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lunes, 21 de mayo de 2012


¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe?

Hechos, 19, 1-8; Sal. 67; Jn. 16, 29-33
‘Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo’. Es la respuesta de aquellos judíos de Éfeso a los que Pablo les pregunta si habían recibido el Espíritu Santo cuando recibieron el bautismo.
Pablo ha emprendido un nuevo viaje apostólico, el tercero, y atravesando la meseta del Asia Menor, de Turquía llegó a Éfeso, donde había estado brevemente en su segundo viaje, cuando les prometió que volvería. Ahora se detendrá más tiempo en aquella ciudad muy floreciente y rica y de un gran nivel cultural.
Al llegar encuentra a un grupo de discípulos, que realmente son discípulos de Juan el Bautista, cuyo bautismo es el único que habían recibido. Por eso no han oído hablar del Espíritu Santo ni lo han recibido. De ahí la respuesta que le dan a Pablo. ‘Juan Bautizaba para que se convirtieran, diciendo al pueblo que creyera en el que iba a venir después de él, esto es, en Jesús’. Y los instruye. ‘Se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor y les impuso las manos y el Espíritu Santo vino sobre ellos y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar’.
¿Hemos oído hablar del Espíritu Santo? Será quizá una pregunta innecesaria, porque no solo estamos bautizados, sino que también hemos recibido el don del Espíritu en el Sacramento de la Confirmación. Pero es bueno que reflexionemos sobre ello, porque realmente hemos de reconocer que es el gran desconocido para una gran mayoría de cristianos. Estamos iniciando la semana que nos lleva a Pentecostés que es la Pascua del Espíritu, y realmente deberíamos prepararnos bien. En las reflexiones que nos vayamos haciendo estos días, al hilo de la Palabra de Dios y de lo que escuchemos en el Evangelio iremos profundizando para que nos preparemos debidamente para la gran fiesta de Pentecostés.
El Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, verdadero Dios con el Padre y con el Hijo. La gran promesa que Jesús nos hace de enviarnos su Espíritu, el Espíritu divino, el Espíritu Santo que nos guiará hasta la verdad plena, que moverá nuestro corazón llenándonos de la vida divina y que por su fuerza nos hace hijos de Dios.
No es una devoción más que esté de moda, como suele suceder en muchas devociones de muchos cristianos. El Espíritu Santo está presente y actuando en la vida del cristiano y en la vida de toda la Iglesia para llenarnos de la gracia divina que nos fortalece y nos hace partícipes de la vida divina, de la vida de Dios.
No podemos decir Jesús es Señor si no es por la acción del Espíritu Santo. Y es el Espíritu Santo el que ha inundado nuestros corazones en el Bautismo y nos permite llamar Padre a Dios, porque por la acción del Espíritu Santo en el Bautismo nos hemos hecho hijos de Dios.
Fijémonos cómo en cada uno de los sacramentos vemos esa acción del Espíritu Santo. En cada sacramento hay una epiclesis, una invocación del Espíritu Santo para que se pueda realizar la gracia propia de cada sacramento. Fijémonos cómo en la misa el Sacerdote impone las manos sobre la ofrenda del pan y del vino para que por la acción del Espíritu Santo ese pan y ese vino sean para nosotros ya el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y así en cada uno de los sacramentos.
Vayamos estos días invocando una y otra vez, cada vez más conscientes de lo que hacemos al Espíritu divino que venga sobre nosotros y nos llene de sus dones. Y que por la respuesta que vayamos dando a esa acción del Espíritu Santo seamos cada día más santos y florezcan más y más los frutos del Espíritu en nosotros. 

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