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sábado, 20 de junio de 2009

Presumo de mis debilidades porque así residirá en mi la fuerza de Cristo

2Cor. 12, 1-10
Sal.33
Mt. 6, 24-34

Hermoso el mensaje que nos ofrecen los dos textos de la Palabra de Dios hoy proclamada, tanto el Evangelio como de la segunda carta a los Corintios.
Fijándonos de manera especial en este texto de san Pablo podríamos comenzar por preguntarnos quiénes son los que hoy se manifiestan como triunfadores en la vida. Los que presentan como poderosos, ricos de bienes materiales o pueden ofrecer muchos títulos acreditativos o con muchas recomendaciones, muy combativos de manera que no les importe eliminar a sus contrincantes, pareciera que tienen abierto el camino para el triunfo. Sin embargo el texto de la Palabra de Dios hoy nos ofrece otra visión y otros criterios.
San Pablo en esta carta que estamos comentando trata de describirnos cuál es la misión y la tarea de un apóstol presentándose a sí mismo como un apóstol enviado del Señor. Y aunque en un momento determinado pareciera que puede ofrecer los títulos de lo que él ha hecho – tendríamos que fijarnos en el texto de ayer, aunque por ser el día del Corazón de Jesús fue otro el que nos ofreció la liturgia -, y aunque ahora mismo pudiera hablar hasta de sus experiencias místicas, sin embargo quiere presentarse en medio de su debilidad, porque como nos dice lo que quiere manifestar por encima de todo es ‘la fuerza de Cristo’.
Podría presumir de muchas cosas, viene a decirnos, pero concluye: ‘lo que es yo, sólo presumiré de mis debilidades… muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo en medio de mis debilidades, de los insultos, de las privaciones, de las persecuciones y dificultades sufridas por Cristo…’
Y nos hace una confesión, como dice él ‘para que no tenga soberbia’. No sabemos a qué hace referencia en concreto de los aspectos de su vida, una enfermedad, una debilidad y discapacidad corporal, una tentación que sufran continuamente… ‘me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio’. Dice cómo le pide continuamente al Señor verse libre de ello, pero el Señor le contesta: ‘Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad’.
Es el camino que nos ha enseñado Jesús en el evangelio. Camino que pasa por la humildad, por hacerse y sentirse el último. O como el mismo san Pablo nos dirá otra ocasión ‘ese tesoro lo llevamos en vasijas de barro’. Esos son los títulos para el triunfo, que sólo en Cristo podremos obtener de verdad. Pero es que así además es cómo podremos saborear el amor del Señor. ‘Gustad y ved qué bueno es el Señor’, que hemos dicho en el salmo.
Y es que nos sentimos amados y protegidos del Señor. Así conectamos con el evangelio de hoy que nos habla de la confianza absoluta que hemos de tener en la Providencia de Dios. Es el Padre bueno que nos cuida, nos protege, nos ama, nos libra del mal. En El tenemos que poner toda nuestra confianza. Y nos habla de los lirios del campo o de los pájaros del cielo. ‘No trabajan ni hilan…’ y las flores del campo se manifiestan en toda su belleza, ‘que ni Salomón, en todo su fasto, se vistió como uno de ellos,,, vuestro Padre celestial los alimenta… ¿no valéis vosotros más que ellos?... no andéis agobiados pensando qué vais a comer a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir… no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio…’
Recordemos que cuando Jesús nos enseña a orar – escuchamos el texto hace pocos días – y nos enseñó a pedir también por nuestras necesidades materiales, no nos dice que pidamos riquezas en abundancia que nos resuelvan la vida para siempre. Recordemos la parábola de aquel rico que lleno de una cosecha todos sus graneros pensando que ya tendría para toda su vida, pero aquella noche murió. Jesús nos enseña a pedir solo el pan de cada día. ‘El pan nuestro de cada día dánosle hoy’.
Cómo ha de ser nuestra confianza en la providencia del Dios, Padre bueno que nos ama y cuida de nosotros. ‘Buscad el Reino de Dios y su justicia que lo demás se os dará por añadidura’, terminará diciéndonos Jesús.

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