Concédenos a quienes recurrimos a la protección de María ser confortados por la invocación de su santo nombre
Ecls. 24, 17-22; Sal: Lc. 1,46-54; Lc. 1, 26-38
El Señor Dios te ha
bendecido, Virgen María, más que a todas las mujeres de la tierra; ha glorificado
tu nombre de tal modo, que tu alabanza está siempre en la boca de todos’. Es la antífona con que ha comenzado
hoy la liturgia esta celebración de María con la que queremos glorificar su
santo nombre.
Palabras tomadas de aquellas con las que el pueblo aclamaba
a Judit que con su valor había liberado al pueblo del opresor y que la liturgia
quiere aplicar a María, dando así cumplimiento al mismo tiempo a sus propias
palabras proféticas en el Magnificat donde proclamaba que todas las
generaciones la felicitarían. ‘Tu
alabanza está siempre en la boca de todos’. Así queremos nosotros alabar a
María, pero bendecir sobre todo al Señor que la hizo instrumento de salvación
para nosotros al traernos al Salvador.
En el evangelio hemos escuchado el relato de la embajada
angélica. ‘El ángel Gabriel fue enviado
por Dios… a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de
David; la virgen se llamaba María’. Es el dulce nombre de la Madre de Dios
y nuestra Madre, que hoy nosotros queremos celebrar. Pero si nos fijamos en el
fondo de la celebración en los diversos textos y oraciones que nos ofrece la
liturgia hay una triple referencia al nombre, aunque nos estemos fijando de
manera especial en María, pero que las vemos íntimamente interrelacionadas.
Hay una referencia constante al santo nombre de Dios,
al nombre, más bien, de Jesús. No solo es el cántico de María, que hemos
recitado en el salmo, donde bendice y alaba el nombre de Dios - ‘santo es su nombre’, proclama María - sino
que en el prefacio de manera especial se dice: ‘En el nombre de Jesús se nos da la salvación, y ante El se dobla toda
rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo’, recordándonos aquel
himno cristológico que nos traerá la carta de san Pablo y que nos recuerda
también que no hay otro nombre en el que podamos obtener la salvación. Toda
fiesta de María, toda referencia que hagamos siempre de María contemplando su
grandeza la hemos de contemplar siempre relación a Jesús, siempre dentro del
misterio de Cristo porque El es nuestro único Salvador.
Está, en segundo lugar, la referencia al nombre de
María de manera especial en esta celebración de hoy. ¿Qué nos dice el nombre de
María? Como nos decía el libro del Eclesiástico ‘mi nombre es más dulce que la miel y mi herencia, mejor que los
panales’. Es ese nombre de María que endulza nuestra boca al invocarlo y
llena del sabor divino nuestro corazón.
Decir María es decir ‘la llena de gracia’, la inundada de la presencia del Señor,
aquella sobre la que el Señor volvió su rostro y la llenó de gracia, la
agraciada del Señor que podemos decir, y la hizo toda pura y santa, la que está
llena del Espíritu de Dios que la cubrió con su sombra para que de ella naciera
hecho hombre el Hijo de Dios. Nombre glorioso el de María que ‘ha sido glorificada de tal modo, como recordábamos con la
antífona, que su alabanza está siempre en
la boca de todos’.
Decir el nombre de María es decir Madre, ese dulce
nombre con que la llamó el mismo Hijo de Dios, pero que también nosotros
podemos pronunciar con el mismo amor porque fue el regalo hermoso que nos dejó
Jesús desde la Cruz. Jesús, el Señor, ‘al
expirar en la cruz quiso que la virgen María, elegida por El como madre suya,
fuese en adelante nuestra madre’, como hemos expresado en la oración
litúrgica. Cómo podemos saborear desde entonces ese dulce nombre de María.
Decir María es sentirnos para siempre confortados con
su protección maternal cuando con devoción y amor de tantas maneras invocamos
su nombre. ‘Con frecuencia está el nombre
de María en nuestros labios porque la contemplamos como estrella luminosa,
invocándola como madre en los peligros sintiéndonos siempre seguros cuando
acudimos a ella’, como expresamos también en el prefacio. ¿Cuántas veces
invocamos el nombre de María a lo largo del día? Pensemos en las avemarías que
rezamos, en las jaculatorias con que invocamos a María. Estamos expresando así
la confianza y el amor de los hijos que invocan a la Madre, pero estamos al
mismo tiempo glorificar el nombre de Jesús, porque siempre María nos llevará de
la mano hasta Jesús.
Hablábamos de una triple referencia al nombre y es que
nos queda nuestro nombre de cristianos. Y es que en la oración final de la
Eucaristía de esta memoria de la Virgen pediremos que ‘bajo la guía y la protección de la Virgen, confortados con la gracia
de los sacramentos, rechacemos lo que es indigno del nombre cristiano y
cumplamos cuanto en él se significa’. Hemos de pensar en la dignidad del
nombre de cristiano que llevamos marcado en nuestra vida desde nuestra
consagración bautismal; pero hemos de saber vivir conforme a esa dignidad con
una vida santa.
Cada día decimos cuando rezamos el padrenuestro ‘santificado sea tu nombre’; ¿cómo vamos
a santificar el nombre de Dios, que ya
por si mismo es santo? Viviendo conforme a la dignidad de nuestro nombre
cristiano, viviendo una vida santa. Que no haya nada en nuestra vida que
desdiga ese dignidad de cristianos que hemos de llevar con todo orgullo.
Invocamos el nombre de María, para que así recordemos nuestra condición;
invocamos el dulce nombre de María, para que así sintamos la protección de
nuestra Madre y nos alejemos del pecado y vivamos para siempre en la gracia del
Señor.
‘Concédenos a quienes
recurrimos a la protección de María ser confortados por la invocación de su
santo nombre’ como
hemos pedido en la oración litúrgica.
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