Jesús nos enseña la revolución del amor que será la única que puede transformar nuestro mundo
1Cor. 8, 1-7.11.13; Sal. 138; Lc. 6, 27-38
Alguien ha escrito que ‘nos encontramos con el trozo más revolucionario del Evangelio’.
Quizá nos hemos acostumbrado a escucharlo, pero reconozcamos que aunque lo
hemos escuchado y comentado muchas veces es una página que se nos atraviesa y
no se nos hace fácil ponerla en práctica.
Como siempre digo, trato de ponerme en la situación de
quienes escucharon por primera vez estas palabras directamente de labios de
Jesús, que si ya les había sido sorprendente lo que le escuchaban en el
principio del sermón del monte con el anuncio de las bienaventuranzas - las
escuchábamos ayer -, no sería menos la sorpresa ante lo que les siguió diciendo
Jesús y que hoy escuchamos.
Amor a los enemigos, bendiciones para quienes nos
maldicen, oraciones por los que nos injurian, responder a la violencia con
gestos de mansedumbre y amor, dar a cualquiera que nos pida y prestar sin
esperar que se nos devuelva son cosas bien sorprendentes que no caben en los
esquemas de actuación que solemos tener en nuestra cabeza y en nuestra manera
de hacer o relacionarnos con los demás.
Pero Jesús está anunciando un mundo nuevo al que
llamamos Reino de Dios y ya nos pedía desde el principio que para aceptar esa
Buena Nueva que El nos venía a proclamar había que cambiar totalmente los
esquemas de nuestra vida. Conversión, nos pedía, pero nos acostumbramos a la
palabra y ya no le damos el sentido profundo que tiene que sentir. Es dar la
vuelta totalmente a nuestra manera de actuar, si en verdad queremos poner a
Dios en el centro de nuestra vida. Eso es el Reino de Dios, poner a Dios en el
centro, que vendrá a ser entonces toda la motivación de lo que hagamos y todo el
sentido de nuestro vivir.
Como tantas veces hemos reflexionado, no se trata de
seguir con las mismas cosas o con la misma manera de vivir si en verdad nos
convertimos a Dios porque en El hemos encontrado la salvación y el sentido de
nuestra vida. Seguir con lo mismo significa que no hemos encontrado aun el
sentido del evangelio. Y tras veinte siglos aun seguimos renqueando porque
aunque nos llamemos cristianos y todo eso que decimos aun no nos hemos
impregnado totalmente del espíritu y del sentido del evangelio. ¿No es señal de
eso que nos sintamos sorprendidos con páginas del evangelio como esta que hemos
escuchado y que tanto nos cuesta vivir?
Es la revolución del amor la que nos viene a proponer
Jesús. Muchas revoluciones y guerras nos hacemos cuando decimos que queremos
mejorar nuestro mundo, pero todas nos llevarán al fracaso porque siempre la
violencia va a engendrar más violencia y todo va a ser como una espiral que no
se acaba sino que se agranda.
La espiral que tenemos que meter en nuestro mundo es la
del amor. Y a esto es a lo que nos enseña Jesús hoy cuando nos habla del amor a
los enemigos, o nos dice que tenemos que bendecir a los que nos maldicen o
rezar por aquellos que nos hacen daño; es lo que nos enseña Jesús cuando nos
dice que nunca tenemos que responder con violencia a quien nos injuria o nos
hace violencia y como Jesús nos ha dejado una frase bien significativa de poner la otra mejilla, ya no nos lo
tomamos en serio y no llegamos a responder con amor a quienes nos odian o nos
hacen daño, sea cual sea.
Os digo una cosa, cuando nos vemos insultados o
tratados mal seguro que lo pasamos mal y nos surge pronto dentro de nosotros
esos deseos de venganza y de respuesta violenta; te digo, intenta, aunque te
cueste, rezar no solo para que el Señor te ayude a soportar pacientemente ese
mal que te hayan podido hacer, sino a rezar por aquellos que te injurian o
hacen daño, y vas a sentir una paz en tu interior que vale más que todos los
oros del mundo. No es la venganza la que te dará paz o satisfacción, es esa
respuesta de amor hecha oración la que va a producir la paz más hermosa en tu
corazón.
Y ¿dónde encontramos el motivo y la fuerza para todo
esto? ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo’, nos viene a
decir. Nuestro modelo está en el amor de Dios. Un amor que nosotros hemos de
vivir en su mismo estilo y en su misma medida. El amor de Dios no tiene
fronteras y así ha de ser nuestro amor. Porque si nos decimos amados de Dios,
pero luego nosotros amamos con un amor lleno de límites, porque amamos solo a
los que nos aman, porque hacemos el bien solo a los que nos hacen el bien, ¿en
qué nos estamos diferenciando? Nuestro modelo y nuestro estilo es el amor de
Dios.
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