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miércoles, 23 de mayo de 2012


Santifícalos en la verdad con la fuerza del Espíritu

Hechos, 20, 28-38; Sal. 67; Jn. 17, 11-19
‘Padre santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como  nosotros… santifícalos en la verdad… por ellos me consagro yo para que también ellos se consagren en la verdad…’
El corazón se llena de gozo, de ánimo, de esperanza escuchando esta oración de Jesús al Padre. ‘Mientras yo estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste y los custodiaba…’ Jesús vuelve al Padre pero quiere que quienes creemos en El nos sintamos seguros en nuestro camino de fidelidad y de amor. Ora al Padre por nosotros. Tenemos un Sumo Sacerdote que intercede por  nosotros sentado a la derecha de Dios. Lo hemos visto subir al cielo, cuando hemos celebrado la Ascensión, pero sabemos que no nos deja solos ni abandonados a nuestra suerte. ‘Santifícalos en la verdad’, pide al Padre.
Jesús nos ha prometido que nos enviaría el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad y de la santificación. Es lo que vamos a celebrar el domingo y para lo que queremos prepararnos bien, para recibir los dones del Espíritu que nos llenen de vida y de santidad. Como ya recordábamos con el Catecismo los dones del Espíritu vienen a mover nuestros corazones para que seamos dóciles a las inspiraciones divinas que nos conduzcan por caminos de santidad y nos aparten de todo mal y de todo peligro.
Hemos sido consagrados con el Espíritu Santo en nuestro Bautismo – un signo de ellos fue la unción con el Crisma santo – para llenarnos de la gracia santificante que nos hacía hijos de Dios. Ya por nuestra condición de bautizados somos unos consagrados, somos ungidos, y como consagrados tenemos que ser santos. Una y otra palabra, consagrado y santo, vienen a significar de manera semejante como hemos sido separados del mal para que nuestra vida y nuestras obras sean siempre las del bien. Consagrados, separados del  mal, arrancados del mal, para que seamos santos.
Pero a lo largo de la vida la gracia del Espíritu que vamos recibiendo en cada  momento nos va disponiendo para el bien; son las gracias actuales que van moviendo continuamente nuestro corazón y nuestra vida para preservar aquella gracia santificante que nos consagró y podamos vivir siempre santamente.
Son esas inspiraciones del Espíritu que sentimos tantas veces en nuestro interior para que hagamos el bien, para que venzamos la tentación, para que superemos el pecado y el mal que continuamente nos acechan. Si nos acecha así el tentador atrayéndonos al pecado, al mismo tiempo no nos faltará la gracia del Espíritu para que podamos vencer esa tentación. Es la gracia del Espíritu que nos hace santos en cada momento de nuestra vida.
Cuando estamos hablando de los dones del Espíritu podemos decir son esos regalos que nos da el Espíritu para ayudarnos a vivir la gracia de Dios. Ya hemos hablado muchas veces del don de la sabiduría, pero podemos hablar también del don de la fortaleza que nos ayuda en la perseverancia, que es como una fuerza sobrenatural que nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades y tentaciones que sin duda encontraremos en nuestro caminar hacia Dios.
Pidamos, sí, que venga el Espíritu Santo sobre nosotros y nos llene de sus dones; que nos conceda también el don de la piedad y del temor de de Dios, para que seamos constantes en nuestra oración pidiendo la gracia del Señor, pero que también infunda en nuestro corazón ese horror al pecado para que no ofendamos nunca al Señor que tanto nos ama.
Ven, Espíritu divino… entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento… Ven, Espíritu divino y fortalece nuestra vida con tu gracia que nos santifique en la verdad.

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