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lunes, 3 de febrero de 2025

Cuando hemos sentido el amor de Dios en nosotros ya nuestra manera de vivir no puede ser igual, es el testimonio que tenemos que dar

 


Cuando hemos sentido el amor de Dios en nosotros ya nuestra manera de vivir no puede ser igual, es el testimonio que tenemos que dar

Hebreos 11,32-40; Salmo 30; Marcos 5,1-20

¿Y eso que tiene que ver conmigo? Quizás alguien nos salió con esa reacción cuando le presentamos un proyecto en el que considerábamos que estaba bien que se implicase, o cuando le contamos algo por lo que él no sentía ningún interés, o cuando era algo en lo que no quería implicarse porque no le interesaba, porque quizás fuera en contra de lo que eran sus planes o proyectos, o le pedía o exigía algún esfuerzo que no quería realizar. Como se suele decir, una forma de tirar balones fuera, una forma de no quererse implicar o complicar la vida.

Son reacciones que nos encontramos en la vida, y ya no es solo cuestión de trabajos que ofrezcamos o queramos emprender, sino quizás en cosas de mayor hondura; por ejemplo cuando hacemos planteamientos que significan ver las cosas de otra manera, otro sentido de la vida, una profundización que no queremos realizar porque preferimos vivir de forma superficial, y también hay que decirle cuando planteamos cuestiones que atañen a la fe, la religión, la Iglesia, el ser cristiano.

¿Le interesará al mundo que nos rodea el mensaje del evangelio? ¿Se sentirán cómodos ante posturas que tiene que tomar la Iglesia en las situaciones que vivimos hoy? Por una parte está el rechazo que nuestra sociedad hace de lo suene a espiritual o religioso, el rechazo que se tiene ante la Iglesia, la fe, o el ser creyente, pero también hemos de reconocer que incluso entre nosotros los cristianos no siempre hay una buena acogida al mensaje de la Iglesia, al mensaje del evangelio y muchas veces lo tachan de radical y no sé cuantos epítetos le ponemos.

De eso me hablarás otro día, nos dirán como le dijeron a san Pablo en el Areópago de Atenas cuando habló de Jesús y de la resurrección. Muchos también nos dan largas, muchas veces también nosotros los cristianos damos largas para no implicarnos ni complicarnos. Cuántas disculpas nos inventamos continuamente, que si no tenemos tiempo, que ya nos es suficiente con lo que hacemos ¿para qué vamos a complicarnos más? No siempre nos vamos a encontrar con el mejor caldo de cultivo para el anuncio del evangelio, pero a ese mundo nos ha enviado Jesús, y ahí en ese mundo, aunque no nos comprendan, tenemos que seguir hablando del amor de Dios que sentimos en nuestras vidas.

Es lo que se nos plantea en el evangelio de hoy. Jesús en esta ocasión llegó a una zona que era algo así como la periferia de Palestina, un territorio donde no abundaban los judíos, eran la región de los gerasenos. Ya hemos escuchado lo sucedido; un hombre poseído por un espíritu inmundo que habitaba entre las tumbas, que tenía aterrorizada a aquellas gentes y con el que Jesús entra en diálogo. De entrada el rechazo del maligno a la presencia de Jesús. ‘¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?’ Su nombre es legión, porque son muchos y cuando Jesús libera a aquel hombre de su mal, será la piara de cerdos la que se precipita en el mal. Pero el  hombre ha quedado liberado de su mal.

Las gentes acuden ante lo sucedido, pero en lugar de sentirse agradecidos de alguna manera al ver a aquel hombre curado, lo que le piden a Jesús es que se marche a otros lugares. No solo aquel hombre poseído por el espíritu del mal había rechazado a Jesús – ‘¿qué tienes que ver con nosotros?’ – sino que serán las propias gentes del lugar las que tomen la misma postura. Sin embargo aquel hombre quiere seguir a Jesús y Jesús no se lo permite. ‘Vete a tu casa, a los tuyos y anuncia lo que Dios ha hecho contigo por su misericordia’.

¿Encontraremos un paralelismo con lo que veníamos antes reflexionando? El evangelio era rechazado pero allí quedaba un testigo del evangelio. ‘Cuenta lo que Dios ha hecho contigo’. ¿No será lo que nos está pidiendo Jesús con este evangelio? Ya sabemos lo que muchas veces nos vamos a encontrar pero eso no nos puede hacer dimitir de nuestra misión. Ese mundo adverso, ese mundo de rechazo y ya bien sabemos donde lo tenemos porque lo tenemos muchas veces en casa, necesita unos testigos. Tenemos que ser esos testigos. Lo que hemos visto y oído no lo podemos callar, como nos dirán san Juan en sus cartas. Somos testigos y los testigos no pueden callar, ahí tenemos que dar el testimonio de nuestra vida. Cuando hemos sentido el amor de Dios en nosotros ya nuestra manera de vivir no puede ser igual. Es el testimonio que tenemos que dar.

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