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miércoles, 17 de septiembre de 2014

No solo cantamos al amor con bellas palabras sino que nos impregnamos del amor de Dios para amar con su amor a los hermanos

No solo cantamos al amor con bellas palabras sino que nos impregnamos del amor de Dios para amar con su amor a los hermanos

1Cor. 12, 31-13, 13; Sal. 32; Lc. 7, 31-35
Esta página de la carta a los Corintios que hoy se nos ha proclamado es una de las páginas del Nuevo Testamento por la que sienten una gran admiración la mayoría de los que la escuchan. Todos dicen que es una página muy bella, que es un bello cántico al amor, muchas parejas la escogen para la celebración de su matrimonio, pero me pregunto si la misma intensidad de la admiración que sentimos por ella es la que ponemos luego en cumplirla y realizarla en nuestra vida.
Las páginas del evangelio o de la Sagrada Escritura no son solo para que sintamos admiración por ellas y nos quedemos como extasiados ante su belleza literaria y poética. Si nos quedamos en eso estamos haciendo una reducción muy peligrosa de la Palabra de Dios, como ya es una reducción excesiva lo que se hace cuando se piensa en ella solo como expresión del amor matrimonial y conyugal.
Decir de entrada que cuando san Pablo nos hace esta descripción del amor, nos está hablando del sentido del amor cristiano, que engloba también por supuesto el amor de la pareja, el amor matrimonial, pero que hace referencia al amor que entre todos nos hemos de tener cuando queremos vivir el sentido de Cristo y cuando queremos cumplir su principal mandamiento. Es el sentido y el estilo del amor del que nos habla Jesús cuando nos dice que tenemos que amarnos los unos a los otros como a nosotros mismos, y más aún, como El nos ha amado.
El arranque parte de ahí, del amor que Dios nos tiene. No podemos desconectar el amor que entre nosotros hemos de tenernos del amor de Dios y del amor que hemos de tener a Dios, de manera que no será total el amor que le tengamos a Dios si no amamos a los demás, que para nosotros son ya unos hermanos. Dios es la fuente de nuestro amor y al mismo tiempo la meta; Dios es la fuerza de nuestro amor porque El llena nuestro corazón de su gracia y de su vida que es gracia y vida de amor; Dios es el modelo de nuestro amor, porque además no hay amor más sublime que el amor que El nos tiene. Y para que lleguemos a amarnos con un amor como el que El nos tiene derrama su Espíritu en nuestros corazones.
Es el amor que tiene que envolver totalmente nuestra vida; es el amor que dará el sentido de la mayor plenitud a cuanto hacemos y vivimos; es el amor en el que nos asemejaremos a Dios. Y claro amando con amor que tiene como fuente a Dios tendrá que ser un amor humilde y paciente, un amor generoso y sin límites; un amor que nunca condena sino que siempre disculpa, comprende y perdona; un amor que nunca nos hará sentirnos superiores ni engreídos ni permitirá ningún sentimiento oculto que pueda mermarlo desde la envidia o la desconfianza; un amor que se olvida de sí mismo para darse y para buscar siempre lo bueno, lo justo, lo bello, la verdad que nos puede dar plenitud; es el amor que se goza siempre con la alegría de los demás pero que también se hace solidario de verdad para sufrir con el que sufre; un amor que siempre buscará estar haciendo el bien.
Nos sentimos como embelesados con todo esto y nos decimos ojalá pudiéramos vivir un amor así porque realmente es lo que nos haría felices, pero no nos podemos quedarnos en la admiración sino que el amor hay que ponerlo por obra, hay que plantarlo en nuestra vida y sus frutos tendrán que notarse en las cosas buenas que hacemos los unos por los otros; no nos contentamos con decir con un amor así es verdad que haríamos un mundo mejor, sino que tenemos que comenzar a sembrar semillas de ese amor desde ya, por así decirlo, no esperando para comenzar mañana a amar con un amor así, sino comenzar a hacerlo desde ahora. El amor verdadero no se nos puede quedar en bonitas palabras ni en hermosos deseos como si fuera un bello sueño, sino que será algo que tenemos que comenzar a vivir en el día a día y en el minuto a minuto de nuestra existencia, porque entonces seríamos solamente unos bronces que resuenan o unos platillos que aturden, como nos decía san Pablo.

Como decíamos Dios es la fuente de nuestro amor y en El encontramos la fuerza para vivirlo. Miremos a Dios que es amor y nos contagiaremos de su amor; miremos a Jesús que es la expresión suprema de amor que Dios nos tiene y nos sentiremos llenos de su gracia y de su fuerza para poder amar con un amor como el de El. Alimentemos en Cristo nuestro amor; El nos ilumina con su Palabra; El nos da su gracia; El enriquece nuestra vida con la gracia de los Sacramentos. Empapémonos de amor de Dios para amar con su amor a los hermanos. 

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