Abramos nuestro corazón de pecadores a Dios poniendo a tope toda nuestra capacidad de amor
1Cor. 15, 1-11; Sal. 117; Lc. 7, 36-50
Se había introducido en la sala del banquete alguien
que no estaba invitado y que en aquellas circunstancias nunca habrían invitado.
Pero algo grande iba a suceder allí en nombre del amor de manera que quienes se
creían con derecho a ser invitados por la cerrazón de su corazón nunca iban a
poder participar en aquel nuevo banquete del Reino de los cielos al que Jesús
estaba invitando con su presencia y su predicación.
Un fariseo había insistido a Jesús para que fuera a
comer a su casa. En la mesa habría también más comensales, las familias y quizá
también los amigos de aquel fariseo. Es normal que cuando se invita a alguien a
la mesa se le hagan los honores de ser acogido por los familiares y amigos del
que invita.
Sucede sin embargo algo imprevisto cuando ‘una mujer de la ciudad, una pecadora, al
enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco
de perfume y colocándose detrás junto a los pies de Jesús, llorando, se puso a
regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría
de besos y se los ungía con perfume’.
Podemos imaginar fácilmente la reacción de los comensales
que el evangelio, normalmente muy escueto en detalles, sin embargo nos refleja
el pensamiento del fariseo ante la actitud incómoda que significaba la
presencia de aquella mujer pecadora, precisamente en su casa, él que era un
fariseo, y a los pies de Jesús. ‘Si este
fuera profeta, sabría quien es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una
pecadora’. ¿Pretendería en su interior que fuera Jesús mismo el que la
apartara y la hiciera salir de aquella casa donde no había sido invitada?
Pero bien conocemos nosotros el corazón de Cristo. Ya
le echarán en cara que come con prostitutas y pecadores, cuando se mezcla con
los publicanos y hasta se atreve a hospedarse en casa de Zaqueo allá en Jericó.
Y Jesús le pone la pequeña parábola de los dos deudores que son perdonados, uno
en mayor cantidad que otro. Pero en la pregunta de Jesús está la raíz: ‘¿Cuál de los dos lo amará más?’ No le
queda otro remedio a Simón, el fariseo que reconocer que aquel a quien se le había perdonado más.
Jesús, aparte de hacerle ver que las normas de la
hospitalidad tampoco se habían cumplido del todo bien al llegar a aquella casa,
le explica cómo ha sido aquella mujer con sus lágrimas y con sus perfumes la
que está expresando cómo ha de ser acogido de verdad en nuestros corazones.
Allí hay alguien que ama mucho, aunque sea muy pecadora. Es el amor el que
tiene que resplandecer. Es el amor el que tiene que brillar; no es la
formalidad de unos ritos hospitalarios por muy bien que se realicen, sino el
amor que pongamos en nuestro corazón. Y sabiendo como sabemos a cuánto está
dispuesto a perdonarnos el Señor así será grande el amor con que nos acerquemos
a El aunque nuestra vida esté llena de pecado.
‘Por eso te digo, sus
muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se
le perdona, poco ama’.
Aquella mujer ya ha manifestado su arrepentimiento cuando se ha atrevido a
acercarse a Jesús y tener todos aquellos gestos con Jesús en sus lágrimas, en
el beso a sus pies, en el perfume derramado. Pero es que aquella mujer está expresando
todo el amor que hay en su corazón.
A la mujer le dijo: ‘Tus
pecados están perdonados… tu fe te ha salvado, vete en paz’. Pero aun
seguirá habiendo por allí corazones cerrados que no llegarán a comprender la
grandeza del perdón y el estilo del Reino de Dios. No quieren nacer de nuevo
para entrar en el Reino de Dios. Pero quien ha sabido nacer de nuevo desde el
amor y el arrepentimiento podrá marchar en paz, porque lleva el perdón en su
corazón.
¿Abriremos nosotros así nuestro corazón de pecadores a
Dios siendo capaces de poner a tope toda la capacidad de nuestro amor? Bien
sabemos cuanto es lo que el Señor nos perdona, porque deberíamos conocer bien
cuáles y cuántos son nuestros muchos pecados. Es el camino para encontrar la
paz que con el perdón nos ofrece el Señor.
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