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jueves, 11 de septiembre de 2014

Jesús nos enseña la revolución del amor que será la única que puede transformar nuestro mundo

Jesús nos enseña la revolución del amor que será la única que puede transformar nuestro mundo

1Cor. 8, 1-7.11.13; Sal. 138; Lc. 6, 27-38
Alguien ha escrito que ‘nos encontramos con el trozo más revolucionario del Evangelio’. Quizá nos hemos acostumbrado a escucharlo, pero reconozcamos que aunque lo hemos escuchado y comentado muchas veces es una página que se nos atraviesa y no se nos hace fácil ponerla en práctica.
Como siempre digo, trato de ponerme en la situación de quienes escucharon por primera vez estas palabras directamente de labios de Jesús, que si ya les había sido sorprendente lo que le escuchaban en el principio del sermón del monte con el anuncio de las bienaventuranzas - las escuchábamos ayer -, no sería menos la sorpresa ante lo que les siguió diciendo Jesús y que hoy escuchamos.
Amor a los enemigos, bendiciones para quienes nos maldicen, oraciones por los que nos injurian, responder a la violencia con gestos de mansedumbre y amor, dar a cualquiera que nos pida y prestar sin esperar que se nos devuelva son cosas bien sorprendentes que no caben en los esquemas de actuación que solemos tener en nuestra cabeza y en nuestra manera de hacer o relacionarnos con los demás.
Pero Jesús está anunciando un mundo nuevo al que llamamos Reino de Dios y ya nos pedía desde el principio que para aceptar esa Buena Nueva que El nos venía a proclamar había que cambiar totalmente los esquemas de nuestra vida. Conversión, nos pedía, pero nos acostumbramos a la palabra y ya no le damos el sentido profundo que tiene que sentir. Es dar la vuelta totalmente a nuestra manera de actuar, si en verdad queremos poner a Dios en el centro de nuestra vida. Eso es el Reino de Dios, poner a Dios en el centro, que vendrá a ser entonces toda la motivación de lo que hagamos y todo el sentido de nuestro vivir.
Como tantas veces hemos reflexionado, no se trata de seguir con las mismas cosas o con la misma manera de vivir si en verdad nos convertimos a Dios porque en El hemos encontrado la salvación y el sentido de nuestra vida. Seguir con lo mismo significa que no hemos encontrado aun el sentido del evangelio. Y tras veinte siglos aun seguimos renqueando porque aunque nos llamemos cristianos y todo eso que decimos aun no nos hemos impregnado totalmente del espíritu y del sentido del evangelio. ¿No es señal de eso que nos sintamos sorprendidos con páginas del evangelio como esta que hemos escuchado y que tanto nos cuesta vivir?
Es la revolución del amor la que nos viene a proponer Jesús. Muchas revoluciones y guerras nos hacemos cuando decimos que queremos mejorar nuestro mundo, pero todas nos llevarán al fracaso porque siempre la violencia va a engendrar más violencia y todo va a ser como una espiral que no se acaba sino que se agranda.
La espiral que tenemos que meter en nuestro mundo es la del amor. Y a esto es a lo que nos enseña Jesús hoy cuando nos habla del amor a los enemigos, o nos dice que tenemos que bendecir a los que nos maldicen o rezar por aquellos que nos hacen daño; es lo que nos enseña Jesús cuando nos dice que nunca tenemos que responder con violencia a quien nos injuria o nos hace violencia y como Jesús nos ha dejado una frase bien significativa de poner la otra mejilla, ya no nos lo tomamos en serio y no llegamos a responder con amor a quienes nos odian o nos hacen daño, sea cual sea.
Os digo una cosa, cuando nos vemos insultados o tratados mal seguro que lo pasamos mal y nos surge pronto dentro de nosotros esos deseos de venganza y de respuesta violenta; te digo, intenta, aunque te cueste, rezar no solo para que el Señor te ayude a soportar pacientemente ese mal que te hayan podido hacer, sino a rezar por aquellos que te injurian o hacen daño, y vas a sentir una paz en tu interior que vale más que todos los oros del mundo. No es la venganza la que te dará paz o satisfacción, es esa respuesta de amor hecha oración la que va a producir la paz más hermosa en tu corazón.
Y ¿dónde encontramos el motivo y la fuerza para todo esto?  ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo’, nos viene a decir. Nuestro modelo está en el amor de Dios. Un amor que nosotros hemos de vivir en su mismo estilo y en su misma medida. El amor de Dios no tiene fronteras y así ha de ser nuestro amor. Porque si nos decimos amados de Dios, pero luego nosotros amamos con un amor lleno de límites, porque amamos solo a los que nos aman, porque hacemos el bien solo a los que nos hacen el bien, ¿en qué nos estamos diferenciando? Nuestro modelo y nuestro estilo es el amor de Dios.

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