Sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos
Is. 29, 17-14; Sal. 26; Mt. 9, 27-31
Las descripciones que hacen los profetas de los tiempos mesiánicos están llenas de ricas imágenes que tanto nos hablan de fecundidad y frondosidad como de desiertos convertidos en vergeles, mientras por otra parte anuncian los tiempos en que todo se transforma de manera que el mal y la enfermedad como todo tipo de limitaciones van desapareciendo. Ya iremos escuchando todos estos bellos anuncios que nos hacen los profetas a través de este tiempo del Adviento de manera especial.
Hoy además de los vergeles y bellos bosques del Líbano nos habla el profeta también de luz y de vida. ‘Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos’. Desaparecen las tinieblas y todo es luz. Quienes se sienten oprimidos en la oscuridad del mal se llenarán de alegría con la salvación de Dios. ‘Los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor y los pobres gozarán con el santo de Israel’.
Anuncio que vemos cumplido en el evangelio. Y decimos que vemos cumplido en el evangelio porque se nos narra la curación de dos ciegos que siguen a Jesús gritando insistentemente y con fe: ‘Ten compasión de nosotros, Hijo de David’. Jesús los escucha y los cura, les devuelve la luz. ‘Que os suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos’.
Se cumple lo anunciado por los profetas. Podemos reconocer en Jesús al Mesías de Dios, al que es en verdad nuestra salvación. Cuando Juan envía a sus discípulos a preguntar a Jesús si era El en verdad el esperando de las naciones, el anunciado por los profetas, en la respuesta de Jesús les dice que cuenten a Juan lo que han visto y oído, y entre otras cosas menciona que los ciegos recobran la vista.
Pero decimos que lo vemos cumplido en el evangelio porque con Jesús llega la luz; con Jesús se disipan para siempre las tinieblas; con Jesús nos llega la salvación. ‘El Señor es mi luz y mi salvación’, hemos repetido en el salmo. Y Jesús se proclama a sí mismo la luz del mundo. ‘Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas’, nos dirá en otro lugar del evangelio.
Disiparse las tinieblas es sacarnos de la oscuridad de la muerte y del pecado. Disiparse las tinieblas para llenarnos de la luz de Jesús es encontrar su salvación. Reconocer que Jesús es nuestra luz, la luz del mundo significa mucho en nuestra vida. Es reconocer la salvación que El nos ofrece; es querer vivir en su Reino nuevo que El ha venido a instaurar; es comenzar a caminar en una vida nueva llena de vida, de gracia, de amor, de santidad; es arrancar de nosotros todo lo que sea tinieblas, error, mentira, falsedad, odio, resentimiento, envidia, orgullo.
De cuántas tinieblas tiene que liberarnos el Señor. Cuánta oscuridad tiene el Señor que curar, que iluminar en nuestra vida. Acudimos también nosotros al Señor como aquellos ciegos en este camino de purificación, de renovación de nuestra vida, pidiéndole también: ‘Ten compasión de nosotros, Jesús, Hijo de David’. Con esa luz nueva que Jesús va a dar a los ojos de nuestra vida veremos nuestra realidad en toda su crudeza, nos daremos cuenta de cuantas cegueras hay en nosotros. Que el Señor nos ilumine.
En la noche de la Navidad del Señor todo será luz con el nacimiento de Jesús. Cuando se aparecieron a los pastores para anunciarles el nacimiento del salvador ‘la gloria del Señor los envolvió con su luz’, nos dice el evangelista Lucas. Que así podamos nosotros llenarnos, vernos envueltos por esa luz divina, cuando sintamos como Dios verdaderamente nace en nuestro corazón.
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