Ascensión de Jesús camino de nuestra ascensión y compromiso de testimonio
Hechos, 1, 1-11;
Sal. 46;
Ef. 4, 1-13;
Mc. 16, 15-20
‘Galileos, ¿qué hacéis
ahí plantados mirando al cielo?’
Fue como la recriminación de los ángeles a los apóstoles que se habían quedado
plantados, extasiados, sin saber qué hacer o qué decir como cuando surge una
despedida repentina y dolorosa de alguien a quien queremos y nos parece que no
vamos a ver más.
Aunque nos puedan recriminar en muchas ocasiones de que
seguimos mirando mucho al cielo y tendríamos que mirar más a la tierra y a los
que están a nuestro lado, sin embargo hoy en nuestra celebración de la fiesta
de la Ascención queremos mirar al cielo porque queremos alabar y cantar la
gloria del Señor, nos sentimos impulsados a lo alto y a lo grande cuando
contemplamos el triunfo y la gloria del Señor, pero de ahí tomamos fuerzas
también para el caminar del día a día de nuestra fe y de nuestra vida en esa
mirada al suelo, a nuestro mundo donde tenemos que seguir haciendo presente al
Señor.
Es una fiesta hermosa la Ascensión del Señor y siempre
estuvo como muy enraizada en el pueblo cristiano. Una celebración que se vivía
con mucha solemnidad. No es para menos. Es
contemplar cómo Cristo nos abre el camino en esa esperanza del cielo con
que vivimos en el deseo de unirnos plenamente al Señor. ‘Ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros
de su cuerpo, vivamos en la ardiente esperanza de seguirlo en su reino… para
hacernos compartir su divinidad’, como proclamaremos en el prefacio. Eso
nos llena de gozo y es motivo de fiesta grande como siempre ha querido
celebrarlo el pueblo cristiano.
Contemplamos a Cristo, el Hijo del Dios eterno que,
enviado por el Padre al mundo para nuestra salvación, ahora vuelve al Padre,
como El mismo nos repite en el Evangelio. Recordemos, por ejemplo, lo que nos
decia el evangelista Juan cuando iba a comenzar la pasión de Jesús. ‘Sabiendo que había llegado su hora de pasar
de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo…’
Pasar de este mundo al Padre. En las manos del Padre se había puesto, quien
había venido a cumplir la voluntad del Padre, y llega la hora de pasar de este
mundo al Padre, la hora de la glorificación.
‘Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al
Padre’, como le hemos escuchado estos días en el evangelio. Vuelve al
Padre, asciende al cielo, como hoy celebramos, pero no nos deja solos, no nos
deja huérfanos.
‘El mismo Jesús que os
ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse’, le dijeron los ángeles a los
apóstoles. Es nuestra esperanza, la esperanza que alienta nuestra vida. ‘Volverá como le habéis visto marcharse’.
Y le gritamos con la liturgia ‘¡Ven,
Señor Jesús!’; y seguimos caminando por este mundo ‘mientras esperamos la
gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo; y seguimos celebrando el
misterio pascual de Cristo ‘mientras
esperamos su gloriosa venida y le ofrecemos en nuestra acción de gracias el
sacrificio vivo y santo’ de la Eucaristía. Por eso, cuando anunciamos y
proclamamos nuestra fe en Cristo muerto y resucitado al mismo tiempo estamos
pidiéndole ‘Ven, Señor Jesús!’
Volverá el Señor, viene el Señor; se sigue haciendo
presente entre nosotros aunque de una
forma nueva. Volverá el Señor, viene el Señor y hemos recibido una misión.
Tenemos que ser sus testigos; tenemos que hacerle presente; tenemos que hacer
posible por el testimonio de nuestra vida que así como nosotros por la fe lo
vemos y lo sentimos, también el mundo crea y pueda llegar a verle y
descubrirle. Es la tarea del creyente, la tarea del cristiano cuando damos
testimonio con nuestra vida, cuando nos hacemos verdaderos testigos de Jesús.
Y es que en Jesús, por la fe que tenemos en El, nos
hacemos una misma cosa con Cristo, formando en Cristo un solo cuerpo y un solo
espíritu. Por eso, quien nos vea a nosotros necesita ver a Cristo, tiene que
ver a Cristo. Nosotros por el testimonio de nuestra vida, de nuestra fe, de
nuestro amor hacemos presente a Cristo para el mundo que nos rodea y que no ha
llegado a verlo.
¿Cómo lo tenemos que hacer? ¿de qué forma lo van a
descubrir los que nos rodean, los que van a ver nuestra vida? San Pablo nos
pedía que viviéramos ‘conforme a la
vocación a la que hemos sido convocados’. Y nos decía: ‘sed humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con
amor, esforzaos en mantener la unidad del Espiritu con el vínculo de la paz’.
Virtudes y valores en los que hemos de resplandecer. Ya Jesús cuando pedía la
unidad de todos los que creyeran en El, esa unidad era condición necesaria para
que el mundo crea. ‘Que sean uno para que
el mundo crea’, pedía Jesús.
Con nuestra humildad y con nuestro amor, con nuestra
comprensión y con el querernos de verdad los unos a los otros, con nuestro mutuo
respeto, con nuestra generosidad y disponibilidad siempre para el amor, para el
servicio, para el perdón, con nuestro compromiso sincero por la paz desterrando
todo tipo de violencia y enojo, desterrando resentimientos y envidias, estamos
dando señales a los que nos vean de que Dios está con nosotros, de que nuestra
fe es auténtica, de que lo que le hablamos de Cristo es una verdad que impregna
y llena totalmente nuestra vida dándole verdadero sentido y valor. Todas las
otras cosas de ninguna manera ayudarán a que puedan ver a Dios.
El evangelio dice que ‘ellos fueron a pregonar el evangelio por todas partes y el Señor
cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’.
Anunciamos a Jesús, proclamamos su nombre como el único en el que encontramos
las salvación. Pero tenemos que manifestar esas señales que confirmen la
palabra que anunciamos. Y ya sabemos cuáles son las señales en el amor que
nosotros hemos de dar. El Señor estará con nosotros dándonos su gracia,
dándonos la fuerza de su Espíritu para que se puedan manifestar esas señales
del amor que lo hagan presente. El es nuestra fuerza.
Viene, sigue viniendo el Señor hoy a nuestra vida y a
nuestro mundo, pero depende de nosotros que el mundo pueda llegar a
descubrirlo. Por eso nos decía Jesús que teníamos que ser testigos; para eso
nos deja la fuerza de su Espíritu; así se cumplirá aquello que nos dice de que
está siempre con nosotros hasta la consumación del mundo.
La ascensión de Jesús nos hace mirar hacia arriba,
porque miramos a la meta, porque queremos sentirnos elevados con Cristo por
nuestra unión con El, pero al mismo tiempo nos hace caminar en medio de nuestro
mundo haciendo presente a Cristo. Es nuestro compromiso; es la forma de celebrar
de forma auténtica la Ascensión del Señor.
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