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domingo, 1 de marzo de 2009

Dejémonos sorprender por la Buena Noticia de Salvación


Domingo I de Cuaresma

Gén. 9, 8-15; Sal. 24; 1Ped. 3, 18-22; Mc. 1, 12-15

Que ‘celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar a la Pascua que no acaba’. Así vamos a expresar enel prefacio de este primer domingo de Cuaresma el sentido del camino que hemos inaugurado. Y éste es nuestro deseo, como hemos pedido en la oración litúrgica: ‘avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud’.

Para esto hemos iniciado el camino cuaresmal que nos conduce a la Pascua. Queremos llegar a celebrar con toda intensidad el Misterio Pascual, como decíamos para poder pasar un día ‘a la Pascua que no se acaba’, y ahora queremos aprovechar este tiempo de gracia y el salvación que Dios nos ofrece en su Iglesia en esta Cuaresma. Es el hoy de la salvación de Dios en nuestra vida. Un hoy irrepetible que no podemos desaprovechar.

Un camino a la imagen de aquel desierto que el pueblo de Israel atravesó desde su primera pascua hasta la llegada a la tierra prometida; un camino de desierto como contemplamos a Jesús en el evangelio en el comienzo de su vida pública.

Desierto, como imagen de la tentación a la que nos vemos sometidos, pero también de la purificación que nos lleva al hombre nuevo en Cristo. Desierto que tiene que ser señal para nosotros de esa proximidad de Dios a nuestra vida, cuando en el silencio de nuestro corazón le escuchemos para descubrir su voluntad. Desierto como interiorización dentro de nosotros mismos para intentar conformar cada vez más y mejor nuestra vida con lo que es la voluntad del Señor. Un desierto al que somos conducidos por el Espíritu, como lo fue Jesús, si nosotros en verdad nos dejamos hacer y guiar por la gracia de Dios que nos transforma.

Hoy el evangelio nos habla de las tentaciones a las que Jesús se sometió en el monte de la cuarentena, aunque el evangelista Marcos, que escuchamos en este ciclo, no nos especifica detalladamente cuáles fueran esas tentaciones. Como proclamamos en el prefacio Jesús ‘al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado…’

Nos puede servir para nuestro examen y reflexión lo que nos dice el evangelista a continuación. ‘Jesús marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio’. Nos habla de proclamación del Evangelio de Dios y de conversión. Y une la conversión a que creamos en el Evangelio, porque el Reino de Dios está cerca.

Evangelio, Buena Noticia de Salvación, conversión al Reino de Dios, fe. Son las actitudes profundas que hemos de poner en nuestro corazón que luego se van a reflejar en los actos de nuestra vida de cada día. Es importante, pues, abrir los oídos de nuestro corazón y nuestra vida para escuchar esta Buena Noticia.

Una posible tentación que podemos sufrir: no escuchar ya el Evangelio como una Buena Noticia de Dios que hoy, aquí y ahora llega a nuestra vida; que nos acostumbremos tanto al evangelio que ya no nos sorprendamos ante su anuncio y llegue a no decirnos nada. Eso ya me lo sé, lo he escuchado tantas veces, pensamos en tantas ocasiones. Una actitud negativa, podríamos decir, ante la Palabra de salvación que se nos proclama. Y así ya no hará mella en nosotros, porque no nos dirá nada, o mejor, porque nosotros no queramos escuchar nada, porque no nos queremos dejar sorprender por el Evangelio.

El Reino de Dios está cerca. Creer en esa Buena Noticia. Pero ¿creemos en ese Reino de Dios, deseamos ese Reino de Dios? ¿Qué es el Reino de Dios? ¿Qué es sentir que Dios reina en nuestra vida, en nuestro mundo, en nuestra sociedad? Queremos ser muchas veces los únicos dioses de nosotros mismos o nos llenamos de dioses, de ídolos en las cosas en las que ponemos nuestra confianza porque sin ellas nos parece que no podemos vivir. Sustituimos a Dios por nuestro yo o por nuestras cosas y apegos.

Por eso, conversión. Tenemos que dar la vuelta a nuestros esquemas, a nuestra manera de entender las cosas y quizá a eso no estamos dispuestos, sino que muchas veces queremos hacernos nuestros arreglos. ¿Es o no es Dios el único Señor de nuestra vida?

Nos encontramos tan bien como estamos que ya nos creemos que no tenemos que cambiar nada. Y nos hacemos oídos sordos. El reconocimiento de que hay cosas que tenemos que cambiar quizá nos humilla porque en nuestro orgullo nos creemos tan seguros de nosotros mismos y de lo que hacemos. ¿Qué es lo que voy a cambiar si yo soy una persona buena…? Si lo que hago yo no se diferencia de lo que hace todo el mundo… Se nos ciegan los ojos y los oídos de la fe.

Tentaciones que nos cierran a la aceptación del Reino de Dios, a la verdadera fe. Necesitamos ir al desierto y dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. Escuchemos la invitación a la conversión y a la fe. Dejémonos sorprender por esa Buena Noticia de Salvación que se nos proclama al anunciarnos el Reino de Dios. Estaremos, entonces, caminando hacia la Pascua del Señor.

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