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viernes, 12 de septiembre de 2014

Concédenos a quienes recurrimos a la protección de María ser confortados por la invocación de su santo nombre

Concédenos a quienes recurrimos a la protección de María ser confortados por la invocación de su santo nombre

Ecls. 24, 17-22; Sal: Lc. 1,46-54; Lc. 1, 26-38
El Señor Dios te ha bendecido, Virgen María, más que a todas las mujeres de la tierra; ha glorificado tu nombre de tal modo, que tu alabanza está siempre en la boca de todos’. Es la antífona con que ha comenzado hoy la liturgia esta celebración de María con la que queremos glorificar su santo nombre.
Palabras tomadas de aquellas con las que el pueblo aclamaba a Judit que con su valor había liberado al pueblo del opresor y que la liturgia quiere aplicar a María, dando así cumplimiento al mismo tiempo a sus propias palabras proféticas en el Magnificat donde proclamaba que todas las generaciones la felicitarían. ‘Tu alabanza está siempre en la boca de todos’. Así queremos nosotros alabar a María, pero bendecir sobre todo al Señor que la hizo instrumento de salvación para nosotros al traernos al Salvador.
En el evangelio hemos escuchado el relato de la embajada angélica. ‘El ángel Gabriel fue enviado por Dios… a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María’. Es el dulce nombre de la Madre de Dios y nuestra Madre, que hoy nosotros queremos celebrar. Pero si nos fijamos en el fondo de la celebración en los diversos textos y oraciones que nos ofrece la liturgia hay una triple referencia al nombre, aunque nos estemos fijando de manera especial en María, pero que las vemos íntimamente interrelacionadas.
Hay una referencia constante al santo nombre de Dios, al nombre, más bien, de Jesús. No solo es el cántico de María, que hemos recitado en el salmo, donde bendice y alaba el nombre de Dios - ‘santo es su nombre’, proclama María - sino que en el prefacio de manera especial se dice: ‘En el nombre de Jesús se nos da la salvación, y ante El se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo’, recordándonos aquel himno cristológico que nos traerá la carta de san Pablo y que nos recuerda también que no hay otro nombre en el que podamos obtener la salvación. Toda fiesta de María, toda referencia que hagamos siempre de María contemplando su grandeza la hemos de contemplar siempre relación a Jesús, siempre dentro del misterio de Cristo porque El es nuestro único Salvador.
Está, en segundo lugar, la referencia al nombre de María de manera especial en esta celebración de hoy. ¿Qué nos dice el nombre de María? Como nos decía el libro del Eclesiástico ‘mi nombre es más dulce que la miel y mi herencia, mejor que los panales’. Es ese nombre de María que endulza nuestra boca al invocarlo y llena del sabor divino nuestro corazón.
Decir María es decir ‘la llena de gracia’, la inundada de la presencia del Señor, aquella sobre la que el Señor volvió su rostro y la llenó de gracia, la agraciada del Señor que podemos decir, y la hizo toda pura y santa, la que está llena del Espíritu de Dios que la cubrió con su sombra para que de ella naciera hecho hombre el Hijo de Dios. Nombre glorioso el de María que ‘ha sido glorificada de tal modo, como recordábamos con la antífona, que su alabanza está siempre en la boca de todos’.
Decir el nombre de María es decir Madre, ese dulce nombre con que la llamó el mismo Hijo de Dios, pero que también nosotros podemos pronunciar con el mismo amor porque fue el regalo hermoso que nos dejó Jesús desde la Cruz. Jesús, el Señor, ‘al expirar en la cruz quiso que la virgen María, elegida por El como madre suya, fuese en adelante nuestra madre’, como hemos expresado en la oración litúrgica. Cómo podemos saborear desde entonces ese dulce nombre de María.
Decir María es sentirnos para siempre confortados con su protección maternal cuando con devoción y amor de tantas maneras invocamos su nombre. ‘Con frecuencia está el nombre de María en nuestros labios porque la contemplamos como estrella luminosa, invocándola como madre en los peligros sintiéndonos siempre seguros cuando acudimos a ella’, como expresamos también en el prefacio. ¿Cuántas veces invocamos el nombre de María a lo largo del día? Pensemos en las avemarías que rezamos, en las jaculatorias con que invocamos a María. Estamos expresando así la confianza y el amor de los hijos que invocan a la Madre, pero estamos al mismo tiempo glorificar el nombre de Jesús, porque siempre María nos llevará de la mano hasta Jesús.
Hablábamos de una triple referencia al nombre y es que nos queda nuestro nombre de cristianos. Y es que en la oración final de la Eucaristía de esta memoria de la Virgen pediremos que ‘bajo la guía y la protección de la Virgen, confortados con la gracia de los sacramentos, rechacemos lo que es indigno del nombre cristiano y cumplamos cuanto en él se significa’. Hemos de pensar en la dignidad del nombre de cristiano que llevamos marcado en nuestra vida desde nuestra consagración bautismal; pero hemos de saber vivir conforme a esa dignidad con una vida santa.
Cada día decimos cuando rezamos el padrenuestro ‘santificado sea tu nombre’; ¿cómo vamos a santificar el nombre de Dios,  que ya por si mismo es santo? Viviendo conforme a la dignidad de nuestro nombre cristiano, viviendo una vida santa. Que no haya nada en nuestra vida que desdiga ese dignidad de cristianos que hemos de llevar con todo orgullo. Invocamos el nombre de María, para que así recordemos nuestra condición; invocamos el dulce nombre de María, para que así sintamos la protección de nuestra Madre y nos alejemos del pecado y vivamos para siempre en la gracia del Señor.

‘Concédenos a quienes recurrimos a la protección de María ser confortados por la invocación de su santo nombre’ como hemos pedido en la oración litúrgica.

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