Lo
bueno del pasado un estímulo para el camino de fidelidad que hacemos, los
errores cometidos un motivo de reflexión para enderezar la vida
Hebreos 13,1-8; Salmo 26; Marcos 6,14-29
A todo todos nos sucede, hay cosas del
momento presente que nos traen recuerdos del pasado; es bueno, hemos de
reconocerlo, recordar cosas positivas de nuestra vida, no para llenarnos de
orgullos que nos hagan creernos los mejore y subirnos en pedestales que nos
hagan estar por encima de los demás, sino para reconocer de lo que somos
capaces valorar lo que es bueno y sentirnos con ello estimulados a seguir
nuestro camino aunque algunas veces nos exija esfuerzos.
Pero también nos puede suceder que
acontecimientos o reflexiones que nos hagamos en el presente sean como un
aguijón que nos pincha en la conciencia por cosas que hicimos y que no fueron
buenas; todos cometemos errores en la vida, tenemos tropiezos, hacemos lo que
no es bueno porque no somos santos, porque hay mucha debilidad en nuestra vida,
porque algunas veces nos habremos cegado con cosas que nos hicieron tropezar.
Ahora no sentimos interrogados por dentro y puede surgir la mala conciencia o
el arrepentimiento; debe ser lección aprendida para que no volvamos a tropezar.
¿Le estaba sucediendo a Herodes con lo
que estaba escuchando de aquel nuevo profeta de Galilea? Jesús se había ido
dando a conocer, causaba admiración en las gentes y como siempre las noticias
corren; a los oídos de Herodes llegó la noticia. ¿Quién era aquel profeta del
que tanto hablaba la gente? Las opiniones de la gente eran diversas, pero en su
interior sentía algo especial; ¿sería Juan, el profeta del desierto y del
Jordán que él había mandado matar?
Esto le da ocasión al evangelista para
narrarnos este episodio completando así la presentación de lo que había sido la
figura del Bautista y ofreciéndonos el testimonio supremo de su vida. Juan ya
estaba en la cárcel; aunque se dice que Herodes sentía admiración por Juan,
instigado por la mujer con la que convivía lo metió en la cárcel porque le
decía que no era lícito que viviera con la mujer de su hermano.
Se cruzan las ambiciones, las envidias,
las cobardías, la maldad de los corazones heridos que tienen conciencia de que
obran mal y el justo sufre las consecuencias. Cuántas veces nos sucede, como se
dice, paga el justo por el pecador. Pero Juan era fiel a su sentido moral de la
vida y consciente de su misión profética de preparar para la venida del Señor
un pueblo bien dispuesto. No puede callar, aunque esto le lleve a la cárcel y
posteriormente a la muerte. ¿Seríamos capaces nosotros de mantener una
fidelidad así a unos valores y a unos principios? Cuántas veces callamos.
Y la ocasión directa viene en una
fiesta que ofrece Herodes a sus invitados y la hija de Herodías baila para
Herodes. Vienen las promesas entusiasmadas que luego serían difíciles de
cumplir cuando hay verdaderos principios. Pero esta ocasión la cobardía lo
invadió todo. La petición de Salomé instigada por su madre será la cabeza de
Juan Bautista. Herodes se vio cogido por su palabra y sus promesas y el miedo a
quedar mal ante sus invitados. Quedar mal ante los que nos rodean, dar la cara
cuando es necesario un testimonio, cuanto nos cuesta. Y Juan fue decapitado. El
testimonio de la sangre y de la vida entregada como signo de una fidelidad a
una fe y a una misión.
Decíamos que de los hechos de la vida
tenemos que aprender, aun cuando hayamos errado y tropezado. De este proceso
del corazón de Herodes también tenemos que aprender. ¿Qué es lo que realmente
guía nuestra vida? ¿Sobre qué fundamentamos lo que verdaderamente nos hace
felices? ¿Hasta dónde llega la fidelidad a nuestra conciencia, a nuestra
responsabilidad, a la misión que tenemos que desempeñar en la vida? ¿Cuánto
dependemos de lo que pensamos que es la opinión o la valoración que la gente
haga de nosotros y de nuestros actos? ¿Seremos capaces de reflexionar
seriamente de lo que ha sido el proceso de nuestra vida para comenzar a actuar
de manera distinta?
No hay comentarios:
Publicar un comentario