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martes, 2 de septiembre de 2014

Se manifiesta el Reino de Dios en la fuerza de la Palabra de Jesús que nos libera de la muerte y del pecado

Se manifiesta el Reino de Dios en la fuerza de la Palabra de Jesús que nos libera de la muerte y del pecado

1Cor. 2, 10-16; Sal. 144; Lc. 4, 31-37
‘¿Qué tiene su palabra?’, comentaban estupefactos. ‘Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad’. Es la reacción que se va produciendo ante la presencia de Jesús y su Palabra. ‘Hablaba con autoridad’, que decían las gentes.
Había sido enviado para anunciar la Buena Nueva a los pobres como escuchábamos ayer al profeta en la sinagoga de Nazaret. Su Palabra era Buena Noticia y las buenas noticias son siempre bien acogidas. Su Palabra era una palabra de vida y de salvación. Y serán los pobres, los que se sienten pobres los que sabrán acogerla. La pobreza en el espíritu hace que el corazón esté abierto, esté deseoso de una buena noticia que le traiga salvación. Por eso es tan bien acogido Jesús ahora en Cafarnaún. Allí estaban deseosos de escuchar esa Buena Nueva; se dejaban enseñar por Jesús.
Estos no van buscando orgullos patrióticos que les haga sentirse superiores, sino que con humildad se ponen ante Jesús con sus necesidades y sus males. No es que aquí venga a hacer lo que hace en otros sitios o a comparar si aquí hace más o menos que en los otros lugares. Esa Buena Noticia irá llegando a todos los lugares, y allí donde haya un corazón pobre sentirá la alegría y la esperanza que renace en su corazón que se llena de nueva vida; será capaz de admirarse ante las maravillas que se realizan ante tus ojos.
¡Cuánto tenemos que aprender! Para dejarnos sorprender por la Palabra de Jesús; es necesario tener ese corazón pobre y humilde, ese corazón de pobre para escuchar esa Buena Noticia que se anuncia a los pobres. Lejos de nosotros autosuficiencias o el creernos con derecho a todo; lejos de nosotros nuestros orgullos y nuestras exigencias; lejos de nosotros esas actitudes de los que ya nos lo sabemos todo y qué nos van a decir o enseñar. Actitudes así se nos pueden meter en el corazón y lo que hacen es cerrarlo a la vida y a la salvación que Jesús nos ofrece.
‘Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar a voces’. Comenzaba a manifestarse el Reino de Dios en la Palabra de Jesús y el mal se oponía como la tiniebla quiere rechazar la luz. La luz quería resplandecer en las tinieblas del mal pero las tinieblas quieren sofocar la luz, como ya se nos había anunciado al principio del evangelio de Juan.
‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quien eres: el Santo de Dios’, vociferaba el espíritu inmundo que poseía a aquel hombre. Pero allí está quien viene a hacer resplandecer la luz para siempre; allí está quien viene a liberar a los oprimidos por el mal, para liberarnos de toda esclavitud. Allí está la Palabra de Jesús llena de autoridad. ‘¡Cierra la boca y sal!’, le intimidó Jesús. ‘Y el demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño’. Y viene la admiración de las gentes y la buena noticia se propaga por toda la comarca.
Viene la luz a iluminar nuestras tinieblas, llega la salvación a nuestra vida para arrancarnos de todas las cadenas del mal, pero a veces nos resistimos; no queremos reconocer el mal que hay en nosotros, no queremos dejarnos liberar por Jesús, no nos acercamos a Jesús con nuestro mal y nuestras tinieblas para llenarnos de su salvación. ¡Cuánto nos cuesta! A pesar de que decimos que tenemos fe y hasta nos acercamos a las cercanías de Jesús, pero quizá no damos los suficientes pasos de humildad para reconocer todo lo que hay de pecado en nosotros y seguimos arrastrándonos con nuestras cosas.

Que el Señor se haga presente en nuestra vida; que seamos capaces de poner humildad y amor en nuestro corazón; que la gracia del Señor de verdad mueva nuestra vida, nuestra voluntad para dejarnos llenar de esa salvación que Jesús nos ofrece. Dejémonos sorprender por la Palabra de Jesús y por salvación que El nos ofrece. No nos resistamos a la gracia del Señor.

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