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martes, 9 de septiembre de 2014

Aprendamos a ponernos en silencio ante Dios para dejar que ilumine nuestra vida y nos hable en lo secreto del corazón

Aprendamos a ponernos en silencio ante Dios para dejar que ilumine nuestra vida y nos hable en lo secreto del corazón

1Cor.6, 1-11; Sal. 149; Lc. 6, 12-19
‘Subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios’. Así ha comenzado hoy el texto del Evangelio proclamado. Y creo que quedándonos solo con estas palabras tenemos un hermoso mensaje para nuestra vida.
Vemos a Jesús a lo largo del Evangelio en diversos momentos en oración. Y no solo es su participación en la oración de la comunidad cuando va el sábado a la Sinagoga donde se proclama la Palabra de Dios y se cantan los salmos a Dios, o su presencia en el templo de Jerusalén con motivo de la fiesta de la Pascua u otras fiestas que allí se celebraban, sino que vemos también, igual que en esta ocasión, que se retira a lugares apartados para orar, o sube a lo alto de la montaña, como cuando el Tabor, o se retira en Jerusalén a Getsemaní.
Algo que los discípulos captaban muy bien, porque explicará en diversas ocasiones cómo tenían que orar sin alardes, con una oración confiada e insistente, con verdadero espíritu de humildad y confianza, y también les veremos en algún momento que se acercan a El para pedirle que les enseñe a orar. Fruto de ello es la oración del padrenuestro que nos dejó como modelo de nuestra oración.
Parece que esta noche de oración de la que nos habla el evangelista hoy tiene una motivación especial. Tras ‘pasar la noche orando a Dios, cuando se hizo de día llamó a sus discípulos escogiendo a doce de ellos y los nombró apóstoles’. Podríamos decir que era un momento importante y una decisión llamémosla trascendental; iba a escoger a doce de entre todos los discípulos que le seguían para confiarles una misión especial. El evangelista nos deja la relación de los doce escogidos.
A continuación lo veremos bajar a la llanura donde se va a encontrar con un grupo grande de discípulos y gentes venidas de todos los rincones de Palestina. Se supone que estamos en Galilea, pero allí hay gente venida de Judea y Jerusalén al sur, como de más al norte porque se menciona Tiro y Sidón que son ya ciudades fenicias. ‘Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades’, dice el Evangelista. Allí se está manifestando lo que es la misión de Jesús, el que lleno del Espíritu de Dios, como le escuchamos en la sinagoga de Nazaret, venía a anunciar la Buena Nueva a los pobres y a sanar a los oprimidos por el diablo, pero, podríamos decir también, se está manifestando la misión que confía a sus discípulos, a los apóstoles sus enviados a los que ahora ha escogido de manera especial.
Podríamos decir que está enseñando con sus mismos gestos y acciones lo que los apóstoles han de realizar. Es la misión que a nosotros también nos confía. No sé si los apóstoles en aquellos primeros momentos eran del todo conscientes de la misión que Jesús quería confiarles; mucho habrían de aprender, porque les veremos a lo largo del evangelio en muchas ocasiones con sus ambiciones y algo así como sus luchas entre ellos. Un día se llenarían también del Espíritu divino, que Jesús les prometerá, y comprenderán también su misión y saldrán por el mundo también con el anuncio de la Buena Nueva. Ya les veremos en el Cenáculo reunidos en oración en la espera del Espíritu prometido por Jesús.
Abriendo su corazón a Dios en la oración aprenderán a llenarse de Dios y de la fuerza del Espíritu Santo y saldrán valerosos por el mundo con la misión de Jesús. Creo que es el mensaje que hoy recibimos nosotros, que algunas veces podemos sentirnos acobardados ante todo lo que nos damos cuenta que tendríamos que hacer para ese anuncio del Evangelio en el mundo que hoy vivimos. Aprendamos a llenarnos de Dios, a saborear su presencia en la oración, a discernir bien nuestra vocación o lo que el Señor nos pida precisamente en ese espíritu de oración.

También necesitamos ponernos en silencio delante de la presencia del Señor para dejar que el Señor ilumine nuestra vida y nos hable en el corazón. Aprendamos de la oración de Jesús y escuchemos su voz allá en lo más hondo de nuestro corazón. Recordemos que en la oración del Tabor en la que estaban participando también Pedro, Santiago y Juan, la voz del Padre desde el cielo no solo nos señalaba a Jesús como su Hijo amado, sino que nos decía también que teníamos que escucharle. 

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