Alza la voz con fuerza, aquí está vuestro Dios
Is. 40, 1-11; Sal. 95; Mt. 18, 12-14
‘Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión; alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas; dí a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza…’ Hermoso pregón. Hermoso anuncio. ‘Dios, el Señor, llega con fuerza’.
Todos los caminos se han de allanar y preparar; no puede haber obstáculos ni de montañas ni de valles. Hay que ‘preparar en la estepa una calzada para nuestro Dios…’ Son palabras que pronunciaba el profeta al final de la cautividad de Babilonia cuando se le abrían las puertas a Israel para ser un pueblo libre. Son palabras con profundo sentido mesiánico porque llega el que nos ha liberado, nos va a arrancar de la cautividad del mal y de la muerte para hacernos entrar en una vida de gracia y santidad.
‘Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios… gritadle que está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados’. Y bien que lo sabemos que nuestro pecado está redimido; que para eso ha venido Cristo, para redimirnos de nuestros pecados y ha pagado con su sangre, con la entrega de su vida. Y porque lo sabemos, cuando nos preparamos para la celebración de su nacimiento, lo hacemos con ese gozo, con esa esperanza y también con ese deseo grande de vivir su salvación.
Son palabras que nosotros escuchamos en nuestro camino de Adviento como anuncio de consuelo y de esperanza pero que son al mismo tiempo una invitación y una exigencia a prepararnos, a abrir caminos al Señor que llega a nuestra vida.
Es el Señor que nos ama y que nos busca, porque somos nosotros los que andamos perdidos tantas veces. ‘Como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres’, nos decía el profeta. Palabras que tienen resonancia en la breve parábola que nos propone Jesús en el evangelio. ‘Suponed que un hombre tiene cien ovejas; si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve y va en busca de la perdida?’
Es toda la historia del hombre y toda la historia de la salvación. Toda la historia del hombre con su pecado, y toda la historia de la salvación, que es la búqueda de Dios que viene a nuestro encuentro allá donde estamos perdidos para llamarnos con su gracia, para atraernos de nuevo hacia El con lazos de amor.
Toda la historia del hombre que podemos decir está marcada por ese amor de Dios que nos busca, que nos llama, que pone tantas señales de su amor a nuestro lado, que nos envía tantos mensajes de amor y tantos mensajeros que vienen con la misión de llevarnos a Dios. Nosotros podemos ser infieles una y otra vez, pero ‘la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre’, y esa Palabra es una palabra de amor, de vida, de salvación.
Nos queda pues a nosotros vivir con toda intensidad este tiempo del Adviento. Esas imágenes que hemos contemplado hoy de caminos torcidos que se enderezan, de lugares escabrosos que se arreglan, de valles que se levantan y se aplanan, de montes y colinas que se abajan nos están indicando ese camino de purificación que hemos de ir realizando en nuestra vida.
De muchas cosas tenemos que purificarnos: orgullos, egoísmos, envidias, resentimientos, violencias, malos sentimientos, vanidades y mentiras… muchas cosas que tenemos que corregir y que mejorar en nuestra vida. Por eso este tiempo del adviento es un tiempo de superación, de renovación, de conversión al Señor. Es una invitación que escuchamos una y otra vez. Esperamos con alegría la gloria del nacimiento del Señor purificando nuestro corazón y convirtiéndonos de verdad a Dios.
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