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sábado, 4 de diciembre de 2010

Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca


Is. 30, 18-21.23-26;

Sal. 146;

Mt. 9, 35-10, 1.6-8

‘Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor…’ Una situación que conmueve hasta las entrañas a Jesús. El recorría pueblos y aldeas… enseñaba en las sinagogas… anunciaba el evangelio del Reino… curaba a todos los enfermos de sus enfermedades y dolencias… Contemplaba un panorama duro y doloroso. Extenuadas, abandonados, desorientados, desesperanzados, desanimados…

Era la situación de desesperanza que vivían las gentes en aquel momento. Llama a sus discípulos y a los que ha hecho apóstoles los envía a anunciar el Reino, la Buena Noticia que despertara esperanzas, que abriera los corazones a Dios, que hiciera sentir deseos de mundo mejor. Los discípulos habían de ir haciendo lo mismo que había hecho Jesús. Anunciaban el Reino y también curaban. ‘Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca…’ Curaban porque llevaban salud para los cuerpos doloridos, pero hacían sentir ansias de salvación para sus espíritus desorientados. Tenían que hacer de pastores en nombre de Jesús para aquellas ovejas que no tenían pastor.

¿Cuál será nuestra situación, la situación del mundo actual? También nuestro mundo necesita quien despierte esperanzas; quien ayude a abrir los corazones algunas veces encerrados en el individualismo y el egoísmo para hacerles buscar, trabajar por un mundo nuevo y mejor. Nosotros vamos viviendo este camino de Adviento que como siempre decimos es un camino de esperanza. Esperamos al Señor que viene, esperamos la salvación que nos transforme, esperamos que las cosas puedan cambiar, pero empezando por cambiar nuestros corazones endurecidos muchas veces.

Y Jesús nos envía a su Iglesia como testigo en medio de ese mundo en el que vivimos; nos envía a nosotros con su misma misión. Necesita el mundo escuchar ese evangelio de Jesús, esa buena noticia de Jesús. Porque también hay esa desorientación y desesperanza, hay cansancio y muchas veces a la gente parece que le faltan ganas de luchar por algo nuevo y mejor. Le sucede al mundo que nos rodea y nos puede suceder a nosotros que tenemos el peligro de caer en una modorra, una atonía, una desgana, una tibieza que nos hace mucho daño.

Tenemos que anunciar el Reino de Dios como lo anunciaba Jesús. Sí, tiene que ser anuncio del verdadero evangelio de Jesús, no las cosas que nosotros nos imaginemos o simplemente nos pida la gente; tenemos que anunciar esa buena noticia que es un evangelio de esperanza; tenemos que anunciar la buena noticia del evangelio de la misericordia y del amor; tenemos que anunciar esa buena noticia de Jesús que nos lleve a creer más en las personas y a confiar en la bondad y también en el arrepentimiento; la buena noticia que nos despierte de nuestros letargos y desganas; la buena noticia que nos comprometa a trabajar cada día allí donde estamos para que las cosas funcionen mejor, para que nos queramos más, para que nuestra convivencia sea cada día más armoniosa.

Por eso vamos escuchando continuamente en este tiempo de Adviento que tenemos que preparar caminos enderezando lo que esta torcido o es escabroso; que tenemos que despertarnos del sueño porque el Reino de Dios está cerca. Por eso con sinceridad de corazón hemos de ir escuchando la Palabra del Señor e irnos dejando interpelar por ella. Es una Palabra que nos corrige, pero que también levanta el ánimo, despierta la esperanza, nos empuja a un amor más fuerte cada día; es una Palabra que nos hace abrir el corazón a Dios.

Roguemos al Señor para que haya muchos pastores en el campo de la Iglesia que nos ayuden en estos caminos que nos acercan a Dios.

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