Llenos del Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu
Hechos, 22, 30; 23, 6-11; Sal. 15; Jn. 17, 20-26
‘Padre santo… no sólo
por ellos ruego, sino por los que crean en mi por la palabra de ellos, para que
todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti… para que el mundo crea que tú
me has enviado’.
Es la oración de Jesús por la unidad de los creyentes.
Muchas veces hemos meditado estas palabras de Jesús y orado con ellos pidiendo
por la deseada unidad de todos los cristianos, de todos los que creemos en
Jesús. Unidad en nosotros como es la unidad y comunión entre las tres divinas
personas de la Santísima Trinidad. Unidad entre los que creemos en el nombre de Jesús como el mejor testimonio de nuestra
fe, para que el mundo crea.
Así manifestamos la gloria de Dios; así nos llenamos
nosotros de la gloria de Dios; así sentimos en nosotros el amor que Dios nos
tiene. ‘De modo que el mundo sepa que tú
me has enviado y los has amado como me has amado a mí’.
Unidad y amor que significa y se expresa por la
comunión que seamos capaces de vivir entre nosotros; cuánto nos cuesta amarnos
y aceptarnos, desprendernos de nuestro yo para ser capaz de entrar en comunión
con el otro y ser capaces de decir con verdad nosotros; cuánto nos cuesta comprendernos
y perdonarnos. Si no hay esa aceptación y respeto, esa comprensión y capacidad
de perdonarnos no podemos decir que nos amamos de verdad. Y el listón lo
tenemos bien alto porque el modelo de ese amor y de esa comunión es el amor de
Dios y la comunión entre Jesús y el Padre, y entre las tres divinas Personas de
la Santísima Trinidad.
No significa que no lo podamos alcanzar. Es nuestra
lucha. Pero ha sido también la oración que Jesús ha hecho por nosotros. Pero es
además la fuerza de su Espíritu que Dios nos da. Es el Espíritu del amor y de
la comunión; es el Espíritu que viene a ponernos en paz cuando nos trae el
perdón y nos hace instrumentos de perdón. Cuando Jesús resucitado en la tarde
de aquel primer día de la semana les da el Espíritu a los apóstoles reunidos en
el Cenáculo, se los da para el perdón de los pecados, como camino de ese amor y
de esa comunión nueva que entre sus discípulos ha de haber para siempre.
Será entonces el Espíritu Santo el que nos congrega en
unidad y nos ayuda con su fuerza y con su gracia para que vivamos en esa unidad
y comunión entre nosotros. Es lo que expresamos siempre en la Eucaristía. ‘Con la fuerza del Espíritu Santo das vida
y santificas todo y congregas a tu pueblo sin cesar para que ofrezca en tu
honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta su ocaso’. Es,
pues, el Espíritu que nos da vida y santifica el que nos congrega en unidad
para poder celebrar la Eucaristía.
Pero es que además por la fuerza del Espíritu a los que
participamos de esa Eucaristía nos hace vivir en unidad. ‘Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su
Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu’,
decimos en la tercera plegaria eucarística. O como pedimos humildemente en la
segunda plegaria ‘que el Espíritu Santo
congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo’.
Bien nos viene recordar lo que es la oración de la
Iglesia, la oración con que oramos cada vez que nos reunimos para celebrar la
Eucaristía porque además de expresar lo que es la fe de la Iglesia nos ayuda a
que sea algo hondo que vivimos y que por otra parte nuestra celebración no sea
sin más una repetición de palabras que pueda quedarse en un rito vacío en el
que no pongamos toda nuestra vida. Que en la oración de la Iglesia y con la
oración de Jesús logremos esa tan deseada unidad entre todos los creyentes.
Por otra parte en este camino de preparación para la
Pascua de Pentecostés que con cierta intensidad queremos hacer estos días, todo
esto nos impulse a orar con fervor, con
una oración salida de verdad de nuestro corazón invocando al Espíritu del Señor
para que se derrame de verdad en nuestra vida y en este Pentecostés haya de
verdad una Pascua del Espíritu en nosotros.
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