No podemos seguir viviendo como si Jesús no hubiera venido con el Evangelio que renueva nuestra vida
1Cor. 4, 1-5; Sal. 36; Lc. 5, 33-39
Pronto comenzarán a darse cuenta los judíos que con
Jesús está comenzando un tiempo nuevo, que su manera de estar con las gentes y
la autoridad con la que se manifiesta cuando habla y enseña es distinta, que
sus palabras despiertan algo nuevo en el corazón y lo que está pidiendo es una
renovación profunda que ha de pasar por unas actitudes más hondas y una
profundidad distinta en la manera de hacer las cosas.
No se trata de cumplir por cumplir sino que está
enseñando una nueva manera de entender la relación con Dios y una vida más
auténtica. No se trata ya de seguir haciendo lo que siempre se ha hecho sino de
darle una mayor profundidad y autenticidad a la vida lo que provocará también
que no solo la relación con Dios se vea de una forma distinta sino también la
manera de relacionarnos los unos con los otros.
Será la novedad del Evangelio que se va descubriendo en
la medida en que se escucha con profundidad la palabra de Jesús al tiempo que
se siente una presencia de Dios que se manifiesta en Jesús y en el amor
misericordioso que se derrama de su vida. Es lo que tenemos que aprender a
descubrir.
Por allá andan los que se creen muy cumplidores y
parece que están siempre con la medida o la regla en la mano para ver si nos
pasamos o si llegamos al menos justitos para cumplir ritualmente con las cosas
prescritas. Las normas de vida en lugar de ser cauces que nos ayuden y faciliten
el cumplimiento de la voluntad de Dios más bien parecen corsés que nos aprietan
y que nos hacen cumplir esas normas porque no queda más remedio. Las actitudes
de aquellos fariseos tan ávidos de cumplimientos rituales pero que no tenían espíritu
en el fondo de su corazón a la hora de hacer las cosas, aun no han desaparecido
de nuestro tiempo.
Ahora andan preguntando a Jesús por qué sus discípulos
no ayunan como lo hacen los discípulos de Juan o los propios discípulos de los
fariseos. Ya escuchamos la respuesta de Jesús que nos hace entender lo que es
vivir el Reino de Dios con la imagen del banquete de bodas. ‘¿Queréis que ayunen los amigos del novio
mientras el novio está con ellos?’ ¿Cómo si vivir el Reino de Dios es como
participar en un banquete de bodas, podemos estar pensando en ayunar mientras
vivimos la fiesta y la alegría de la fe? ¿No tenemos a Jesús con nosotros? Ya
llegará el momento de hacerlo.
Lo importante no es tanto ayunar cuanto escuchar y
empaparse del mensaje de Jesús, que se centra en la venida ya cercana de un
Dios que es salvación y perdón para todos, incluso para los pecadores y
paganos. Ya en otro momento del evangelio Jesús les echará en cara a los
fariseos que ayunan mientras se dan codazos los unos a los otros. ¿No será más
importante y mejor abrir el corazón a la palabra de Jesús y empapados de esa
palabra comenzar a amarnos más y mejor los unos a los otros que contentarnos
con cumplimientos rituales mientras tratamos mal al que está a nuestro lado?
Aunque finalmente cuando llegamos a amar sentiremos una
satisfacción grande en el corazón, muchas veces el aceptarnos los unos a los
otros, siendo comprensivos y siendo capaces de perdonarnos porque nos amamos,
nos puede resultar más costoso - y podríamos decir penitencial - que el dejar
de tomar unos alimentos en un momento determinado. El ayuno nos puede servir de
entrenamiento para aprender a dominarnos y a decirnos no a nuestro egoísmo o a
nuestros orgullos y pasiones, pero lo importante serán las actitudes nuevas que
hemos de aprender a tener con los demás, siendo acogedores con todos, no
haciendo ningún tipo de discriminación, sabiendo acercarnos a los pequeños, a
los humildes y también a los pecadores, como le vemos hacer a Jesús a lo largo
del evangelio.
Por eso terminará Jesús diciéndonos hoy en el evangelio
que el cambio que hemos de hacer en nosotros es grande para poder contener en
nosotros ese vino nuevo del Reino de Dios. Un cambio y una transformación tan
grande que no nos valen ni los remiendos por una parte, sino los odres o
vasijas viejas incapaces de contener ese vino nuevo de la gracia que El nos
ofrece. No olvidemos que su primer anuncio fue la conversión.
La novedad del Reino instaurado por Jesús no cabía en
los moldes viejos del judaísmo; exigía odres nuevos, personas nuevas. El Reino
es un vino nuevo, que pide a gritos conductas nuevas, estructuras distintas. Se
trata de ser y vivir con un estilo nuevo, como el de Jesús, con valores
evangélicos como los suyos. No podemos seguir viviendo igual como si El no
hubiera venido con su Evangelio y su gracia salvadora, sino que tenemos que ser
en verdad esos hombres nuevos transformados por la gracia. ‘A vino nuevo, odres nuevos’, nos dice. Cuántas conclusiones se tendrían
que sacar.
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