Celebramos el nacimiento de María, esperanza y aurora de salvación
Miqueas, 5, 2-5; Sal. 12; Mt. 1, 1-16. 18-23
‘Celebremos con
devoción, en este día el nacimiento de María, Virgen perpetua y Madre de Dios,
cuya vida ilustre da esplendor a todas las Iglesias’. Esta es una de las antífonas con
que la liturgia de este día canta a María en la celebración de su nacimiento.
Es muy significativo que en el conjunto de la liturgia
de este día algo que se repite en sus antífonas es la mención a que el
nacimiento de María fue como una aurora, un anuncio de una nueva luz que nos
iba a iluminar, que ya comenzaba a resplandecer para el mundo con su
nacimiento. ‘Cuando nació la santísima
Virgen, el mundo se iluminó; ¡dichosa estirpe, raíz santa, bendito su fruto!’,
canta otra de las antífonas. Su nacimiento,
se nos dice en una de las oraciones, fue ‘esperanza y aurora de salvación’.
Nos gozamos hoy nosotros en esta fiesta de María, con
la que la invocamos en numerosas y diversas advocaciones en este día: Virgen de
la Luz la celebramos en muchos de nuestros pueblos, Virgen de los Remedios como
lo hacemos en nuestra propia catedral y en otros lugares, Virgen del Pino que
se celebra en la diócesis hermana de Canarias, y así tantas y tantas
advocaciones, que muestran el fervor y el amor que le tenemos a María y como
nos alegramos y festejamos su nacimiento.
En el designio amoroso de Dios El la había escogido
desde toda la eternidad para ser su Madre y la hizo Inmaculada y Purísima desde
el primer instante de su Concepción. Pudo y quiso Dios hacerlo porque ¿cómo no
la iba a hacer llena de toda gracia si en sus entrañas iba a encarnarse el Hijo
de Dios para hacerse hombre y ser Dios con nosotros?
María es ese primer sagrario de Dios porque a Dios
mismo llevó en su seno; no podía menos que llamarla ‘la llena de gracia’ el ángel que venía a traerle la Buena Nueva, el
anuncio divino de que había sido escogida para ser la madre de Dios. Con razón
le decía el ángel que el Señor estaba con ella cuando el hijo que de ella iba a
nacer sería para nosotros Emmanuel, Dios con nosotros, y que llevando el nombre
de Jesús venia a expresar cómo Dios nos salva y a nosotros también nos llena de
gracia.
Si contemplamos la grandeza de María y consideramos lo
suficiente lo que era el designio de Dios es lógico y normal que ahora en su
nacimiento toda la humanidad cante a María, porque con su nacimiento estamos
viendo como en un amanecer llegar para nosotros los resplandores del Sol que
viene de lo alto y nos trae la salvación. ‘Han
comenzado a soplar los vientos que anuncian la salvación’ que dice la
liturgia bizantina de esta fiesta del nacimiento de María.
Ella como en primicia está siendo participe de los
frutos de la redención porque cuanto en virtud de los méritos de Cristo fue
preservada de todo pecado desde el primer instante de su Concepción. Pero en
ella vemos también una primicia de la salvación, porque ella es una de los
nuestros por así decirlo y con ella estamos viendo cómo toda la humanidad va a
alcanzar esa gracia y esa salvación.
Festejamos, celebramos y felicitamos a María en su
nacimiento. ¿No recordamos cada año la fecha del nacimiento de aquellos seres a
los que apreciamos y los felicitamos en su día deseándole toda clase de
parabienes? Así queremos felicitar hoy a María. Pero es que cuando festejamos y
celebramos su nacimiento somos nosotros los que tenemos que felicitarnos por el
regalo tan maravilloso que nos hizo Dios al darnos a María.
Y festejarnos y alegrarnos con María es querer gozarnos
con sus alegrías, es cultivar en nosotros sus mismas esperanzas manteniendo
viva nuestra fe a la manera como fue la fe de María, es queremos llenarnos e
inundarnos de su mismo amor porque es lo que en María vemos de manera especial
resplandecer y en lo que nosotros, copiando a María, hemos de resplandecer
también en nuestra vida. Es la mejor felicitación que podemos ofrecer a María
en el día de su nacimiento. Es en lo que ha de gozarse la Iglesia toda cuando
siente esa protección maternal de María y hoy quiere celebrarla con inmensa
alegría.
Celebramos, pues, con la liturgia y con inmensa alegría
el nacimiento de María, la Virgen, de ella salió el Sol de justicia, Cristo,
nuestro Dios. Con razón la llamamos Madre, Reina y Señora de la Luz, porque es
la Madre de Jesús, por citar algunas de las adovaciones de la fiesta de este
día. Con María desbordamos de gozo en el
Señor.
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