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jueves, 5 de marzo de 2009

Cuanto te invoqué, me escuchaste, Señor

Esther, 14, 11.3-5.12-14

Sal. Sal. 137

Mt. 7, 7-12

Jesús nos inspira confianza, nos da seguridad y nos hace sentir la fortaleza de la gracia del Señor cuando nos enseña a orar. Es lo que contemplamos hoy en las palabras de Jesús en el Evangelio pero es lo que nos manifiesta El mismo con su vida y su presencia en medio de nosotros. ¿Qué padre le da a un hijo una piedra cuando le pide pan? ‘Pues si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?’ Nuestro Padre del cielo nos dará cosas buenas cuando acudimos a El.

Hoy nos ha dicho: ‘Pedid y se os dará; buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre’. Son claras las palabras de Jesús. Esa es nuestra confianza y nuestra seguridad.

Pero quizá podemos preguntarnos, ¿cómo es ese actuar de Dios, esa respuesta a nuestra súplica y oración?

Creo que la oración de la reina Esther nos enseña muchas cosas en este sentido. Con el Señor de nuestra parte siempre nos sentimos seguros. ‘Señor mío, único rey nuestro, - comienza la oración Esther – protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor que tú’. Pero es que no nos sentimos nunca solos. Tendría que faltarnos la fe. En esos pasos del camino de nuestra vida siempre podremos ver la presencia del Señor a nuestro lado.

Humildemente reconoce Esther que somos pecadores, y que nada merecemos, sino el castigo por nuestros pecados. Pero cuánto podemos decir nosotros los cristianos que sabemos cómo Cristo ha derramado su sangre por nosotros; murió por nosotros, aun siendo nosotros pecadores. Por eso, una actitud de humildad, pero de confianza certera en la misericordia del Señor. Como hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía y nos ponemos en la presencia del Señor.

‘Muéstrate propicio en la tribulación, dame valor, Señor’, continúa suplicando. Muéstrate propicio, vuelve tu rostro sobre nosotros. Y esa mirada de Dios hacia nosotros será siempre una mirada de misericordia. Será una mirada de presencia de Dios a nuestro lado. No nos faltarán las tribulaciones, los problemas, las dificultades, las tentaciones. Pero Dios estará siempre de nuestra lado.

‘Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león’, le suplica. Nosotros somos los que tenemos que actuar, porque la oración no nos va a resolver las cosas de forma automática, como si fuera una varita mágica. Pero Dios pone palabras en nuestra boca, fortaleza en el corazón, inspiración de lo bueno en nuestro actuar, para luchar contra el maligno que nos tienta, para superar la dificultad, para hacer siempre el bien.

Es lo que tenemos que pedir. Que no nos falte esa gracia que nos fortalece y esa inspiración del Señor. Porque las cosas no se resuelven milagrosamente sino que Dios actúa en nosotros y a través de nosotros. El Señor nos acompaña y está a nuestro lado, cambia las actitudes del corazón y nos ayudará para que encontremos siempre el camino mejor.

Podemos pensar en muchas situaciones de nuestra vida. Quizá un problema que tenemos con alguien y quizá lo primero que se nos ocurre es pedir al Señor para que aquella persona cambie y se solucionen los problemas. Pero quizá lo que el Señor nos hará es mover nuestro corazón para que cambiemos de actitud hacia aquella persona y entonces veremos como si vamos a encontrar esa solución y esa paz que necesitamos.

O miramos el mundo que nos rodea y contemplamos todos los problemas del mundo de hoy: pobreza, hambre, guerras, injusticias, maldad, falta de paz, corrupción de todo tipo como nos están hablando continuamente las noticias. Y pedimos al Señor para que el mundo sea mejor, para que no haya hambre, para que tengamos paz, para que se acabe tanta maldad…¿Cómo se van a resolver todas esas cosas? ¿La varita mágica que antes decíamos?

Seguro que el Señor nos va a inspirar allá en lo hondo del corazón el que cada uno pongamos nuestro granito de arena para la solución de esos problemas. En ese cambio del corazón que el Señor nos inspira está esa acción de Dios que va a actuar a través nuestro haciendo que cada día el mundo sea mejor. Es la respuesta del Señor a nuestra oración.

Como decíamos en el salmo ‘cuando te invoqué, me escuchaste, Señor, acreciste el valor en mi alma’.

1 comentario:

  1. Me da gusto leerlo no encontraba su Blog espero este bien lo extrañamos.

    Conc

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