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jueves, 18 de junio de 2009

Padre, hágase tu voluntad…

2Cor. 11, 1-11
Sal. 110
Mt. 6, 7-15


‘Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos, que se imagina que por hablar mucho les harán caso… vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo…’
Una palabra nos enseña Jesús a decir. Una palabra que es mucho más que una palabra. Una palabra y nos basta. Es la misma que empleaba Jesús para dirigirse al Padre y nos la enseña a nosotros. Repito, una palabra y nos basta, si fuéramos capaces de decirla con la misma intensidad, con el mismo amor que la pronunciaba Jesús.
Todos conocemos el ejemplo mil veces repetido de la buena mujer que decía que no sabía orar porque cuando decía Padre ya no sabía decir más y se quedaba extasiada saboreando que Dios es su Padre. La mejor oración. La que tenemos que aprender a decir nosotros. Claro que no podemos decirla si el Espíritu no está en nosotros y nos dejamos conducir por El. Es que nos da esa posibilidad porque nos llena de la vida de Jesús para hacernos a nosotros hijos; es el que clama en nuestro corazón para poder decirla con toda hondura.
‘Padre, aquí estoy para hacer tu voluntad…’ decía el Hijo al entrar en este mundo, como nos recuerda la carta a los Hebreos. ‘Mi alimento es hacer la voluntad del Padre’, dirá Jesús cuando los discípulos andan preocupados por comidas terrenales y de aquí abajo.
‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen…’ es el grito de amor de Jesús desde la cruz para darnos a todos la salvación, el perdón, la vida. ‘Padre, que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya…’ será el grito desgarrador de Jesús antes de comenzar su pasión que ya le hacía sufrir por nosotros hasta sudar gotas de sangre, la que sería su sangre derramada por nosotros, la Sangre de la Alianza Nueva y eterna.
‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’, será el grito de la ofrenda del sacrificio, en el que todo estaba consumado, porque la vida estaba entregada y la salvación para nosotros ya alcanzada.
‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado estas cosas a los sencillos y a los humildes…’ exclama Jesús bendiciendo al Padre del cielo que así se nos revela y se nos manifiesta.
Y ‘Padre’, nos enseña a decir Jesús a nosotros, ‘hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo’. Por eso cuando rezamos la oración que Jesús nos enseñó tenemos que aprender a decirlo como Jesús. La voluntad de Dios, no la nuestra. Aunque nos cueste sangre y sacrificio. Es la ofrenda de amor que también nosotros tenemos que hacer.
Mucho nos daría para reflexionar todo esto que nos enseña Jesús. Me encontré con un texto de un santo Doctor de la Iglesia, san Cipriano, con un hermoso comentario sobre la oración del padrenuestro del que no me resisto a transcribir alguno de sus más hermosos párrafos.
La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. La humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras, la moderación en las costumbres; el no hacer agravio a los demás y tolerar los que nos hacen a nosotros, el conservar la paz con nuestros hermanos; el amar al Señor de todo corazón, amarlo en cuanto Padre, temerlo en cuanto Dios; el no anteponer nada a Cristo, ya que El nada antepuso a nosotros; el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; y, cuando está en juego su nombre y su honor, el mostrar en nuestras palabras la constancia de la fe que profesamos, en los tormentos, la confianza con que luchamos y, en la muerte, la paciencia que nos obtiene la corona. Eso es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre”.
Ojalá siempre le demos esa hondura al rezo de la oración que Jesús nos enseñó.

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