La prueba más grande de que le importamos a Dios es la Cruz de Cristo
Num. 21,4-9; Sal. 77; Fil. 2, 6-11; Jn. 3, 13-17
La prueba más grande de que a Dios si le importa el
hombre, sí le importa la humanidad es la cruz de Cristo que estamos
contemplando. De ninguna manera podemos decir que no le importemos a Dios. Como
nos dirá Jesús en el evangelio la mayor prueba de amor es dar su vida por el
amado. Aquí estamos contemplando esa prueba suprema del amor de Dios. Ahora
estamos contemplando cómo Dios nos entrega a su Hijo por el amor que nos tiene,
lo que viene a significar la afirmación con la que iniciábamos esta reflexión.
Sí le importamos a Dios.
Hoy estamos celebrando esta fiesta grande de la
Exaltación de la Santa Cruz y bien sabemos que cuando miramos a la Cruz no nos
quedamos en la materialidad de un instrumento de suplicio sino que contemplamos
a quien en ella por nosotros se entregó. Exaltamos la Cruz y la veneramos no
porque deseemos el sufrimiento por el sufrimiento, la muerte en el suplicio de
la cruz por querer buscar la muerte, sino por todo lo que significa para
nuestra Salvación cuando Cristo en ella se entregó por nosotros.
Es la prueba del amor; por eso como en un estandarte la
levantamos en lo alto porque nuestra mirada a través de la cruz quiere llegar
hasta el amor de Dios. El verdadero estandarte de nuestra vida, el verdadero
santo y seña de nuestra vida es el amor que lo significamos, es cierto, en la
cruz pero contemplando el amor de Dios y aprendiendo de su amor para nuestro
amor. Ya lo hemos escuchado en el evangelio ‘lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’.
Hace mención a lo que escuchamos en el libro de los
Números del Antiguo Testamento. El pueblo caminaba por el desierto; el camino
era duro, porque todo eran dificultades; parecía que en lugar de avanzar hacia
la tierra prometida lo que hacían era retroceder; el pueblo murmura contra
Moisés y contra su Dios; piensan quizá que ya no le importan a Dios que los ha
abandonado su suerte en el desierto; son invadidos por una plaga de serpientes
venenosas del desierto, y ahora es cuando claman pidiendo socorro a su Dios.
Moisés levanta en un estandarte una serpiente de bronce, quienes la miran son
curados de las mordeduras de las serpientes. Aquella mirada hacia lo alto de
aquel estandarte era una señal de cómo querían invocar a Dios arrepentidos de
su pecado, y son liberados de aquel mal.
Ahora en el evangelio se nos recuerda aquel episodio,
pero quien va a estar levantado en alto, como en un estandarte no es una
serpiente de bronce, sino que en lo alto de la Cruz estará Jesús. Dios no se ha
olvidado de su pueblo ni lo ha abandonado a su suerte, aunque lo mereciéramos
por nuestro pecado; Dios sigue amando a su pueblo, nos sigue amando. Nos envía
a su Hijo. Tanto amó Dios al mundo que
nos entregó a su Hijo, como tantas veces hemos escuchado en el evangelio y
lo hemos meditado. No nos podemos
sentir desamparados de Dios porque sí le importamos a Dios, que para nosotros
tiene vida y salvación. Pero es necesario levantar nuestra mirada a lo alto,
levantar nuestro corazón a Dios con fe, para poder alcanzar la vida eterna. ‘Para que no perezca ninguno de los que
creen en El sino que tengan vida eterna’.
Quienes no han puesto esa fe y esa esperanza en el
Señor necesariamente tienen que vivir una vida triste aunque traten de acallar
sus tristezas de mil maneras con fiestas y alegrías externas. Cuántos sucedáneos de la verdadera alegría
nos vamos encontrando en la vida de tantos y cuidado no nos pase a nosotros.
Sin el sentido de la fe es como quien se siente desamparado y solo, como
si no importara a nadie. Son
experiencias humanas que muchas veces podemos encontrarnos a nuestro alrededor
si vamos con una mirada abierta y atenta.
Qué triste es escuchar a alguien que te dice, ‘yo no le importo a nadie, porque a mi nadie
me quiere ni nadie hace nada por mi’; son personas que quizá por haber
pasado por situaciones familiares difíciles en las que quizá las habrá faltado
el cariño de un hogar, de una familia, o personas que tienen fracasos en la
vida y se ven solos y abandonados, no saben a quien acudir porque piensan que
no interesan a nadie. Muchas personas así se van encontrando en la vida; muchas
veces he escuchado frases así.
