Is. 2, 1-5;
Sal. 121;
Mt. 8, 5, 11
‘Os aseguro que vendrán muchos de Oriente y de Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos’. Es el anuncio lleno de gozo que hace Jesús tras contemplar la fe del centurión.
Un hombre que no era judío, un gentil, que con fe acude a Jesús porque tiene en casa un criado paralítico que sufre mucho. No se contenta con hacer la petición. Tiene una seguridad grande de que va a ser escuchado. Sabe que la palabra de Jesús es palabra de salvación y de vida. ‘Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano’. Jesús se había ofrecido para ir a curarlo. ‘Voy yo a curarlo’. Pero fue suficiente la fe de aquel hombre. Jesús dirá admirado ‘Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe’.
De ahí el anuncio que Jesús hace. No sólo los judíos, todo el que tenga fe. ‘Vendrán de Oriente y de Occidente…’ Es lo que habíamos escuchado anunciar al profeta. ‘Estará firme el monte de la casa del Señor… hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos… venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob…’
Es la universalidad de la salvación, que ya habían anunciado los profetas. Jesús es la salvación de todos los hombres. El quiere que todos los hombres se salven, que todos conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo. Su Sangre derramada en la cruz es por la salvación de todos los hombres. Todo el que cree en Jesús se salvará. Es lo único necesario. La fe en Jesús. Una fe que por supuesto va a envolver toda nuestra vida; una fe que no son sólo palabras.
Cuando estamos dando los primeros pasos en el camino del Adviento éste es el mensaje que recibimos. Todos estamos llamados a ir hasta Jesús; el Señor viene y para todos es su salvación. Pero nosotros hemos de irnos preparando. Es lo que vamos haciendo en este camino de Adviento. Queremos avivar nuestra fe; que nuestra fe crezca más y más; que en la fe vayamos encontrando esas razones y esos motivos para darle esa profundidad a nuestra vida; que maduremos en nuestra fe.
Cómo tenemos que aprender del centurion del evangelio, para tener esa seguridad y esa confianza, para saber descubrir todo el poder y la grandeza de Dios que se nos manifiesta. El centurión supo hacerlo. Para él Jesús no era un profeta más que había aparecido en medio de aquel pueblo. Supo descubrir el actuar de Dios, el poder de Dios, la maravilla de Dios. Por eso acudión con tanta confianza y con tanta seguridad hasta Jesús. Merecería la alabanza de Jesús.
Es la fe que nos hará descubrir con toda hondura el misterio de Dios que vamos a contemplar en Belén. Es la fe con la que vamos a reconocer en ese niño nacido entre pajas al Hijo de Dios que viene con su salvación. Es la fe que nos hará dar todo ese sentido maravilloso a la Navidad. Es la fe que nos hará purificar nuestra Navidad de añadidos y superficialidades. Es la fe con la que vamos a ver a Jesús, el Hijo de Dios que viene a nosotros con su salvación. Pero es la fe con la que escucharemos a Jesús para aprender cómo a El también podemos verle en el hermano que sufre, o que pasa necesidad, o que está esperando nuestro cariño o nuestra sonrisa que cree ilusión y esperanza en su alma.
Como pedía otro hombre en el evangelio cuando acudió a Jesús rogando por su hijo enfermo, ‘Señor, yo creo; pero aumenta mi fe’.
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