La presencia de María junto a la cruz de Jesús nos enseña a una presencia solidaria junto a la cruz de nuestros hermanos
Hebreos, 5,7-9; Sal. 30; Jn. 19, 25-27
Ayer la liturgia nos invitaba a levantar nuestros ojos
hasta el árbol de la cruz de la que pende la salvación del mundo como se
proclama en el viernes santo; allí aprendíamos a descubrir el amor de Dios que
no nos abandona - a Dios sí le interesamos, como ayer decíamos - y aún más nos
enseña a mirar con mirada nueva y distinta no solo nuestra propia cruz, sino
también la cruz de los demás.
Pero hoy la liturgia nos invita a mirar a María, la
madre de Jesús que allí estaba al pie de la cruz. ‘Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su madre…’ nos
dice el evangelista señalándonos el grupo de las santas mujeres que estuvieron
siempre junto a Jesús.
El anciano Simeón le había anunciado que una espada le
traspasaría el alma, pero la presencia de María junto a la cruz de Jesús
pasando por su mismo dolor de pasión, - que por eso la llamamos Madre de los
Dolores - no viene sino a corroborar y culminar lo que fue siempre la presencia
de María, no solo junto a Jesús sino solidariamente allí donde era necesaria su
presencia de amor.
María unida al dolor y sufrimiento de Jesús en su
pasión y muerte; María participando como nadie con su propio dolor y
sufrimiento - ¿es que hay dolor mayor que el de una madre que ve morir a su
hijo entre los crueles tormentos de una crucifixión? -, participando digo, en
la pascua redentora de Cristo por lo que a ella queremos llamarla también
corredentora con Cristo - Cristo es el único Redentor - desde su ofrenda de
amor junto a la cruz de Jesús.
María estaba junto a la cruz de Jesús. ¡Cuánto nos enseña su presencia junto a la
cruz! La presencia de María junto a la cruz de su Hijo no era una presencia
cualquiera, como la de tantos que aquella mañana estaban en Jerusalén y eran testigos de aquel drama: unos como espectadores y
curiosos que siempre acuden donde suceda algo para mirar desde lejos, otros quizá indiferentes que pasaban junto al camino pendiente más de
sus cosas, y otros como aquellos sumos sacerdotes y miembros del sanedrín con
el odio en su corazón queriendo quitar de en medio a Jesús porque no respondía
a lo que ellos deseaban que fuera el Mesías, pero que estaban
contribuyendo sin saberlo a que se realizase la obra de nuestra redención con
la Muerte de Jesús.
La Presencia de María era una presencia pascual porque
ella estaba participando como nadie del misterio pascual que en Cristo se
estaba realizando en su pasión y muerte. María estaba junto a la cruz de Jesús.
María estaba haciendo suyo en su dolor y sufrimiento de madre todo el misterio
pascual de Jesús. Fue pascua para María; vivió el paso de Dios por su vida y por la cruz. Tenemos que aprender de esa presencia de María para que no
nos quedemos insensibles e indiferentes ante el misterio de la cruz que además
hemos de vivir en nuestra propia vida. Que sea pascua en nosotros también porque ahí en la cruz veamos ese paso de Dios.
Tenemos que aprender de la presencia de María que
también estaba pasando por el tormento de la cruz en el sufrimiento que se
producía en su corazón por la muerte de su Hijo a mirar y a llevar nuestras
propias cruces en nuestros sufrimientos de todo tipo y en nuestros problemas. Que
María nos ayude a comprender el sentido de nuestra cruz, de nuestro
sufrimiento, de nuestras luchas y problemas y como María sepamos hacer esa
ofrenda de amor para que adquiera un profundo sentido y valor la vivencia de
nuestra cruz unida a la de Cristo.
María estaba junto a la cruz de Jesús. La presencia de
María al pie de la cruz de Jesús nos enseña algo más. Ayer cuando alzábamos
nuestra mirada hasta la cruz de Jesús aprendíamos también a mirar la cruz de
los demás con una mirada nueva. Es una mirada nueva pero es también un saber
estar junto a esa cruz de nuestros hermanos de una manera nueva. Ni nuestra
mirada ni nuestra presencia pueden ser una mirada o una presencia pasiva,
porque no serían una mirada ni una presencia de amor.
Aprendamos de María; hemos dicho que su presencia ahora
al pie de la cruz de Jesús venía a culminar todo lo que había sido
su vida donde había sabido estar allí donde se necesitara su servicio o ella
pudiera contribuir a la solución de un problema, como recordamos en su visita a
Isabel en la montaña o su actuación en las bodas de Caná. Era un amor que se
manifestaba en las obras, en su actuar generoso y con desprendimiento, o en el
saber buscar aquello que remediase la necesidad.
Así nuestra presencia y nuestro estar junto al
sufrimiento o la necesidad de los que están a nuestro lado. Hablábamos ayer de
unas actitudes nuevas y de una nueva manera de actuar y acompañar. Cuántas son
las cosas que podemos hacer cuando hay generosidad y disponibilidad en el
corazón para ayudar, para caminar al lado del que sufre, para tender una mano
que ayude a dar un paso o para poner nuestro hombro que sirva de descanso, para
abrir el corazón para escuchar en silencio del desahogo del alma que sufre,
para levantar el ánimo decaído dando esperanza, para consolar y mitigar el
dolor y el sufrimiento, para llevar alegría al corazón y hacer que brote una
sonrisa en los labios que alegran el alma.
Pongamos amor y seremos creativos en todo lo que podemos hacer por los demás. Aprendamos de María a quien hoy, repito una vez más, estamos contemplando junto a la cruz de Jesús y junto a nuestra cruz para saber estar nosotros junto a la cruz de los demás, para que a nosotros nos importe también de forma solidaria el dolor y sufrimiento de los demás.
Pongamos amor y seremos creativos en todo lo que podemos hacer por los demás. Aprendamos de María a quien hoy, repito una vez más, estamos contemplando junto a la cruz de Jesús y junto a nuestra cruz para saber estar nosotros junto a la cruz de los demás, para que a nosotros nos importe también de forma solidaria el dolor y sufrimiento de los demás.
Celebramos hoy a María llamándola Madre y Virgen de los
Dolores, porque estuvo asociada al dolor de Cristo en la Cruz; pero la podemos
llamar también Madre y Virgen de los Dolores porque ella está siempre junto a
nuestro dolor, al lado de todo el que sufre haciéndose en verdad solidaria con
una solidaridad verdadera y real de todos nuestros dolores y sufrimientos. ¿A
quien mejor que a ella podemos acudir, y de hecho acudimos, sabiendo que es la
madre que siempre nos escucha en nuestra oración y atiende a nuestras suplicas
sirviéndonos siempre de consuelo y fortaleza de ánimo su presencia y la oración
que a ella dirigimos?
La presencia de María junto a la cruz de Jesús nos está
enseñando también a una presencia solidaria junto a la cruz de los hermanos,
así como aprender a valorar la ofrenda de amor que nosotros hacemos también de
nuestra propia cruz.
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