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miércoles, 3 de septiembre de 2014

Jesús se acerca al encuentro del hombre con su salvación y nosotros llenos de esperanza vamos a El con la vida de toda la humanidad

Jesús se acerca al encuentro del hombre con su salvación y nosotros llenos de esperanza vamos a El con la vida de toda la humanidad

1Cor. 3, 1-9; Sal. 32; Lc.4, 38-44
Escuchando este texto del evangelio hay una cosa que pudiéramos destacar; Jesús que viene al encuentro del hombre, que viene a nuestro encuentro para regalarnos su salvación, a lo que se corresponde la confianza que suscita en nosotros para ir hasta El con lo que es nuestra vida, nuestros sufrimientos y angustias, los deseos y esperanzas de toda la humanidad. Todo un campo que se abre ante nosotros desde ese venir Jesús a nuestro encuentro, pero también para que nosotros seamos capaces de llevarlo a los demás y haya esperanza para un mundo que sufre.
Jesús llega allí donde nosotros estamos en nuestro dolor y en nuestro sufrimiento, viene a buscarnos, sale al encuentro del mundo y de los hombres porque para todos es el Reino de Dios. Hoy lo vemos que ‘al salir de la sinagoga entró en casa de Simón donde se encontró que la suegra de Simón estaba en cama con fiebre y le pidieron que hiciera algo por ella’. Llegó Jesús a su lado - ‘de pie a su lado’, dice el evangelio - y la levantó de su enfermedad y la curó.
Más tarde, cuando se pasó la hora del descanso sabático, ‘al ponerse el sol’ dice el evangelista, ‘los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y El, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando’. Dos detalles, por una parte es la confianza y esperanza que se despierta en el corazón de aquellas gentes que le traen a sus enfermos, pero hemos de fijarnos cómo Jesús llega a cada uno para curarlos de sus males y enfermedades, ‘poniendo las manos sobre cada uno’. Es la cercanía de Jesús; es la presencia personalizada, podríamos decir, de Jesús junto al que sufre. Mateo al narrarnos la curación de la suegra de Simón, nos dirá que ‘la tomó de la mano y la levantó’.
Es un signo repetido de la cercanía de Jesús que veremos en muchos momentos del evangelio. Pone las manos sobre los ojos del ciego, toca al leproso, mete sus dedos en los oídos del sordo o toca la lengua del mundo, son diversos gestos que vemos de esa cercanía de Jesús. Ahora nos dice que puso las manos sobre cada uno. Aunque bien sabemos que es mucho más que ese tocar, porque lo que se nos está expresando es esa cercanía de Jesús, pero ese llegar de Jesús a cada uno de nosotros con lo que es nuestra vida en concreto.
A Jesús no lo podemos mirar nunca de lejos. Es la cercanía de Dios. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Es quien se ha hecho hombre, uno como nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Es quien llora con lágrimas semejantes a las nuestras, o quien nos mira directamente a los ojos de nuestro corazón haciéndonos descubrir lo que en verdad llevamos en él. Es el que nos está manifestando continuamente su amor, sea cual sea la situación de nuestra vida, porque nos ama aún siendo nosotros pecadores y por eso dará su vida por nosotros.
Es la confianza que se despierta en nuestro corazón considerando siempre lo que es la misericordia de Dios; por eso acudimos a El con nuestros males, que no son solo nuestras enfermedades o necesidades materiales, sino todo ese mal que con el pecado hemos dejado meter en el corazón, porque sabemos que El nos sana, nos cura, nos perdona y nos llena de vida. Queremos estar con El y que El siempre esté con nosotros, a nuestro lado y sentir su mano que nos levanta, y sentir su mirada que nos envuelve con su amor, y sentir el calor de su presencia que nos estimula a querer ser mejores cada día.

Jesús al final de este texto cuando la gente a la mañana siguiente lo busca - lo van a encontrar que se fue de madrugada al descampado a orar, como nos dirá otro evangelista en este mismo episodio - dirá que ‘también a otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, que para eso me han enviado’. Creo que eso nos está diciendo algo a nosotros. Los demás también han de escuchar ese anuncio, sentir el gozo de la presencia misericordiosa de Jesús; y ahí está entonces nuestra tarea. Lo que hemos conocido y vivido de la presencia y del amor de Dios hemos de comunicarlo, llevarlo a los demás. Ha de ser nuestro compromiso. Con nuestra vida, con nuestro ejemplo, con nuestra palabra tenemos que anunciar la salvación de Jesús que es para todos los hombres.

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