Is. 26, 1-6;
Sal. 117;
Mt. 7, 21.24-27
‘No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos…’ Muchas veces lo hemos reflexionado, la fe no se puede quedar en palabras. Con palabras también, es cierto, que la expresamos, porque de ellas nos valemos para nuestra relación con Dios y nuestra oración y en palabras resumimos la fe que tenemos para confesarla en el Credo. Pero bien sabemos que la fe tiene que envolver toda nuestra vida, tiene que hacerse vida en nosotros.
Es la fe que nos dará sentido y valor. Es la fe que nos señala caminos. La fe que nos hace reconocer a Dios con toda nuestra vida, pero que luego también nos hará mirar con una mirada nueva y distinta a los hombres y mujeres que están a nuestro lado, y que nos harán sentirnos comprometidos de una manera especial con ese mundo en el que vivimos, con esa sociedad que entre todos hemos de construir.
Hoy se nos dice que el verdadero discípulo de Jesús es aquel que no sólo lo escucha sino que también realiza en su vida lo que le dice o le pide la Palabra de Dios. Y nos habla Jesús del edificio edificado sobre roca y del edificio edificado sobre arena, el que tiene un buen cimiento y el que no. Si lo que escuchamos a Jesús lo llevamos a la práctica de la vida y lo cumplimos seremos como el edificio sobre roca.
En este sentido podríamos escuchar la respuesta que dio Jesús a aquella mujer que entre la multitud prorrumpió en alabanzas a María. ‘Dichosos más bien los que escuchan la Palabra y la cumplen’. Claro que es una alabanza a María también porque ella supo plantar en su vida la Palabra de Dios. ‘Hágase en mí según tu palabra. Aquí está la esclava del Señor’. Hermoso ejemplo que tenemos en María de quien está bien fundamentado en la Palabra de Dios.
O aquel otro momento en que le dicen a Jesús que fuera están su madre y sus hermanos. ‘¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’. Somos la familia de Jesús porque le escuchamos y le seguimos. Somos la familia de Jesús porque queremos cumplir en nosotros su mandamiento.
Nos viene bien escuchar este mensaje que nos ofrece la Palabra cuando estamos casi iniciando nuestro camino de Adviento. Este camino que nos ayuda a prepararnos para la venida del Señor no lo podemos fundamentar mejor ni hacer mejor recorrido si no es en esa Palabra de Dios que cada día vamos escuchando. Es nuestra riqueza y nuestra sabiduría.
Abramos con sinceridad y con valentía las puertas de nuestro corazón a esa Palabra que cada día se nos proclama. No temamos escuchar esa Palabra ni lo que nos pueda decir o pedir. Acudamos con humildad a la Palabra de Dios para dejarnos conducir por el Espíritu del Señor.
Es la Palabra que nos hará profundizar en esos caminos que hemos de hacer para hacer que en verdad Cristo llegue a nosotros, celebremos con sentido su nacimiento, porque le dejemos nacer en nuestro corazón. Nos ayudará, como iremos escuchando en los profetas y en Juan Bautista, a enderezar nuestros caminos que muchas veces se nos tuercen.
Pero que todo eso se vaya haciendo realidad en nuestra vida. Pongamos bien los cimientos de nuestra vidda sobre esa Roca que es Cristo. Y notaremos que se va haciendo realidad en nuestra vida en cuanto nos amemos más, sepamos aceptarnos mejor, hayamos aprendido a caminar juntos en paz. Es un abrirnos a Dios para que Dios se posesione de verdad de nuestra vida. El tiene que ser nuestro único Señor. Y el camino de nuestra vida será hacer siempre su voluntad. Que como María digamos: ‘hágase en mí según tu palabra’, porque plantemos en verdad su Palabra, la voluntad de Dios en nuestra vida.
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