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martes, 16 de septiembre de 2014

Jesús llega a nosotros para disipar nuestras tinieblas de muerte y llenarnos de luz y de vida

Jesús llega a nosotros para disipar nuestras tinieblas de muerte y llenarnos de luz y de vida

1Cor. 12,12-14.27-31; Sal. 99; Lc. 7, 11-17
Dos comitivas que se encuentran a las puertas de la ciudad. De Naín sale un gentío considerable que sacaban a enterrar a un joven, hijo único de una madre que era viuda. Pero a las puertas de la ciudad llega otro gentío que vienen acompañando a Jesús con sus discípulos. Una comitiva que podríamos llamar de muerte se encuentra con otra comitiva que viene enarbolando la vida. Un mundo que vamos llenando de muerte de muchas maneras, pero al que llega Jesús anunciando la vida, trayendo vida.
Es de notar lo que siempre sucede, en todos los tiempos y en todos los lugares. La muerte siempre impresiona y hasta nos llena de interrogantes y miedos, pero hay ocasiones en que por las circunstancias que la acompañan produce una reacción más fuerte en quienes nos podamos ver afectados por ella o estemos en la cercanía de dichos acontecimientos. Es lo que sucede en aquel momento en Naín porque muere un joven, hijo único de una madre que era viuda, y eso produce especial sensación, y allí está la multitud impresionada acompañando a aquel cortejo. El duelo y la tristeza los embargaban a todos sobre todo viendo el dolor de aquella madre. ‘Una multitud considerable de la ciudad la acompañaba’ como suele suceder en estos casos.
El evangelista nos dice que ‘al verla Jesús, le dio lástima y le dijo: no llores’. El amor del Señor compasivo y misericordioso. Una palabra de consuelo que va a ir más allá y no se queda en palabras. ‘Se acercó al ataúd, lo tocó, los que lo llevaban se pararon, y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! Y el muerto se incorporó’, volvió a la vida.
Cuántas cosas podemos descubrir aquí. Es la cercanía de Jesús y es su corazón compasivo. Le dio lástima y se acercó, y le habló a aquella madre.  ‘No llores’, no nos dejemos embargar por  el dolor de la muerte dejando que las tinieblas nos envuelvan.  Allí está Jesús el que viene a vencer la muerte con su muerte para darnos vida. Allí está Jesús el que más tarde en Betania nos dirá que El es la resurrección y la vida y quien cree en El no morirá para siempre.
Nos está hablando Jesús con sus palabras y con sus gestos de vida y de resurrección; nos está enseñando que no temamos la muerte si estamos con El, porque El ha venido a traernos vida y vida que dure para siempre. Nos está señalando Jesús que hay otra muerte que va más allá de la muerte de nuestro cuerpo, si dejamos meter las tinieblas en nuestra vida; tinieblas que serán nuestro pecado, pero que son nuestras dudas y nuestras indiferencias, nuestros temores, nuestras cobardías y nuestras inconstancias, nuestros miedos, nuestras angustias y nuestras desesperanzas, nuestra falta de amor.
Jesús es la luz que viene a disipar todas esas tinieblas; con Jesús nos sentimos seguros, nos sentimos fuertes y con deseos de caminar con ilusión y con esperanza, alejando de nosotros dudas y temores. Con Jesús que es nuestra verdad absoluta las dudas se disipan y los miedos desaparecen; con Jesús ya encontramos un sentido para nuestro vivir pero también para nuestro sufrir y hasta para el hecho de la muerte corporal que un día nos llegará.
Jesús es la vida y quiere disipar todo lo que sean tinieblas de muerte en nuestra vida; con Jesús nos sentimos resucitados porque nos arranca de la muerte y del pecado, llenos de amor y con ganas de amar más; con Jesús nuestro corazón se llena de misericordia y compasión para saber estar al lado del que sufre, y aprendemos de Jesús a detenernos en el camino de la vida para darnos cuenta del hermano que sufre y que está a nuestro lado y que necesita nuestra mano para levantarse de su dolor, de nuestra palabra que le dé animo y le consuele, y de nuestros gestos de amor para que comience ya a creer también en la vida.

Jesús llega a nuestra vida y también nos tiende la mano para levantarnos. Viene a nuestro lado para que se nos despierte la fe y comencemos a creer en El de verdad y poner en El toda nuestra esperanza. Con El sabemos que la muerte no tiene la última palabra porque El nos llama a la vida eterna y si un día hemos de enfrentarnos a nuestra propia muerte, sabemos que es un paso y que más allá nos aguarda una vida eterna para cuantos creemos en El de verdad.

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