El templo Catedral nos simboliza
cómo somos edificio de Dios, templo de Dios y signo de la presencia de Dios en
medio del mundo
1Pd. 2, 4-9; Sal. 121; Lc. 19, 1-10
En nuestra Iglesia Diocesana, en esta fecha del 6 de septiembre, tenemos una conmoración muy especial y
significativa, es el aniversario de la consagración de la Catedral; en este
caso 101 años de su consagración por lo que se está celebrando en nuestra
diócesis un especial año jubilar. Podría ser una fecha que pasara desapercibida
como nos sucede en la mayoría de las ocasiones, pero si consideramos la
importancia y el significado que la Iglesia Catedral tiene en la Diócesis por
ser la sede del Obispo que nos preside en la fe, como sucesor de los Apóstoles
no tendríamos que dejarla pasar por alto.
En el prefacio de Misa de la Dedicación o Consagración
de un templo se nos dice algo que viene a ser como un hermoso resumen del
significado del templo. “Porque en la casa
visible que nos has concedido construir, en este lugar donde proteges sin cesar
a la familia que hacia ti peregrina, manifiestas y realizas de manera admirable
el misterio de tu comunión con nosotros. Porque aquí te vas edificando aquel
templo que somos nosotros y haces crecer la Iglesia, extendida por toda la
tierra, unida como Cuerpo del Señor, hasta que la lleves a su plenitud, en la
Jerusalén del cielo, visión de paz” .
Un lugar santo y consagrado donde
sentimos de manera especial la presencia del Señor que nos protege con su
gracia - ‘lugar donde
proteges sin cesar a la familia que hacia ti peregrina’, que decimos - y que
por ser ese lugar donde la Iglesia se reúne congregada por el Señor estamos
manifestando ‘de manera admirable el misterio de tu comunión con nosotros’. Un
lugar, pues, que se convierte en signo de comunión.
Si esto lo podemos decir de todo
templo, con cuanta mayor razón lo podemos decir de la Catedral; manifiesta el
signo de unidad y comunión de toda la comunidad diocesana, precisamente en
torno al templo que es la sede del Pastor que nos congrega y reúne en el nombre
del Señor. ‘Es signo de unidad de la
Iglesia particular, lugar donde acontece el momento más alto de la vida de la
diócesis y se cumple también el acto más excelso y sagrado del oficio
santificador (munus sanctificandi)
del Obispo, que implica juntamente, como la misma liturgia que él preside, la
santificación de las personas y el culto y la gloria de Dios’.
El templo material nos recuerda del
templo de Dios que somos nosotros consagrados desde el Bautismo; y es en ese
templo, en este caso la catedral, es donde al celebrar la liturgia nos
santificamos en la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración de los
sacramentos. Pero en ese templo, sede y cátedra del Obispo, escuchamos su
magisterio y enseñanza.
El Obispo es el Pastor, es el
Maestro en la fe, como sucesor de los apóstoles, para toda la Iglesia Diocesana
que ejerce su ministerio desde la Cátedra donde nos alimenta en la fe, desde
donde cuida de toda la Iglesia Diocesana para que caminemos en la verdad, para
que caminemos en fidelidad por los caminos del Evangelio desde el magisterio de
la Iglesia.
Como
nos decía el Sr. Obispo en la carta pastoral con motivo de la reapertura
de la Catedral después de su restauración el pasado enero, ‘podemos afirmar que a partir de la Catedral se va
construyendo la historia de fe y salvación de nuestra diócesis. De ella, como
si de una fuente se tratara, fluyen los medios de salvación por los que Dios
enseña, santifica, guía a los fieles y así, en las distintas comunidades,
parroquiales o de otro tipo, se va edificando la Iglesia, como pueblo de Dios,
cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. Todo ello queda especialmente
reflejado en las celebraciones que tienen lugar en la Catedral, como la Misa
Crismal y la ordenación de los sacerdotes y diáconos que luego han de servir a
las parroquias’.
Por eso la importancia de esta conmemoración que hoy hacemos en este
aniversario de la consagración de la Catedral. Nos viene bien recordar todo
esto porque eso nos recuerda también cómo formamos parte de la comunidad
diocesana. No somos unos cristianos o unas comunidades que vamos por libre,
sino que hemos de sentirnos en profunda comunión de Iglesia en nuestro ser
comunidad diocesana, pero también necesariamente en comunión con toda la
Iglesia universal.
No nos quedamos, por supuesto, en el templo material ni en considerar
su belleza o valor arquitectónica. ‘Vemos
la figura y contemplamos la realidad: vemos
el templo y contemplamos a la Iglesia. Miramos el edificio y penetramos
en el misterio. Porque este edificio nos revela, con la belleza de sus
símbolos, el misterio de Cristo y de su Iglesia’, como explicaba san Juan
Pablo II cuando consagró la catedral de Madrid. Se convierte, pues, en un signo
también de la presencia de Dios en medio del mundo.
El templo visible nos tiene que llevar a lo invisible; la comunión que
allí vivimos y que allí alimentamos en la sagrada liturgia que celebramos nos
ha de hacer profundizar en esa comunión de Iglesia, comunión en la fe y en el
amor, que entre todos los creyentes en Jesús hemos de tener, y que de una
manera intensa hemos de vivir en lo que es la Iglesia o comunidad diocesana; y
la valoración del templo material nos ha de hacer considerar también cómo
nosotros somos esos templos del Espíritu Santo velando y procurando esa santidad
personal que ha de resplandecer en nuestra vida.
Y termino con palabras del San Juan Pablo II en la misma ocasión: ‘Y mirándonos a nosotros mismos, podremos
decir con san Pablo: “Sois edificio de Dios... El templo de Dios es santo: ese
templo sois vosotros” (1Co 3,
9.17). Éste es el misterio que simboliza el templo catedral». Esto es lo
que hoy nosotros también de manera especial queremos celebrar.
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