¿Seremos dignos de esa presencia del Señor en nuestra vida? ¿Hay una intensidad de fe en nosotros para poder vivirlo?
Isaías 2,1-5; Sal 12; Mateo
8,5-11
Algunas veces hacemos las cosas simplemente porque toca. ¿Qué quiero
decir? Que hay peligro de que la rutina se nos meta en la vida y en lo que
hacemos y hacemos las cosas porque sí, pero sin saber darle la verdadera
motivación y en consecuencia vivir con sentido aquello que hacemos. Nos
acostumbramos a unos ritmos, y eso está bien porque de alguna manera nos hace
ser ordenados en la vida poniendo cada cosa en su sitio, pero ese ritmo de las
cosas no nos ha de hacer perder el sentido de lo que hacemos, porque además el
mundo en que vivimos tan interesado para sus cosas puede aprovecharse de esos
ritmos para buscar, por así decirlo, sus ganancias y sus intereses.
Es lo que nos puede suceder con la Navidad que se acerca y lo que
sucede con este tiempo de Adviento. Decimos fácilmente el Adviento es el tiempo
de preparación para la Navidad, y es cierto en parte, porque en el sentido de
nuestra fe hay una trascendencia que hemos de vivir y este tiempo del Adviento
nos ha de hacer pensar también en el final de la vida y de la historia,
recogiendo aquellas palabras de Jesús que nos prometen su vuelta al final de los
tiempos.
Es algo que confesamos cuando proclamamos nuestra fe y recitamos el
Credo, pero poco nos fijamos quizás en esas palabras que decimos en nuestra profesión
de fe. ¿Veis? Recitamos el Credo que es una profesión de fe, por ejemplo en la
misa de los domingos, pero no somos conscientes totalmente de las palabras que
decimos.
Por otra parte cuando decimos que el Adviento nos prepara para la
navidad, pensemos cómo nuestro mundo consumista se aprovecha de esto y nos
bombardea con su publicidad donde se nos presenta todo menos la salvación que Jesús
viene a ofrecernos con su presencia en medio de nosotros. Hay muchas cosas
buenas que vivimos en el entorno de la navidad pero ese bosque quizá nos impida
ir a lo más esencial del Misterio de Cristo que celebramos en el Nacimiento del
Señor.
Hablamos de amor, de paz, de encuentros familiares, de buenos deseos
para nuestros amigos y para el mundo en que vivimos porque llega diciembre,
porque llegan estas fechas de la navidad – todo muy bonito, es cierto -, y
claro lo hacemos porque hay que hacerlo, porque todo el mundo estos días tiene
bonitas palabras y hay que estar en la honda,
pero ¿pensamos bien en lo que tiene que ser la raíz verdadera de todas
esas cosas buenas y todas esas celebraciones? Lo que decíamos al principio
hacemos las cosas porque toca y nada más.
Cuando pasen estas fechas ¿en qué se queda todo eso? ¿Quedará en
nosotros un poso de buenos sentimientos que nos haga cambiar y hacer a partir
de entonces las cosas de otra manera? ¿Acaso solamente pensamos hasta el año
que viene que vuelvan estas fechas?
El Señor viene es el pensamiento fundamental que queremos vivir en el
Adviento y queremos prepararnos para ello. Pensamos en su venida histórica que
celebramos con alegría, es cierto, de manera especial en estas fechas, y
pensamos en su segunda venida al final de los tiempos, para lo que hemos de
estar siempre preparados; los textos de la Palabra en estos días a esto nos
están invitando continuamente. Pero pensamos en el Señor que viene y que llega
cada día a nuestra vida y para lo que entonces hemos de estar despiertos,
atentos para saber descubrir esa presencia del Señor.
Con la presencia del Señor en medio nuestro, sea cada día, sea en
nuestras celebraciones de la navidad algo
nuevo tiene que comenzar en nosotros. De eso nos hablan los anuncios del
profeta. Sería bueno que volviéramos a leer las palabras del profeta según la
cita señalada al principio.
Pero para que podamos llegar a vivirlo hemos de estas bien dispuestos,
bien preparados. Pero ¿seremos dignos de esa presencia del Señor en nuestra
vida? ¿Hay una intensidad de fe en nosotros para poder vivirlo? De ello nos
habla el evangelio con el episodio del centurión que buscaba salvación en Jesús
aunque él no se consideraba digno de que Jesús llegase a su casa.
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