Descubramos
a Jesús en quien nos sale al encuentro y nos ofrece su oído para escucharnos,
nos regala su palabra, vuelve su mirada hacia el borde del camino y nos llama
Hebreos 12, 1 – 4; Salmo 21; Marcos 5, 21-43
Supongamos que tenemos que hacer una
petición de algo que consideramos muy importante para nuestra vida; ya
procuraremos preparar con todo cuidado la solicitud, las palabras que vamos a
decir en nuestra petición o la instancia a presentar si ese es el camino;
buscaremos quizás los más expertos que nos puedan aconsejar, nos valemos de las
influencias que podamos conseguir de personas que desde su situación
privilegiada pongan su mano, intercedan por nosotros si ese es el caso, o
cuidaremos mucho la forma de presentarnos ante quien nos pueda atender en dicha
solicitud. No iremos con las manos vacías y de cualquier modo.
¿Será esa la manera de proceder cuando
acudimos a Dios desde nuestras necesidades o problemas? Creo que en este
aspecto tenemos muchas cosas que revisar; con atención tenemos que leer, escuchar,
empaparnos del evangelio que hoy se nos ofrece. ¿Qué necesitaríamos en verdad?
El evangelio es claro. Escuchémoslo
desde el corazón y con mucha atención porque nos dice cosas importantes.
Repasemos las situaciones que se nos describen. Un hombre, que en cierta manera
era importante, era el jefe de la sinagoga, tiene una niña que está muy enferma
y acude directamente a Jesús. Y Jesús se ofrece para ir directamente a su casa
para darle vida a su niña. Por otra parte una pobre mujer, anónima entre la
multitud de manera que pasa desapercibido incluso en la situación de la
enfermedad que padece que en cierto modo oculta, pero que no sabe a quien
acudir y se va directamente a Jesús, sin preparar palabras ni peticiones, pero
con una certeza que le da su corazón desde la fe que la mueve; solo con tocarle
el manto piensa ella que es suficiente.
Vendrán criados con malas nuevas para
el jefe de la sinagoga, porque piensan que ya nada hay que hacer, pero Jesús le
dice a aquel hombre que solo le ha pedido fe, ‘basta que tengas fe’. Aquella
mujer, que nada dice, pero que se atreve a tocar a Jesús pero que ahora le está
costando dar la cara cuando Jesús pregunta que quien le ha tocado, incluso con
la aglomeración de gente a su alrededor, cuando se atreve a dar el paso
adelante, tímida pero agradecida, Jesús le dirá que su fe le ha curado.
La única instancia necesaria ha sido la
de la fe. Ni discursos con muchas palabras ni influencias de nadie que puedan
aparecer como poderosos, sino la humildad del que se siente pobre y necesitado
y con esa fe y con esa humildad acude a Jesús. No hacen falta antesalas porque
todo va a suceder a pie de calle, no será necesario acudir ni al templo ni a la
sinagoga, Jesús que se baja de la barca y allí lo aborda aquel hombre, Jesús que
camina por la calle entre el remolino de gente que lo apretuja por todas
partes. Pero la fe mueve montañas, como nos dirá Jesús en otra ocasión.
Y nosotros que nos cansamos de hacer
largos rezos, nosotros que acudimos a la intercesión de todos los santos,
nosotros que rodeamos de esplendor nuestro culto, nosotros que vamos con
nuestras ofrendas por delante o al menos con nuestras promesas de no sé cuantas
cosas haremos después, cuantas de alguna manera instancias que preparamos; y Jesús nos dice que basta que tengamos fe,
Jesús que se deja abordar por los necesitados o sale a su encuentro dejando que
lo apretuje la gente o tiren de su manto, Jesús que se pone en camino allí
donde falta la vida porque quiere hacer que la recuperemos, Jesús que no le
importa que se rían de El porque está diciendo cosas que la mayoría
influenciada por costumbres o rutinas no sabe comprender.
¿Aprenderemos a encontrarnos con Jesús?
¿Sabremos descubrirle en quien sale a nuestro encuentro en la vida y nos ofrece
su oído para escucharnos, nos regala su palabra que nos anima, vuelve su mirada
hacia quienes estamos al borde del camino, nos llama para que vayamos hasta El?
¡Qué hermoso es el evangelio! ¡Qué
buena noticia nos trae Jesús! Dejémonos sorprender, comencemos a ver las cosas
con los ojos de Jesús, despertemos de verdad nuestra fe y que sea la que mueva
esas montañas de rutinas que paralizan nuestra vida.
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