Jesús llega a nosotros para disipar nuestras tinieblas de muerte y llenarnos de luz y de vida
1Cor. 12,12-14.27-31; Sal. 99; Lc. 7, 11-17
Dos comitivas que se encuentran a las puertas de la
ciudad. De Naín sale un gentío considerable que sacaban a enterrar a un joven, hijo único de una madre que era viuda.
Pero a las puertas de la ciudad llega otro gentío que vienen acompañando a
Jesús con sus discípulos. Una comitiva que podríamos llamar de muerte se
encuentra con otra comitiva que viene enarbolando la vida. Un mundo que vamos
llenando de muerte de muchas maneras, pero al que llega Jesús anunciando la
vida, trayendo vida.
Es de notar lo que siempre sucede, en todos los tiempos
y en todos los lugares. La muerte siempre impresiona y hasta nos llena de
interrogantes y miedos, pero hay ocasiones en que por las circunstancias que la
acompañan produce una reacción más fuerte en quienes nos podamos ver afectados
por ella o estemos en la cercanía de dichos acontecimientos. Es lo que sucede
en aquel momento en Naín porque muere un joven, hijo único de una madre que era viuda, y eso produce especial
sensación, y allí está la multitud impresionada acompañando a aquel cortejo. El
duelo y la tristeza los embargaban a todos sobre todo viendo el dolor de
aquella madre. ‘Una multitud considerable
de la ciudad la acompañaba’ como suele suceder en estos casos.
El evangelista nos dice que ‘al verla Jesús, le dio lástima y le dijo: no llores’. El amor del
Señor compasivo y misericordioso. Una palabra de consuelo que va a ir más allá
y no se queda en palabras. ‘Se acercó al ataúd,
lo tocó, los que lo llevaban se pararon, y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo,
levántate! Y el muerto se incorporó’, volvió a la vida.
Cuántas cosas podemos descubrir aquí. Es la cercanía de
Jesús y es su corazón compasivo. Le dio lástima y se acercó, y le habló a
aquella madre. ‘No llores’, no nos dejemos embargar por el dolor de la muerte dejando que las
tinieblas nos envuelvan. Allí está Jesús
el que viene a vencer la muerte con su muerte para darnos vida. Allí está Jesús
el que más tarde en Betania nos dirá que
El es la resurrección y la vida y quien cree en El no morirá para siempre.
Nos está hablando Jesús con sus palabras y con sus
gestos de vida y de resurrección; nos está enseñando que no temamos la muerte si
estamos con El, porque El ha venido a traernos vida y vida que dure para
siempre. Nos está señalando Jesús que hay otra muerte que va más allá de la
muerte de nuestro cuerpo, si dejamos meter las tinieblas en nuestra vida;
tinieblas que serán nuestro pecado, pero que son nuestras dudas y nuestras
indiferencias, nuestros temores, nuestras cobardías y nuestras inconstancias, nuestros
miedos, nuestras angustias y nuestras desesperanzas, nuestra falta de amor.
Jesús es la luz que viene a disipar todas esas
tinieblas; con Jesús nos sentimos seguros, nos sentimos fuertes y con deseos de
caminar con ilusión y con esperanza, alejando de nosotros dudas y temores. Con
Jesús que es nuestra verdad absoluta las dudas se disipan y los miedos
desaparecen; con Jesús ya encontramos un sentido para nuestro vivir pero también
para nuestro sufrir y hasta para el hecho de la muerte corporal que un día nos
llegará.
Jesús es la vida y quiere disipar todo lo que sean
tinieblas de muerte en nuestra vida; con Jesús nos sentimos resucitados porque
nos arranca de la muerte y del pecado, llenos de amor y con ganas de amar más;
con Jesús nuestro corazón se llena de misericordia y compasión para saber estar
al lado del que sufre, y aprendemos de Jesús a detenernos en el camino de la
vida para darnos cuenta del hermano que sufre y que está a nuestro lado y que
necesita nuestra mano para levantarse de su dolor, de nuestra palabra que le dé
animo y le consuele, y de nuestros gestos de amor para que comience ya a creer
también en la vida.
Jesús llega a nuestra vida y también nos tiende la mano
para levantarnos. Viene a nuestro lado para que se nos despierte la fe y
comencemos a creer en El de verdad y poner en El toda nuestra esperanza. Con El
sabemos que la muerte no tiene la última palabra porque El nos llama a la vida
eterna y si un día hemos de enfrentarnos a nuestra propia muerte, sabemos que
es un paso y que más allá nos aguarda una vida eterna para cuantos creemos en
El de verdad.
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