Is. 11, 1-10;
Sal. 71;
Rm. 15, 4-9;
Mt. 3, 1-12
‘Cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo’, pedíamos en la oración de este segundo domingo de Adviento. Caminamos al encuentro de Cristo. Es lo que vamos haciendo en Adviento y a donde esperamos llegar en la celebración de la Navidad con todo su profundo sentido, en la celebración de su nacimiento en Belén, en la espera del encuentro definitivo en su segunda venida en plenitud y en ese encuentro que cada día, en cada celebración o en cada momento de nuestra vida hemos de vivir.
Nos guía la Palabra de Dios que se nos proclama en la celebración del domingo y de cada día si tenemos la oportunidad; pero Palabra que hemos de saber meditar y rumiar cada día en nuestra lectura hecha oración. Palabra que nos conduce con el anuncio de los profetas y de manera especial en la figura y el mensaje del Bautista que repetidamente nos irá apareciendo en este camino, por cuanto fue el Precursor de la llegada del Mesias, y así había de ‘preparar un pueblo bien dispuesto’.
El profeta nos presenta por una parte la imagen del tronco de Jesé del que brotará un renuevo y florecerá un vástago y por otra esas imágenes idílicas en las que vemos pastando juntos animales salvajes y feroces con animales domésticos y pacíficos. Bellas imágenes de hondo significado como veremos. El Bautista se nos presente como ‘la voz que grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’ con todo su mensaje que nos invita a la conversión ‘porque el Reino de los cielos está cerca’.
¿Es posible de que un viejo tronco reseco pueda brotar un renuevo y florecer un vástago? ¿es posible ver de forma real esa imagen paradisíaca de todos esos animales juntos y además pastoreados por un niño que juega con ellos? Pues son las imágenes de ese tiempo nuevo y mesiánico; imágenes que tendrían que describir lo que es nuestra vida a partir de nuestra fe en Jesús.
Unámoslo al mensaje que escuchamos en el evangelio en la voz del Bautista y también al mensaje que nos ofrece la carta de san Pablo. La invitación del Bautista es a la conversión para preparar los caminos del Señor. Conversión porque llega el Reino de Dios y es necesaria esa vuelta de nuestra vida, esa transformación profunda de nuestra manera de vivir. Yo diría uniéndo las imágenes que conversión es hacer reverdecer el tronco viejo para que brote un renuevo lleno de vida nueva.
Recuerdo haber utilizado en una ocasión esta imagen del tronco viejo colocado allí en medio de la comunidad como un signo durante todo el tiempo del Adviento. Cuando llegamos al tiempo de navidad y en medio de las celebraciones de esos días yo preguntaba si habíamos hecho reverdecer aquel tronco reseco. Una joven respondió comentando si yo creía de verdad que de aquel tronco viejo y reseco iba a brotar una rama verde capaz de florecer. Quizá no había captado el sentido de la imagen y del signo y quien era en verdad el que había de reverdecer y florecer, o quizá podía ser de las personas que pensaran que el cambio de la conversión no es posible.
Es para hacernos pensar. Porque quizá, aunque oigamos muchas veces esa invitación a la conversión, no terminamos de creernos que es posible el cambio en nuestra vida. Claro que si pensamos así, va a ser dificil que nos empeñemos en lograr ese cambio, esa transformación en nosotros. Hemos de tomarnos en serio esa imagen que nos ofrece el profeta del renuevo que brota del tronco de Jesé para que creamos seriamente que podemos transformar nuestra vida.
Y también estar convencidos que eso no lo vamos a hacer por nosotros mismos, sino que será con la fuerza del Espíritu del Señor. ‘Sobre él se posará el Espíritu del Señor, nos decía el profeta; espíritu de prudencia y sabiduría, de consejo y valentía, de ciencia y de temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor…’
El evangelio nos dice que ante la predicación del Bautista en el Jordan ‘acudía mucha gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán’. Más tarde explicará ‘yo os bautizo con agua para que os convirtáis, pero el que viene detrás de mi puede más que yo, y no merezco ni llevarla las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego’.
Tenemos que saber pasar por el bautismo de agua, que significa esos deseos de conversión, para llegar al bautismo en el fuego y en el Espíritu en el que quemando todo el hombre viejo que hay en mí, haga rebrotar el hombre nuevo de la gracia. No es obra nuestra, sino de la gracia, pero nosotros tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu; no podemos resistirnos y oponeros sino dejarnos transformar por el fuego del Espíritu. Será así posible la verdadera conversión.
Pero, aunque brevemente, retomemos la otra imagen idílica y paradisíaca de los animales paciendo juntos. ‘Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos… la vaca pastará con el oso… el león comerá paja con el buey… y un muchacho los pastorea…’
También nos habla del fruto de la conversión. Como les decía Juan a los fariseos y saduceos que fueron hasta el Jordán ‘dad el fruto que pide la conversión’. ¿Cuáles son esos frutos? Las imágenes que hemos recordado nos lo señalan y nos ayuda a ello lo que nos decía también san Pablo. Esa conversión nos hará lograr ese sabernos acoger mutuamente los unos a los otros aunque seamos muy diversos, y lograr entonces esa concordia y unanimidad. Es lo que nos pedía el apóstol. ‘Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… en una palabra acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios’.
Esa invitación fundamental del Adviento de preparar los caminos del Señor significa, por ejemplo, abrir caminos para que Dios se haga presente en nuestra vida, para que sea posible el Reino de Dios, que Dios reine entre nosotros. Eso significará quitar obstáculos. Si logramos ese entendimiento y ese saber acogernos los unos a los otros, significará que estamos quitando obstáculos. Cuánto habría que hacer en ese sentido en el día a día de nuestra vida y de nuestra convivencia con los que están a nuestro lado.
Por otra parte esa imagen con que se nos presenta el Bautista pudiera ser una gran interpelación para nuestra vida. Esa austeridad en la ropa, ‘vestido de piel de camello y con una correa de cuero a la cintura’ y esa austeridad también en la comida, ‘se alimentaba de saltamontes y miel silvestre’, puede indicarnos muy bien ese vaciamiento interior que hemos de vivir, ese vaciarnos de nosotros mismos y de nuestras vanidades para llenar nuestra vida de lo que verdaderamente es importante.
Mirando la austeridad con que Juan vivía su momento de preparación a la venida del Mesías, ¿qué juicio podemos hacernos ante tantas cosas supérfluas e innesarias de las que llenamos estos días nuestra vida, nuestras casas, nuestras fiestas navideñas para celebrar, decimos, la navidad? Habría que cambiar muchos esquemas.
Muchas cosas nos dice la Palabra de Dios a través de las diversas imágenes que se nos ofrecen tanto de profeta como de la figura del Bautista. Ahora queda la respuesta que nosotros vamos a dar, comenzando por creer de verdad que es posible cambiar y transformar nuestra vida con la ayuda de la gracia del Señor.
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