Aprendamos a ponernos en silencio ante Dios para dejar que ilumine nuestra vida y nos hable en lo secreto del corazón
1Cor.6, 1-11; Sal. 149; Lc. 6, 12-19
‘Subió Jesús a la
montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios’. Así ha comenzado hoy el texto del
Evangelio proclamado. Y creo que quedándonos solo con estas palabras tenemos un
hermoso mensaje para nuestra vida.
Vemos a Jesús a lo largo del Evangelio en diversos
momentos en oración. Y no solo es su participación en la oración de la
comunidad cuando va el sábado a la Sinagoga donde se proclama la Palabra de
Dios y se cantan los salmos a Dios, o su presencia en el templo de Jerusalén
con motivo de la fiesta de la Pascua u otras fiestas que allí se celebraban,
sino que vemos también, igual que en esta ocasión, que se retira a lugares apartados
para orar, o sube a lo alto de la montaña, como cuando el Tabor, o se retira en
Jerusalén a Getsemaní.
Algo que los discípulos captaban muy bien, porque
explicará en diversas ocasiones cómo tenían que orar sin alardes, con una
oración confiada e insistente, con verdadero espíritu de humildad y confianza,
y también les veremos en algún momento que se acercan a El para pedirle que les
enseñe a orar. Fruto de ello es la oración del padrenuestro que nos dejó como
modelo de nuestra oración.
Parece que esta noche de oración de la que nos habla el
evangelista hoy tiene una motivación especial. Tras ‘pasar la noche orando a Dios, cuando se hizo de día llamó a sus
discípulos escogiendo a doce de ellos y los nombró apóstoles’. Podríamos
decir que era un momento importante y una decisión llamémosla trascendental;
iba a escoger a doce de entre todos los discípulos que le seguían para
confiarles una misión especial. El evangelista nos deja la relación de los doce
escogidos.
A continuación lo veremos bajar a la llanura donde se
va a encontrar con un grupo grande de discípulos y gentes venidas de todos los
rincones de Palestina. Se supone que estamos en Galilea, pero allí hay gente
venida de Judea y Jerusalén al sur, como de más al norte porque se menciona
Tiro y Sidón que son ya ciudades fenicias. ‘Venían
a oírlo y a que los curara de sus enfermedades’, dice el Evangelista. Allí
se está manifestando lo que es la misión de Jesús, el que lleno del Espíritu de
Dios, como le escuchamos en la sinagoga de Nazaret, venía a anunciar la Buena
Nueva a los pobres y a sanar a los oprimidos por el diablo, pero, podríamos
decir también, se está manifestando la misión que confía a sus discípulos, a
los apóstoles sus enviados a los que ahora ha escogido de manera especial.
Podríamos decir que está enseñando con sus mismos
gestos y acciones lo que los apóstoles han de realizar. Es la misión que a
nosotros también nos confía. No sé si los apóstoles en aquellos primeros
momentos eran del todo conscientes de la misión que Jesús quería confiarles;
mucho habrían de aprender, porque les veremos a lo largo del evangelio en
muchas ocasiones con sus ambiciones y algo así como sus luchas entre ellos. Un
día se llenarían también del Espíritu divino, que Jesús les prometerá, y
comprenderán también su misión y saldrán por el mundo también con el anuncio de
la Buena Nueva. Ya les veremos en el Cenáculo reunidos en oración en la espera
del Espíritu prometido por Jesús.
Abriendo su corazón a Dios en la oración aprenderán a
llenarse de Dios y de la fuerza del Espíritu Santo y saldrán valerosos por el
mundo con la misión de Jesús. Creo que es el mensaje que hoy recibimos
nosotros, que algunas veces podemos sentirnos acobardados ante todo lo que nos
damos cuenta que tendríamos que hacer para ese anuncio del Evangelio en el
mundo que hoy vivimos. Aprendamos a llenarnos de Dios, a saborear su presencia
en la oración, a discernir bien nuestra vocación o lo que el Señor nos pida
precisamente en ese espíritu de oración.
También necesitamos ponernos en silencio delante de la
presencia del Señor para dejar que el Señor ilumine nuestra vida y nos hable en
el corazón. Aprendamos de la oración de Jesús y escuchemos su voz allá en lo
más hondo de nuestro corazón. Recordemos que en la oración del Tabor en la que
estaban participando también Pedro, Santiago y Juan, la voz del Padre desde el
cielo no solo nos señalaba a Jesús como su Hijo amado, sino que nos decía
también que teníamos que escucharle.
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