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sábado, 13 de septiembre de 2014

Los cimientos de una verdadera espiritualidad cristiana que nos lleven a dar buenos frutos

Los cimientos de una verdadera espiritualidad cristiana que nos lleven a dar buenos frutos

1Cor. 10, 14-22; Sal. 115; Lc. 6, 43-49
¿Las obras de nuestra vida denotarán el árbol bueno que llevamos en nuestro corazón? Será quizá la pregunta que tengamos que hacernos tras escuchar el evangelio proclamado. Porque viene el Señor a ayudarnos a que nos interroguemos por dentro con toda sinceridad por nuestra vida.
‘Cada árbol se conoce por su fruto’, nos está diciendo Jesús. Por eso, repito, tenemos que ver los frutos que damos en nuestra vida. Y no nos vale decir que nosotros somos buenos, que tenemos buenas intenciones, ni hasta que rezamos mucho. Tenemos que hacerlo, es cierto,  y tenemos que ser buenos, pero no solo porque lo digamos sino porque estemos dando frutos de obras buenas.
Pero, como decíamos, tenemos que analizarlo con toda sinceridad, porque bien sabemos cuales son nuestras tentaciones; hemos de ser sinceros y analizar con detalle nuestras palabras, nuestras obras, nuestros gestos, esos prontos que nos salen de dentro muchas veces llenos de violencias o de resentimientos, de desconfianzas o de envidias. Y esas cosas van manchando nuestra vida.
Ya en otra ocasión Jesús nos decía en el evangelio que no es lo que entra lo mancha el corazón del hombre y lo hace impuro, en referencia a todas aquellas normas y preceptos que se habían creado declarando cosas o animales puros o impuros y que se podrían comer o no porque podrían hacer impuro el corazón del hombre. El nos dice que lo que sale del corazón del hombre es lo que hace impuro al hombre, porque ahí dentro de nosotros tenemos la codicia y la envidia, la maldad y el egoísmo, los malos sentimientos y las malas ideas, y ‘lo que rebosa del corazón lo habla la boca’, como hoy nos dice.
‘¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?’ Ya nos decía en otro momento paralelo a este que ‘no todo el que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre’. Y nos pone la comparación de los cimientos sobre los que edificamos la casa. ¿Serán roca firme o serán arena? A nadie se le ocurriría edificar sin tener una firme cimentación sobre roca, porque sabríamos de seguro que ante cualquier temporal la casa se nos vendría abajo.
Nos puede suceder que vamos edificando así nuestra vida. Con cuánta superficialidad vamos construyendo nuestra vida, porque simplemente nos vamos dejando llevar por lo más fácil o lo más cómodo o por lo que todos hacen. Siempre decimos que hemos de darle una espiritualidad profunda para que podamos lanzarnos a lo alto, a lo más grande, a lo más hermoso. Un árbol que no tiene raíces pronto lo veremos caer arrancado de la tierra donde está plantado. Para crecer tenemos que tener esas raíces hondas. Para crecer hacia arriba, antes hay que crecer en profundidad hacia dentro.
¿Dónde vamos a cimentar nuestra vida o donde vamos a ahondar esas raíces del árbol de nuestra vida? ¿Dónde tienen que estar las raíces o los cimientos de nuestra espiritualidad cristiana? No puede ser una religiosidad superficial basada en rutinas o banalidades. Es en Cristo donde tenemos que cimentar nuestra vida. Por eso es tan importante para nosotros su Palabra; que la escuchemos con fe y atención; que la meditemos, la rumiemos para ir de verdad impregnándonos del Espíritu de Cristo que nos transformemos en El.
Por eso es tan importante la oración en la vida del cristiano para unirnos a Cristo, para llenarnos de Dios, para sentir la luz y presencia de su gracia que nos orienta la vida y nos da fortaleza para nuestro caminar. Un cristiano tiene que ser siempre una persona de oración, pero de una oración profunda que le haga vivir la presencia y la fuerza del Señor. Importante también la vida sacramental para llenarnos de la gracia del Señor.
Será así como iremos ahondando en nuestra espiritualidad, poniendo los verdaderos cimientos de nuestra vida cristiana que nos harán mejorar, que nos harán crecer, que harán que lleguemos a dar frutos de verdad, como árboles buenos, tal como nos dice hoy Jesús. Mucho más tendríamos que hablar de todo eso.

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