Todos soñamos con un mundo nuevo pero hemos de despertar de ese sueño para ver la realidad de nuestro mundo y hacer con nuestro compromiso de amor un mundo nuevo
Isaías 25,6-10; Sal 22; Mateo
15,29-37
Todos tenemos sueños. Y no son ya los que tenemos mientras dormimos y
la mente nos lleva por derroteros que ni no podíamos imaginar o nos vuelve a
hacer revivir momentos que ya antes habíamos vivido intensamente en diversas
circunstancias de la vida. Me quiero referir a esos sueños que estando
despiertos y conscientes muchas veces tenemos que son deseos que llevamos en el
corazón, que pueden ser aspiraciones que tengamos en la vida y que nos gustaría
ver realizadas, o son reacciones a situaciones que nosotros vivimos o sufrimos
o también en el dolor o el sufrimiento de tantos en nuestro entorno, porque
siempre pensamos en lo que está mas cercano, pero que pueden ser aspiraciones
de un sentido más universal.
¿No soñaremos un mundo sin guerras ni miserias? ¿No soñaremos con un
mundo mejor donde todos podamos entendernos y vivir en armonía y respeto? ¿No
soñamos que se acabe el hambre en el mundo y todo tipo de sufrimiento? ¿No
soñamos quizá en nuestros intereses más particulares o individualistas en que
tengamos suerte en la vida, podamos vivir mejor y así nosotros desde nuestra
contribución compartir con los demás para que nadie pase necesidad?
Nos pueden parecer nuestros sueños frutos solo de una imaginación
calenturienta, o utopías que nos parecen irrealizables, pero que mientras lo
vamos soñando parece como que se despiertan esperanzas en nuestro corazón. Yo diría
que es bueno soñar, porque puede despertar en nosotros buenos sentimientos, o
hacer que surja un deseo que nos lleve al compromiso para hacer que las cosas
sean de manera distinta. Sin soñadores quizá nuestro mundo no hubiera avanzado
porque incluso la misma ciencia es el sueño escondido de alguien que lucha y
trabaja por encontrar soluciones. Es necesario soñar con sueños que nos hagan
despertar a una realidad mejor.
Parece un sueño lo que nos describe el profeta hoy. Nos habla de un
mundo maravilloso, de un gran festín al que todos los pueblos están invitados y
en el que nada faltará. Parece algo imposible cuando tanto nos quejamos de que
la tierra no puede producir pan en abundancia para todos. Son imágenes que nos
hablan de un mundo nuevo, donde todo es a la manera de un festín de esas características
donde ya no habrá ni hambre, ni sufrimiento, ni duelo, ni dolor. Y el profeta
nos está diciendo que esa es la imagen de los tiempos nuevos, de los tiempos mesiánicos
que venga el Salvador para toda la humanidad. Por eso nos invita, ‘celebremos
y gocemos con su salvación’.
Y cuando ha llegado el Mesías el evangelio nos ha hablado de una
multitud llena de sufrimiento que se acerca hasta Jesús, porque su presencia ha
despertado todas las esperanzas. Y con Jesús llega la salvación, porque a todos
cura y sana, y para todos tiene una palabra de vida. Pero es que en Jesús vemos
el cumplimiento de aquel sueño profético cuando para la multitud hambrienta Jesús
parte y comparte los panes para que todos coman y todos puedan saciarse.
Nos quedamos en el milagro y decimos qué cosas maravillosas hacía Jesús,
pero no terminamos de ver el signo que
tiene que significar eso para nosotros. No es una utopía lo que se nos está
presentando sino un camino que se está abriendo ante nosotros. Aquello que
anunciaba el profeta y significativamente veíamos en Jesús es el camino de lo
que nosotros tenemos que realizar.
Es ese sueño, si queremos decirlo así, en que tenemos que ver, es
cierto, ese mundo de sufrimiento que nos rodea. Pero ¿no tendríamos que hacer
como aquellos que acudían a Jesús llevando
tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros y los echaban a sus pies,
para que él los curara? Muchas veces pensamos mucho en nosotros mismos pero no
somos capaces de mirar alrededor, nos preocupamos en nuestra fe y devoción en
acudir a Jesús pero no somos capaces de llevar con nosotros a tantos envueltos
en su sufrimiento.
Sería un primer paso
constatando la realidad, siendo conscientes de ella. Un paso que nos hace
seguir adelante para que luego pongamos todos de nuestra parte. Jesús quiso
comprometer a los discípulos en la solución al problema que se presentaba,
alguien generosamente ofrece unos pocos panes y peces, y desde ahí todos
comieron, todos pudieron sentirse en un mundo feliz. ¿No sería eso lo que
nosotros tenemos que hacer?
Cuando queremos preparar
nuestro corazón en este camino de Adviento para recibir a Dios que viene a
nuestra vida con su salvación esos han de ser nuestros caminos; abrir los ojos
de nuestro corazón para ver, despertarnos de ese sueño para ver la realidad y
contemplar cuanto hay de sufrimiento a nuestro alrededor y darnos cuenta que en
esos hermanos que sufren está el Señor que viene a nuestra vida. Otras serían
nuestras actitudes, otra sería nuestra vida.
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