Con nuestras nuevas actitudes y nuestra manera nueva de actuar y de amar haremos posible que se cumpla la Escritura en el mundo de hoy
1Cor. 2, 1-5; Sal. 118; Lc. 4, 16-30
He de comenzar confesando que cuando tengo que anunciar
o explicar la Palabra de Dios me siento en plena sintonía con lo que hoy
expresa san Pablo en la carta a los Corintios. ‘Me
presento a vosotros débil y temblando de miedo’, por la
grandeza que significa el anuncio de la Palabra de Dios y lo pequeño y pecador
que me siento ante ella. ‘Nunca entre
vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste
crucificado’, dice el apóstol, y es lo que quiero anunciar, porque la
fuerza de la Palabra de Dios no está en mis palabras ni en mis saberes, sino en
la fuerza del Espíritu del Señor.
Dentro del ritmo de la
proclamación de la Palabra en el tiempo Ordinario en medio de la semana, hoy
comenzamos a proclamar el evangelio de san Lucas; hemos venido escuchando a san
Mateo. Dejamos aparte todo lo referente al nacimiento y a la infancia de Jesús
hasta su Bautismo en el Jordán, pues fueron textos que ya escuchamos en el
tiempo de la Navidad y la Epifanía. Hoy partimos de su presentación en la
sinagoga de Nazaret.
Jesús se presenta en
su pueblo Nazaret, allí donde se había criado y donde estaban sus parientes, y el sábado en la sinagoga se puso en pie para hacer la lectura.
Proclamó un texto de Isaías que viene a ser el gran anuncio de la misericordia
del Señor que se nos va a manifestar en Jesús. ‘Es el año de gracia del Señor’. Como dirían en otra ocasión las
gentes al contemplar las obras de Jesús ‘Dios
ha visitado a su pueblo’, en consonancia también con lo cantado proféticamente
por Zacarías en el nacimiento de Juan.
Donde y cómo se va a manifestar esa misericordia del
Señor. El profeta habla de amnistía, de año de gracia. ¿Y qué es lo que se nos
manifiesta en Jesús? Allí está el que viene a traer la salud a todos los que
sufren, el que se nos manifiesta como luz para hacernos comprender el misterio
de Dios y la grandeza del hombre, el que viene a liberarnos de la peor de las
esclavitudes que pueden atenazar el corazón de los hombres.
Allí está Jesús, el ungido del Espíritu para
anunciarnos que viene la hora del perdón y de la paz, que viene la hora de
comenzar algo nuevo que llamaremos reino de Dios porque ya para siempre Dios va
estar en el centro del corazón del hombre. Allí está el Mesías de Dios; no
olvidemos que decir ungido es lo mismo que decir Mesías o decir Cristo, según
el idioma que empleemos. Por eso proclamará Jesús al terminar de hacer la
lectura: ‘Hoy se cumple esta Escritura
que acabáis de oír’.
Ya muchas veces hemos reflexionado sobre este texto y
hemos comentado la reacción de las gentes de Nazaret que si primero se
manifestaron con admiración y orgullo porque Jesús era uno de ellos, allí
estaban sus parientes y allí se había criado, al final lo rechazaron intentando
incluso despeñarlo por un barranco que estaba a las afueras del pueblo.
¿Aceptamos o no aceptamos nosotros a Jesús también según nos convenga o no? Cuantas
veces nosotros también ante el evangelio tenemos la tentación de hacer como
apartados en los que hay unas cosas que nos gustan pero hay otras cosas que no
nos caen tanto en gracia y fácilmente las olvidamos o incluso las rechazamos.
Da qué pensar todo esto.
Pero quisiera terminar invitando a que nos hiciéramos
una pregunta. ¿También hoy entre nosotros se podría decir como dijo Jesús en la
sinagoga de Nazaret ‘hoy se cumple aquí
esta Escritura que acabáis de hoy’?
Se cumple esta Escritura porque también nosotros
hacemos presente a Jesús si al menos servimos de consuelo para los que lloran a
nuestro lado y somos capaces de despertar ilusión y esperanza en tantos que
viven con el corazón atormentado; se cumple esta Escritura entre nosotros si
con nuestro compartir estamos haciendo en verdad un mundo mejor donde nos
amemos más; se cumple esta Escritura porque no solo queremos recibir el perdón
y la gracia que el Señor nos ofrece, sino que también en nuestras relaciones
mutuas y en nuestro trato somos también capaces de ser comprensivos con los
demás, ofrecemos generoso perdón a quienes nos hayan ofendido y tratamos en
todo momento de buscar la concordia y la paz en nuestra convivencia de cada
día.
Muchas más cosas podríamos decir y reflexionar en este
sentido. Cada uno tendría que pensar cómo va a hacer posible con su vida, con
sus actitudes nuevas, con su manera de actuar y de comportarse que esta
Escritura se cumpla también entre nosotros y así hagamos más presente a Jesús y
su salvación en nuestro mundo, en ese mundo concreto en el que vivimos cada
día.
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