Se manifiesta el Reino de Dios en la fuerza de la Palabra de Jesús que nos libera de la muerte y del pecado
1Cor. 2, 10-16; Sal. 144; Lc. 4, 31-37
‘¿Qué tiene su
palabra?’,
comentaban estupefactos. ‘Se quedaban
asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad’. Es la reacción
que se va produciendo ante la presencia de Jesús y su Palabra. ‘Hablaba con autoridad’, que decían las
gentes.
Había sido enviado para anunciar la Buena Nueva a los
pobres como escuchábamos ayer al profeta en la sinagoga de Nazaret. Su Palabra
era Buena Noticia y las buenas noticias son siempre bien acogidas. Su Palabra
era una palabra de vida y de salvación. Y serán los pobres, los que se sienten
pobres los que sabrán acogerla. La pobreza en el espíritu hace que el corazón esté
abierto, esté deseoso de una buena noticia que le traiga salvación. Por eso es
tan bien acogido Jesús ahora en Cafarnaún. Allí estaban deseosos de escuchar
esa Buena Nueva; se dejaban enseñar por Jesús.
Estos no van buscando orgullos patrióticos que les haga
sentirse superiores, sino que con humildad se ponen ante Jesús con sus
necesidades y sus males. No es que aquí venga a hacer lo que hace en otros
sitios o a comparar si aquí hace más o menos que en los otros lugares. Esa
Buena Noticia irá llegando a todos los lugares, y allí donde haya un corazón
pobre sentirá la alegría y la esperanza que renace en su corazón que se llena
de nueva vida; será capaz de admirarse ante las maravillas que se realizan ante
tus ojos.
¡Cuánto tenemos que aprender! Para dejarnos sorprender
por la Palabra de Jesús; es necesario tener ese corazón pobre y humilde, ese
corazón de pobre para escuchar esa Buena Noticia que se anuncia a los pobres.
Lejos de nosotros autosuficiencias o el creernos con derecho a todo; lejos de
nosotros nuestros orgullos y nuestras exigencias; lejos de nosotros esas
actitudes de los que ya nos lo sabemos todo y qué nos van a decir o enseñar.
Actitudes así se nos pueden meter en el corazón y lo que hacen es cerrarlo a la
vida y a la salvación que Jesús nos ofrece.
‘Había en la sinagoga
un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar a voces’. Comenzaba a manifestarse el Reino
de Dios en la Palabra de Jesús y el mal se oponía como la tiniebla quiere
rechazar la luz. La luz quería resplandecer en las tinieblas del mal pero las
tinieblas quieren sofocar la luz, como ya se nos había anunciado al principio
del evangelio de Juan.
‘¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quien eres: el Santo de
Dios’, vociferaba
el espíritu inmundo que poseía a aquel hombre. Pero allí está quien viene a
hacer resplandecer la luz para siempre; allí está quien viene a liberar a los
oprimidos por el mal, para liberarnos de toda esclavitud. Allí está la Palabra
de Jesús llena de autoridad. ‘¡Cierra la
boca y sal!’, le intimidó Jesús. ‘Y
el demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin
hacerle daño’. Y viene la admiración de las gentes y la buena noticia se
propaga por toda la comarca.
Viene la luz a iluminar nuestras tinieblas, llega la
salvación a nuestra vida para arrancarnos de todas las cadenas del mal, pero a
veces nos resistimos; no queremos reconocer el mal que hay en nosotros, no
queremos dejarnos liberar por Jesús, no nos acercamos a Jesús con nuestro mal y
nuestras tinieblas para llenarnos de su salvación. ¡Cuánto nos cuesta! A pesar
de que decimos que tenemos fe y hasta nos acercamos a las cercanías de Jesús,
pero quizá no damos los suficientes pasos de humildad para reconocer todo lo
que hay de pecado en nosotros y seguimos arrastrándonos con nuestras cosas.
Que el Señor se haga presente en nuestra vida; que
seamos capaces de poner humildad y amor en nuestro corazón; que la gracia del
Señor de verdad mueva nuestra vida, nuestra voluntad para dejarnos llenar de esa
salvación que Jesús nos ofrece. Dejémonos sorprender por la Palabra de Jesús y
por salvación que El nos ofrece. No nos resistamos a la gracia del Señor.
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