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lunes, 1 de septiembre de 2014

Con nuestras nuevas actitudes y nuestra manera nueva de actuar y de amar haremos posible que se cumpla la Escritura en el mundo de hoy

Con nuestras nuevas actitudes y nuestra manera nueva de actuar y de amar haremos posible que se cumpla la Escritura en el mundo de hoy

1Cor. 2, 1-5; Sal. 118; Lc. 4, 16-30
He de comenzar confesando que cuando tengo que anunciar o explicar la Palabra de Dios me siento en plena sintonía con lo que hoy expresa san Pablo en la carta a los Corintios. Me presento a vosotros débil y temblando de miedo’, por la grandeza que significa el anuncio de la Palabra de Dios y lo pequeño y pecador que me siento ante ella. ‘Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado’, dice el apóstol, y es lo que quiero anunciar, porque la fuerza de la Palabra de Dios no está en mis palabras ni en mis saberes, sino en la fuerza del Espíritu del Señor.
Dentro del ritmo de la proclamación de la Palabra en el tiempo Ordinario en medio de la semana, hoy comenzamos a proclamar el evangelio de san Lucas; hemos venido escuchando a san Mateo. Dejamos aparte todo lo referente al nacimiento y a la infancia de Jesús hasta su Bautismo en el Jordán, pues fueron textos que ya escuchamos en el tiempo de la Navidad y la Epifanía. Hoy partimos de su presentación en la sinagoga de Nazaret.
Jesús se presenta en su pueblo Nazaret, allí donde se había criado y donde estaban sus parientes, y el sábado en la sinagoga se puso en pie para hacer la lectura. Proclamó un texto de Isaías que viene a ser el gran anuncio de la misericordia del Señor que se nos va a manifestar en Jesús. ‘Es el año de gracia del Señor’. Como dirían en otra ocasión las gentes al contemplar las obras de Jesús ‘Dios ha visitado a su pueblo’, en consonancia también con lo cantado proféticamente por Zacarías en el nacimiento de Juan.
Donde y cómo se va a manifestar esa misericordia del Señor. El profeta habla de amnistía, de año de gracia. ¿Y qué es lo que se nos manifiesta en Jesús? Allí está el que viene a traer la salud a todos los que sufren, el que se nos manifiesta como luz para hacernos comprender el misterio de Dios y la grandeza del hombre, el que viene a liberarnos de la peor de las esclavitudes que pueden atenazar el corazón de los hombres.
Allí está Jesús, el ungido del Espíritu para anunciarnos que viene la hora del perdón y de la paz, que viene la hora de comenzar algo nuevo que llamaremos reino de Dios porque ya para siempre Dios va estar en el centro del corazón del hombre. Allí está el Mesías de Dios; no olvidemos que decir ungido es lo mismo que decir Mesías o decir Cristo, según el idioma que empleemos. Por eso proclamará Jesús al terminar de hacer la lectura: ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’.
Ya muchas veces hemos reflexionado sobre este texto y hemos comentado la reacción de las gentes de Nazaret que si primero se manifestaron con admiración y orgullo porque Jesús era uno de ellos, allí estaban sus parientes y allí se había criado, al final lo rechazaron intentando incluso despeñarlo por un barranco que estaba a las afueras del pueblo. ¿Aceptamos o no aceptamos nosotros a Jesús también según nos convenga o no? Cuantas veces nosotros también ante el evangelio tenemos la tentación de hacer como apartados en los que hay unas cosas que nos gustan pero hay otras cosas que no nos caen tanto en gracia y fácilmente las olvidamos o incluso las rechazamos. Da qué pensar todo esto.
Pero quisiera terminar invitando a que nos hiciéramos una pregunta. ¿También hoy entre nosotros se podría decir como dijo Jesús en la sinagoga de Nazaret ‘hoy se cumple aquí esta Escritura que acabáis de hoy’?
Se cumple esta Escritura porque también nosotros hacemos presente a Jesús si al menos servimos de consuelo para los que lloran a nuestro lado y somos capaces de despertar ilusión y esperanza en tantos que viven con el corazón atormentado; se cumple esta Escritura entre nosotros si con nuestro compartir estamos haciendo en verdad un mundo mejor donde nos amemos más; se cumple esta Escritura porque no solo queremos recibir el perdón y la gracia que el Señor nos ofrece, sino que también en nuestras relaciones mutuas y en nuestro trato somos también capaces de ser comprensivos con los demás, ofrecemos generoso perdón a quienes nos hayan ofendido y tratamos en todo momento de buscar la concordia y la paz en nuestra convivencia de cada día.
Muchas más cosas podríamos decir y reflexionar en este sentido. Cada uno tendría que pensar cómo va a hacer posible con su vida, con sus actitudes nuevas, con su manera de actuar y de comportarse que esta Escritura se cumpla también entre nosotros y así hagamos más presente a Jesús y su salvación en nuestro mundo, en ese mundo concreto en el que vivimos cada día.

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