2Cor. 6, 1-10
Sal. 97
Mt. 5. 38-42
Sal. 97
Mt. 5. 38-42
‘Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación… os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios…’ Un saco roto no nos vale para nada. Todo lo que echemos en él se perderá.
Y cada día, en cada momento está el ahora de Dios que es también el ahora para el hombre; el ahora de la gracia que Dios nos da; que nos llama; que nos invita; que nos fortalece; que nos previene; que ilumina nuestra vida. Pero ese ahora no lo podemos echar en saco roto, dejarlo para después. Porque la gracia del ahora es irrepetible. Es importante que le demos importancia a este ahora. Que lo aprovechemos.
Y llega a nosotros de muchas maneras. Las gracias actuales de Dios se nos manifiestan de muchas maneras. Puede ser la Palabra proclamada solemnemente en una celebración, o escuchado allá en el silencio de nuestro cuarto en la intimidad del corazón, puede ser esta palabra que ahora por este medio, en esta lectura pudiera llegar a tu vida. Ahí, aquí, ahora puede estar una invitación del Señor, una gracia de Dios.
‘Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero’, se nos decía en la aclamación del aleluya antes del evangelio hoy. Si no tenemos luz y caminamos a oscuras nos estamos exponiendo a muchos tropiezos y peligros. Necesitamos una luz para el camino de nuestra vida. Y esa luz la tenemos en la Palabra de Dios. Por eso cada día nos dejamos iluminar. Y es importante esa luz que recibamos en cada momento de forma concreta. Ese ahora de Dios y ese ahora del hombre, como venimos reflexionando. Y en el evangelio resuena de una forma clara y concreta para las situaciones en que nos vamos encontrando en la vida. Con sinceridad, sin miedos, sin temores, sin complejos tenemos que ir a dejarnos iluminar por esa luz.
El texto del evangelio de hoy nos puede parecer hermoso pero al mismo tiempo utópico, porque ¿quién va a poner realmente la otra mejilla cuando le hayan hecho daño en una? Es lo que primariamente pensamos al escuchar el texto del evangelio.
Escuchémoslo directamente. ‘Sabéis que está mandado: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos; a quien te pide, da; y al que te pide prestado, no lo rehuyas’.
Si es que él no me saluda ni me habla… si es que él me dijo o me hizo… si es que él me hizo daño… si es que es un pesado y no hay quien lo aguante… si es que… Siempre pensamos que es el otro el que comenzó a obrar mal y cómo no le voy a responder con la misma manera. Siempre esperamos que el otro comience la obra buena, para yo entonces hacer lo mismo…
Jesús lo que nos está enseñando es que rompamos esa espiral de la violencia, del desamor, del responder con acritud, de la pasividad… Ya sabemos lo que es una espiral, comienza por un punto pero a cada vuelta se va agrandando más y alejándose cada vez más de aquel punto central o haciéndose cada vez mayor. Empezamos por un mal gesto de uno de los dos, pero a lo que el otro responde con otro gesto semejante o mayor y así se van agrandando y agrandando las violencias y las discordias, los distanciamientos o los orgullos que han nacido en nuestro corazón.
La única espiral que tendría sentido sería la del amor. Un amor que nos haga ser humildes, que nos haga abajarnos de nuestros orgullos. Un amor que tome la iniciativa para responder bien a lo mal que nos hayan podido hacer. Es el camino que nos enseña el evangelio. Es el camino verdadero del amor cristiano.
Ahora, hoy llega esta luz de la Palabra para iluminar los caminos y senderos de nuestra vida. No echemos en saco roto esta gracia de Dios.
Y cada día, en cada momento está el ahora de Dios que es también el ahora para el hombre; el ahora de la gracia que Dios nos da; que nos llama; que nos invita; que nos fortalece; que nos previene; que ilumina nuestra vida. Pero ese ahora no lo podemos echar en saco roto, dejarlo para después. Porque la gracia del ahora es irrepetible. Es importante que le demos importancia a este ahora. Que lo aprovechemos.
Y llega a nosotros de muchas maneras. Las gracias actuales de Dios se nos manifiestan de muchas maneras. Puede ser la Palabra proclamada solemnemente en una celebración, o escuchado allá en el silencio de nuestro cuarto en la intimidad del corazón, puede ser esta palabra que ahora por este medio, en esta lectura pudiera llegar a tu vida. Ahí, aquí, ahora puede estar una invitación del Señor, una gracia de Dios.
‘Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero’, se nos decía en la aclamación del aleluya antes del evangelio hoy. Si no tenemos luz y caminamos a oscuras nos estamos exponiendo a muchos tropiezos y peligros. Necesitamos una luz para el camino de nuestra vida. Y esa luz la tenemos en la Palabra de Dios. Por eso cada día nos dejamos iluminar. Y es importante esa luz que recibamos en cada momento de forma concreta. Ese ahora de Dios y ese ahora del hombre, como venimos reflexionando. Y en el evangelio resuena de una forma clara y concreta para las situaciones en que nos vamos encontrando en la vida. Con sinceridad, sin miedos, sin temores, sin complejos tenemos que ir a dejarnos iluminar por esa luz.
El texto del evangelio de hoy nos puede parecer hermoso pero al mismo tiempo utópico, porque ¿quién va a poner realmente la otra mejilla cuando le hayan hecho daño en una? Es lo que primariamente pensamos al escuchar el texto del evangelio.
Escuchémoslo directamente. ‘Sabéis que está mandado: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos; a quien te pide, da; y al que te pide prestado, no lo rehuyas’.
Si es que él no me saluda ni me habla… si es que él me dijo o me hizo… si es que él me hizo daño… si es que es un pesado y no hay quien lo aguante… si es que… Siempre pensamos que es el otro el que comenzó a obrar mal y cómo no le voy a responder con la misma manera. Siempre esperamos que el otro comience la obra buena, para yo entonces hacer lo mismo…
Jesús lo que nos está enseñando es que rompamos esa espiral de la violencia, del desamor, del responder con acritud, de la pasividad… Ya sabemos lo que es una espiral, comienza por un punto pero a cada vuelta se va agrandando más y alejándose cada vez más de aquel punto central o haciéndose cada vez mayor. Empezamos por un mal gesto de uno de los dos, pero a lo que el otro responde con otro gesto semejante o mayor y así se van agrandando y agrandando las violencias y las discordias, los distanciamientos o los orgullos que han nacido en nuestro corazón.
La única espiral que tendría sentido sería la del amor. Un amor que nos haga ser humildes, que nos haga abajarnos de nuestros orgullos. Un amor que tome la iniciativa para responder bien a lo mal que nos hayan podido hacer. Es el camino que nos enseña el evangelio. Es el camino verdadero del amor cristiano.
Ahora, hoy llega esta luz de la Palabra para iluminar los caminos y senderos de nuestra vida. No echemos en saco roto esta gracia de Dios.
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