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viernes, 10 de diciembre de 2010

El Señor llega; salid a su encuentro


Is. 48, 17-19;

Sal. 1;

Mt. 11, 16-19

‘El Señor llega; salid a su encuentro. El es el príncipe de la paz’. Es la aclamación con que hemos acogido el evangelio. Es nuestra esperanza y nuestra súplica continuada. Que el Principe de la paz llegue a nuestra vida y nos dé esa paz que necesitamos en nuestros corazones.

Nos falta paz en muchas ocasiones en nuestro corazón. Somos tan contradictorios en nuestra vida que parece en ocasiones que no sabemos lo que queremos o buscamos. Contradictorios en los juicios que nos hacemos por dentro, o dicho de otra manera, en los juicios que hacemos de los demás. Dejamos introducir la malicia en el corazón y no somos capaces de ver con buenos ojos a los que están a nuestro lado.

Y así surgen sospechas y juicios temerarios hacia los otros. Juicios en los que muchas veces queremos cargar contra los otros lo que o nos falta a nosotros o son defectos o cosas que queremos ocultar o disimular en nosotros mismos. Suele pasar que aquello que más criticamos de los demás es en lo que más fácil a veces podemos tropezar. Pero nos cuesta mirarnos a nosotros mismos. Siempre queremos encontrar justificaciones para aquello que hacemos. Y aunque queramos tranquilizarnos con razonamientos que nos justifiquen, en el fondo nos hacen perder la paz.

Hoy Jesús dice en el evangelio ‘¿A quién se parece esta generación? Parecen niños…’ Ni quisieron todos aceptar a Juan, sino que más bien, como dice Jesús, les parecía un demonio, porque no entendían ni sus palabras, ni el testimonio de la austeridad de la vida que vivía, ni querían aceptar a Jesús, porque se mezclaba con todos y no le importaba comer con los publicanos y pecadores.

¿Nos podrá pasar así a la hora de aceptar el evangelio de Jesús? Quizá también nos hemos hecho nuestra idea, y cuando tenemos que enfrentarnos cara a cara con el evangelio y nos va señalando esas cosas que tratamos de ocultar en el corazón, entonces no nos agrada, y decimos no sé cuantas cosas para justificarnos. Pero tenemos que sentir con sinceridad y darnos cuenta que el evangelio es un interrogante para nuestra vida; no hemos de temer confrontar nuestra vida con el mensaje del evangelio para así purificarnos de tantas cosas que no están en consonancia con el mensaje de Jesús.

Por otra parte nos encontramos a veces que lo que nos pide o nos dice Jesús no es exactamente lo que vive el mundo que nos rodea. Y ser cristiano no es simplemente hacer lo que hacen todos, sino buscar la verdad de Jesús y de su evangelio, buscar su luz, para tratar de plasmarlo en nuestra vida aunque pudiera ser contrario a lo que vive el mundo a nuestro alrededor. Es serio lo de seguir a Jesús y ser su discípulo.

‘El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida’. Es lo que tenemos que desear, buscar, pedir. Seguir al Señor por encima de todo y nos llenaremos de su luz. Este camino de adviento que estamos haciendo tendría que servirnos para revisar muchas cosas en nuestra vida, para purificarnos, y dejarnos iluminar sinceramente por su luz.

‘Yo, el Señor, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues…’ Y nos decía el profeta que si atendiéramos de verdad a los mandamientos del Señor, a lo que es la voluntad de Dios para nuestra vida, ‘sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar…’ Así de inmensa sería nuestra paz. Desaparecerían tantas contradiciones de nuestro corazón.

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