Es duro. Pero esa experiencia humana se transforma para
muchos en una triste experiencia espiritual cuando les falta la fe, cuando les
falta el sentido de trascendencia a su vida, cuando no han vivido ni conocido
lo que son los verdaderos valores espirituales y solo viven a ras de tierra en
el día a día de su vida viendo pasar los acontecimientos que para ellos no
parecen tener sentido. Cómo necesitan en su vida ser iluminados por la luz de
la fe; cómo tendrían que aprender a mirar a lo alto, y descubrir en la cruz y
desde la cruz de sus vidas que no están solos porque hay siempre un amor que no
nos faltará, que es el amor de Dios, que tenemos que aprender a descubrir.
Es la mirada que nosotros los creyentes queremos
levantar en este día para contemplar la cruz de Cristo, donde contemplamos el
amor que Dios nos tiene, donde llegamos a descubrir que sí le importamos a
Dios. Grande tiene que ser el valor de nuestra existencia cuando Dios nos
entrega así a su Hijo amado y predilecto.
Ese amor de Dios que se nos manifiesta en la Cruz es un
amor muy especial, porque es un amor a pesar de que en nosotros no haya amor
sino pecado; es un amor que nos llena de vida y nos resucita; es un amor que
nos perdona y nos redime; es un amor que hace nacer en nosotros una nueva vida
y un nuevo sentido del vivir y del amar. Es el amor que se nos manifiesta en la
cruz de Cristo, pero se está haciendo presente también en la cruz de cada día
de nuestra vida, porque Cristo ha asumido en su Cruz nuestras cruces, nuestros
dolores y nuestros sufrimientos, nuestras angustias y también las desesperanzas
que muchas veces nos tientan; con su Cruz Cristo irá transformando nuestras
cruces para hacer que de las espinas de nuestro desamor y nuestro pecado, por
la fuerza de la gracia, comiencen a florecer las flores y los frutos de un amor
nuevo, de una vida nueva de resurrección.
La Cruz de Cristo nos engrandece, porque por la entrega
de Cristo en la Cruz nos ha llegado la redención y el perdón; ha llegado a nosotros
la vida nueva de la gracia que nos hace sentirnos amados y valorados de manera
que ya nunca podemos decir que no importamos a nadie, porque sí le importamos a
Dios; pero por la Cruz de Cristo entramos en el camino de una vida nueva, de un
estilo nuevo de vivir desde un amor semejante al amor que Cristo nos tiene.
Ahora comenzaremos a mirar la cruz de una manera
distinta; ahora comenzaremos a darle un sentido nuevo a la cruz de nuestros
sufrimientos y problemas; viendo el amor que Dios nos tiene aprenderemos a
poner amor en esa cruz de cada día haciendo de ella una ofrenda de amor; pero
es además que ahora comenzaremos a fijarnos de una manera nueva en la cruz de
los demás, y en nombre de ese amor aprenderemos a acercarnos a ellos de una
forma distinta. Tenemos que repartir amor; tenemos que hacer comprender que el
amor es el que nos salva y el amor de Dios no nos faltará nunca; tenemos que
comenzar a ser nosotros signos de ese amor de Dios por la manera que nos
acerquemos a los otros y los acompañemos para ayudarles a descubrir esa luz del
amor de Dios.
Y es que esa Cruz de Cristo que nos ha engrandecido con
la salvación que de ella mana, nos compromete; no podemos ya vivir de la misma
manera; ya nuestra mirada hacia Dios tiene que ser una mirada agradecida por el
amor; pero otras y nuevas tienen que ser las actitudes que tengamos hacia los
demás; en ellos estamos viendo a otro Cristo a quien amar, porque ya sabemos
que no podemos decir que amamos a Cristo si no amamos a los demás y sobre todo
a los que con mas intensidad cargan con su cruz en la pobreza y en el dolor, en
la desesperanza y en las oscuridades de sus vidas. Los amamos como amamos a
Cristo; los amamos amando a Cristo en ellos; los amamos con el amor de Cristo;
los amamos para hacerles llegar la luz de Cristo.
Celebramos hoy la fiesta de la Exaltación de la Santa
Cruz. Miramos a lo alto de la Cruz y nos encontramos con Cristo; es el que se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, una muerte de Cruz. Pero es el
Señor, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre, de
modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra,
en el abismo, y toda lengua proclame Jesucristo es Señor para gloria de Dios
Padre.
Miramos a la Cruz, contemplamos a Cristo y no podemos
menos que decir, ‘gracias, Señor, por tanto amor.
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