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viernes, 5 de septiembre de 2014

No podemos seguir viviendo como si Jesús no hubiera venido con el Evangelio que renueva nuestra vida

No podemos seguir viviendo como si Jesús no hubiera venido con el Evangelio que renueva nuestra vida

1Cor. 4, 1-5; Sal. 36; Lc. 5, 33-39
Pronto comenzarán a darse cuenta los judíos que con Jesús está comenzando un tiempo nuevo, que su manera de estar con las gentes y la autoridad con la que se manifiesta cuando habla y enseña es distinta, que sus palabras despiertan algo nuevo en el corazón y lo que está pidiendo es una renovación profunda que ha de pasar por unas actitudes más hondas y una profundidad distinta en la manera de hacer las cosas.
No se trata de cumplir por cumplir sino que está enseñando una nueva manera de entender la relación con Dios y una vida más auténtica. No se trata ya de seguir haciendo lo que siempre se ha hecho sino de darle una mayor profundidad y autenticidad a la vida lo que provocará también que no solo la relación con Dios se vea de una forma distinta sino también la manera de relacionarnos los unos con los otros.
Será la novedad del Evangelio que se va descubriendo en la medida en que se escucha con profundidad la palabra de Jesús al tiempo que se siente una presencia de Dios que se manifiesta en Jesús y en el amor misericordioso que se derrama de su vida. Es lo que tenemos que aprender a descubrir.
Por allá andan los que se creen muy cumplidores y parece que están siempre con la medida o la regla en la mano para ver si nos pasamos o si llegamos al menos justitos para cumplir ritualmente con las cosas prescritas. Las normas de vida en lugar de ser cauces que nos ayuden y faciliten el cumplimiento de la voluntad de Dios más bien parecen corsés que nos aprietan y que nos hacen cumplir esas normas porque no queda más remedio. Las actitudes de aquellos fariseos tan ávidos de cumplimientos rituales pero que no tenían espíritu en el fondo de su corazón a la hora de hacer las cosas, aun no han desaparecido de nuestro tiempo.
Ahora andan preguntando a Jesús por qué sus discípulos no ayunan como lo hacen los discípulos de Juan o los propios discípulos de los fariseos. Ya escuchamos la respuesta de Jesús que nos hace entender lo que es vivir el Reino de Dios con la imagen del banquete de bodas. ‘¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?’ ¿Cómo si vivir el Reino de Dios es como participar en un banquete de bodas, podemos estar pensando en ayunar mientras vivimos la fiesta y la alegría de la fe? ¿No tenemos a Jesús con nosotros? Ya llegará el momento de hacerlo.
Lo importante no es tanto ayunar cuanto escuchar y empaparse del mensaje de Jesús, que se centra en la venida ya cercana de un Dios que es salvación y perdón para todos, incluso para los pecadores y paganos. Ya en otro momento del evangelio Jesús les echará en cara a los fariseos que ayunan mientras se dan codazos los unos a los otros. ¿No será más importante y mejor abrir el corazón a la palabra de Jesús y empapados de esa palabra comenzar a amarnos más y mejor los unos a los otros que contentarnos con cumplimientos rituales mientras tratamos mal al que está a nuestro lado?
Aunque finalmente cuando llegamos a amar sentiremos una satisfacción grande en el corazón, muchas veces el aceptarnos los unos a los otros, siendo comprensivos y siendo capaces de perdonarnos porque nos amamos, nos puede resultar más costoso - y podríamos decir penitencial - que el dejar de tomar unos alimentos en un momento determinado. El ayuno nos puede servir de entrenamiento para aprender a dominarnos y a decirnos no a nuestro egoísmo o a nuestros orgullos y pasiones, pero lo importante serán las actitudes nuevas que hemos de aprender a tener con los demás, siendo acogedores con todos, no haciendo ningún tipo de discriminación, sabiendo acercarnos a los pequeños, a los humildes y también a los pecadores, como le vemos hacer a Jesús a lo largo del evangelio.
Por eso terminará Jesús diciéndonos hoy en el evangelio que el cambio que hemos de hacer en nosotros es grande para poder contener en nosotros ese vino nuevo del Reino de Dios. Un cambio y una transformación tan grande que no nos valen ni los remiendos por una parte, sino los odres o vasijas viejas incapaces de contener ese vino nuevo de la gracia que El nos ofrece. No olvidemos que su primer anuncio fue la conversión.

La novedad del Reino instaurado por Jesús no cabía en los moldes viejos del judaísmo; exigía odres nuevos, personas nuevas. El Reino es un vino nuevo, que pide a gritos conductas nuevas, estructuras distintas. Se trata de ser y vivir con un estilo nuevo, como el de Jesús, con valores evangélicos como los suyos. No podemos seguir viviendo igual como si El no hubiera venido con su Evangelio y su gracia salvadora, sino que tenemos que ser en verdad esos hombres nuevos transformados por la gracia. ‘A vino nuevo,  odres nuevos’,  nos dice. Cuántas conclusiones se tendrían que sacar.

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