Is. 25, 6-10;
Sal. 22;
Mt, 15, 29-37
‘Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación’. Una proclamación de fe, una expresión de esperanza y una invitación a celebrar y gozar con la salvación de Dios. Hermoso mensaje de Adviento. Es lo que vamos expresando en nuestro camino, fe y esperanza, y lo que nos disponemos a celebrar con toda alegría.
Cuando iniciábamos el adviento nos hacíamos una reflexión contemplando los sufrimientos y desesperanzas que vivimos hoy, pero para tratar de descubrir la esperanza que se nos podía despertar en este tiempo de Adviento. El profeta nos anuncia con toda certeza el cumplimiento de esa esperanza. Vendrán unos tiempos nuevos en que con la presencia del Señor que viene con su salvación se van a ver cumplidas y colmadas todas esas esperanzas.
Nuestra esperanza está puesta en el Señor, ‘de quién esperábamos que nos salvara’. Pues aquí está el Señor, que arrancará y hará desaparecer todos los velos de duelo y de llanto, que enjugará todas las lágrimas y todos los pesimismos, porque viene y nos prepara una gran fiesta, un gran banquete. ‘Preparará para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos, un festin de vinos de solera…’ Así nos describe la alegría de la fiesta del Reino nuevo que se viene a instaurar. Aquí está el Señor y por eso hemos de hacer fiesta y alegrarnos.
Lo vemos cumplido en el evangelio con la presencia de Jesús. Allí están todos los que habían perdido la esperanza en su pobreza y en sus sufrimientos. ‘Acudió a El mucha gente’ con toda clase de enfermedades y dolencias. Tenían hambre de Dios, de salud, de salvación. ‘Los echaban a sus pies y El los curaba’, dice el evangelio. Pero hizo algo más. La gente estaba desfallecida; había que alimentarlos. Realiza los signos prodigiosos de que todos puedan comer pan hasta hartarse y aún sobrar. Son las señales del Reino. ‘Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara…’
Esos signos tienen que seguirse realizando hoy. Esa esperanza también tienen que verla cumplida los hombres de hoy. Tenemos la certeza de que el Señor viene a nuestra vida, a nuestro mundo y quiere la salvación para todos. Nos ponemos a sus pies para que el Señor nos cure, para que el Señor nos alimente, para que se cumplan nuestras esperanzas más hondas con la presencia del Señor, para que todos podamos gozarnos y celebrar la salvación que Jesús nos trae. Nos ponemos a sus pies pero tenemos que ser nosotros manos y pies que hagan llegar esa presencia de Jesús con su salvación a los demás, a nuestro mundo.
Hablábamos al iniciar el Adviento del camino de solidaridad y de amor que teníamos que hacer. Ese amor de Dios que nos trae la salvación que ahora vamos a celebrar tiene que prolongarse a través de nuestras vidas, de nuestros gestos y nuestras actitudes, de nuestros compromisos concretos y de nuestro compartir para hacerlo llegar a todos. El amor de Dios se tiene que hacer visible entre nuestros hermanos los hombres, y sobre todo de los que sufren, a partir de nuestro amor y de nuestra solidaridad. Así podrán ver los hombres la salvación de Dios que llega a sus vidas.
Cuando lleguemos a celebrar la navidad, a celebrar y gozarnos con la salvación de Dios, tenemos que haber aprendido a amarnos más. Será una navidad más hermosa si nos aceptamos un poquito más los unos a los otros a pesar de nuestros achaques y nuestras majaderías, si hemos sido capaces de perdonarnos una y otra vez cuando nos hemos sentido molestados por alguien, si hemos sabido tener un gesto o un detalle generoso con alguien que está a nuestro lado aunque no nos caiga bien, si hemos procurado que haya más paz en nuestra convivencia de cada día…
Pensemos en cuantas cosas en este sentido podemos hacer para ser mejores, para querernos más, para poder sentir mejor la presencia del Señor en medio nuestro. Si vamos haciendo todas esas cosas es que le estamos haciendo un huequito a Dios en nuestro corazón y de verdad va a nacer en nosotros. Y claro todo esto será motivo de fiesta grande, ese banquete de fiesta del que nos habla el profeta, ese banquete del Reino de Dios que Cristo quiere ofrecernos.
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