Las bienaventuranzas son también para nosotros hoy un mensaje de esperanza que nos lleva a tener alegría y paz en el corazón
1Cor. 7, 25-31; Sal. 44; Lc. 6, 20-26
Las palabras de Jesús nos interpelan, no nos dejan
tranquilos, nos hacen pensar. Esto que estamos escuchando hoy en el Evangelio
¿es una utopía? ¿un sueño o un deseo? ¿un interrogante, quizá? ¿algo quizá que
desconcierta? No podemos pasar por las palabras de Jesús a la ligera, ni
podemos dejar que pasen por nosotros y no nos dejen huella.
Pero ahí está el mensaje de las bienaventuranzas, como
decimos siempre, la carta magna del cristianismo, el llamado sermón del monte,
que en el evangelio de san Mateo es mucho más extenso. Pero quizá aquí en el
evangelio de san Lucas las podemos escuchar más en su crudeza. Habla
sencillamente de los pobres, de los que tienen hambre, de los que lloran, y de
los que son odiados. Y de ellos Jesús les dice que es el Reino de Dios, que
quedarán saciados, las lágrimas se transformarán en risa y alegría que no teman
si son odiados sino que se llenen de alegría y salten de gozo porque será
grande la recompensa en el cielo.
Trato de situarme en el marco que nos ha descrito el
evangelista para estas palabras con aquellas gentes que habían venido a
escucharle y a que les curara de sus dolencias, desde Judea y Jerusalén o desde
Tiro y Sidón, o sea, desde toda Palestina. Y ya sabemos que los que
principalmente están ante Jesús son los pobres y los enfermos, los que lo
estaban pasando mal, aquellos que quizá en sus sufrimientos de todo tipo han
perdido todas sus esperanzas, los de corazón inquieto que estaban siempre en
búsqueda de algo nuevo y mejor, aquellos quizá que no encajaban en ninguna
parte y hasta eran mal mirados por los demás por sus inquietudes o por su
manera de hacer las cosas.
No eran precisamente a los que les iba bien en la vida
y que ya se sentían satisfechos de si mismos los que hicieran grandes
recorridos por escuchar al profeta de Nazaret; no eran los que se sentían
llenos de cosas en las que ponían su felicidad los que estuvieran más
dispuestos a escuchar el mensaje nuevo de Jesús.
Por eso aquellas palabras de Jesús en las que les decía
que a pesar de todos los males que sufrían eran dichosos y felices serían de
gran impacto, despertarían quizá esperanzas en sus corazones porque
vislumbraban un mundo nuevo, aunque quizá aun no supieran bien como iba a ser,
donde iban a ser felices y ver saciadas sus inquietudes. Las palabras de Jesús
estaban quizá planteándoles qué es lo que realmente es importante en la vida,
cuál es el verdadero camino de felicidad y de plenitud, y cómo habría quizá que
relativizar cosas que hasta entonces podían considerar importantes o
esenciales.
Es quizá también en lo que nos quiere hacer pensar
Jesús a nosotros, que venimos aquí también con nuestras pobrezas o nuestros
sufrimientos, con nuestras debilidades y
con nuestros achaques quizá debido a los años, con nuestros problemas o también
con los problemas de los demás que queremos hacer nuestros, con nuestras
angustias o nuestras inquietudes por algo nuevo y distinto. Estas palabras de
Jesús también tienen que llegar a nuestro corazón para que vislumbremos el
camino que el quiere enseñarnos a seguir cuando nos invita a vivir el Reino de
Dios.
Jesús nos están enseñando también cómo a pesar de todas
esas cosas que afectan nuestra vida también puede haber alegría y paz en
nuestro corazón. Es lo que nunca podemos perder. El quiere estar en el centro
de nuestra vida, porque teniendole a El con nosotros nos daremos cuenta donde
podremos encontrar esa verdadera felicidad y alegría, esa verdadera paz. El es
nuestra fuerza, nuestra vida, nuestra esperanza.
El está con nosotros fortaleciendonos con su gracia y
haciendo que podamos tener esa paz en el corazon si somos capaces de poner más
amor en nuestra vida, si somos capaces de pensar un poco más en los otros antes
que en nosotros mismos, si somos capaces de compartir solidariamente el
sufrimiento y las angustias de los demás, si somos capaces de tener una palabra
de consuelo y de animo para los otros. Jesús nos hace encontrar lo que
verdaderamente llena de plenitud nuestra vida.
El mensaje de las bienaventuranzas es también para
nosotros. No es una utopía ni un sueño irrealizable, sino algo que podemos
vivir porque su amor llena de esperanza nuestra vida; y cuando hay esperanza
podemos tener alegría en el corazón y podemos tener paz. Es vivir el Reino de
Dios.
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