas que
podemos ver en nuestra misma iglesia que no nos gustan porque por nuestra debilidad
aparecen muchas sombras.
Y necesitamos un
reencontrarnos con nosotros mismos, una claridad y fortaleza de espíritu para
nuestro difícil camino, una luz que nos de una visión nueva por encima de todas
esas sombras y nos llenen de esperanza, esa esperanza que parece que a veces se
nos apaga.
Es a lo que la Iglesia nos
invita en este tiempo renovador de esperanzas que es el Adviento. Porque el
Adviento hemos de vivirlo en esta realidad concreta que es nuestra vida, la
vida de nuestra Iglesia y la vida que vivimos en este mundo concreto.
Es cierto que el Adviento
es este tiempo que nos queda hasta la celebración del Misterio de la Navidad.
Con mucha facilidad decimos que es el tiempo que nos prepara para la Navidad,
pero en el ambiente del mundo en que vivimos podemos haber desvirtuado la
Navidad y desvirtuar entonces el sentido del Adviento.
Pensemos a qué nos está
invitando todo el ambiente de nuestra sociedad en estos días y a todo lo que
nos lleva la publicidad que nos envuelve. ¿No hay peligro que se desvirtúe el
sentido de la verdadera navidad quedándonos solo en una cena familiar – que no
digo que no sea buena – y en unos regalos que nos vemos obligados a hacernos
los unos a los otros? Más que liberación parece que nos llegan unas nuevas
esclavitudes en todas esas cosas que tenemos que hacer porque sí pero que se
nos pueden quedar en vanidad o luces de un día que se encienden y se apagan con
facilidad.
Levantemos nuestra cabeza
para que por encima de todo este barullo que nos armamos se despierte en
nosotros la esperanza de la verdadera liberación que nos viene a traer Jesús. Busquemos
de verdad esa liberación y salvación que nos trae Jesús que quiere hacerse
presente en el hoy de nuestra vida y de nuestro mundo y que tan necesitados
estamos de ella. No solo recordamos el momento en que Jesús nació en Belén –
para muchos se queda solo en un recuerdo muy bonito – sino que queremos hacer
presente a Jesús con su salvación en el hoy de nuestra vida.
Sí que lo necesitamos. Es
la tarea que hemos de realizar. Es la nueva luz que tiene que brillar con
fuerza en nuestro mundo para hacerlo mejor. Hemos de poner sinceridad en lo que
hacemos y en lo que vivimos en estos días para que no todo se quede en vanidad,
o como decíamos en luz que se apaga y se enciende en un día. Ahí están los
problemas de nuestro mundo, de nuestra sociedad, los nuestros y los de la gente
que está a nuestro lado llena de tantos sufrimientos, de tantas dudas y
desorientación, de tantas confusiones.
Tenemos un mensaje que
proclamar y aprovechando quizá un cierto despertar de solidaridad que puede
aparecer en estos días, señalemos bien claro el camino de Jesús para ser
transformados por su amor en el verdadero amor. ‘Que el Señor os haga
progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con
todos’, que nos decía san Pablo en la carta los Tesalonicenses.
Sabemos que es el amor de
Dios el que nos libera de verdad y nos salva. Que nuestro testimonio de ese
amor de Dios sea un anuncio de esperanza para nuestro mundo. ‘Levantemos la
cabeza, se acerca nuestra liberación’, viene el Señor, no solo en un
recuerdo, sino en algo vivo que ahora nosotros tenemos que aprender a sentir y
vivir.
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