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miércoles, 17 de junio de 2009

No nuestra gloria sino la gloria del Señor

2Cor. 9, 6-11
Sal. 111
Mt. 6, 1-6.16-18


En la sociedad competitiva en la que estamos pareciera que algunos viven una alocada carrera de méritos. No digo que para determinadas competencias no haya que hacerlo, pero ya sabemos cómo en cualquier parte te exigen un currículum vital donde se resalten los merecimientos que cada uno tenga o crea tener en virtud de su preparación, lo que se haya realizado, las capacidades y las cualidades.
A todos nos gusta por otra parte se reconozcan nuestros méritos, lo que somos o lo que hayamos hecho y, como se suele decir a nadie amarga un dulce, queremos vernos reconocidos, aplaudidos y halagados.
Sin embargo, parece que Jesús nos enseña hoy otro estilo de hacer las cosas en la humildad y el silencio y sin la búsqueda de reconocimientos humanos. ¿Dónde hemos de buscar nuestra recompensa? ¿en la alabanza de los hombres? ¿hacemos sólo las cosas para que nos vean buscando la alabanza y el aplauso?
‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial’, nos dice Jesús hoy.
Cuando hagas el bien no vayas tocando las trompetas para que todo el mundo se entere de lo bueno que eres… ‘Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha…’ nos viene a decir Jesús.
Habla Jesús de los hipócritas y su fariseísmo que solo hacen las cosas buscando reconocimientos humanos. Nos habla de la limosna, y de la oración, y del ayuno y de cualquier obra buena que hagamos. ‘No seáis como los hipócritas a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea la gente’. Lo importante no es nuestra gloria sino la gloria del Señor.
Que no se nos suba el pavo por aquello bueno que hacemos, que no busquemos esos orgullos y vanaglorias humanas. Nuestro premio y recompensa está en el Señor. ‘Que tu ayuno lo note tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará’. Pero ¡ojo!, que la recompensa del Señor, El nos la dará a su manera y cuándo y cómo quiera El.
No nos creamos, por otra parte, tan autosuficientes y orgullosos por aquello que hacemos que vayamos reclamándole los premios a Dios, poco menos que haciendo una lista de las cosas buenas que hacemos como si fuera un memorando que presentamos, y por lo que queremos ahora todas las bendiciones de Dios, incluso en lo material. Tentación tenemos de decir cuando nos vienen situaciones difíciles con todo lo bueno que yo he hecho y mira lo que estoy recibiendo.
Pero tampoco con una falsa humildad tapemos tanto lo bueno que hacemos que no sea motivo para que todos demos gloria a Dios por ello. El ejemplo lo tenemos en María. Ella glorifica al Señor porque en ella, en su pequeñez, hizo el Señor cosas grandes. Y también Jesús nos dice que nuestra luz debe alumbrar para que cuando los demás vean nuestras buenas obras glorifiquen al Padre del cielo. No tardaremos mucho en escuchar esto en la lectura continuada del evangelio que estamos haciendo.
Todo siempre para la gloria de Dios.

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