Sin
misericordia nunca llegaremos a entender ni a obtener la paz, porque la
misericordia y el perdón son el verdadero camino para encontrar la paz
Hechos
de los apóstoles 14, 19-28; Salmo 144; Juan 14, 27-31a
Sin misericordia nunca llegaremos a
entender ni a obtener la paz. No es simplemente la victoria de uno contra otro
cuando hay dos contendientes; si hay una victoria, habrá habido algún
derrotado; ¿cómo puede sentirse si desde esa fuerza violenta que dado la
victoria a una de las partes se le quiere imponer la paz? La paz no se impone como
no se impone el silencio, tampoco se conquista por la violencia de ninguna de
las armas que tengamos en nuestras manos para decir que somos vencedores,
porque siempre habrá daños, siempre habrá quien se siente herido, siempre habrá
quien quiere otra cosa, otra libertad que se le ha arrebatado, como la paz no
es tampoco un clima de sosiego exterior. Por eso, otro tiene que ser el camino
de la paz.
Es un tema candente hoy, en la historia
de nuestro hoy, como ha sido candente en la historia de todos los tiempos, y
aun no hemos terminado de aprender la lección. No terminamos de aprender para
la paz, no terminamos cada uno de nosotros buscar esos caminos de paz en
nosotros mismos. Cuando todos la busquemos con sinceridad y tratemos de
mantenerlo dentro de nosotros mismos comenzaremos de verdad a crear ese clima
de paz que se irá contagiando de los unos a los otros.
Comencemos por aceptarnos a nosotros
mismos, también con nuestros errores, también con las violencias que a veces
afloran en nuestras vidas, comencemos a darnos cuenta de nuestra realidad y al
aceptarnos nos perdonamos esos errores y esos tropiezos, para arrancar
amarguras del corazón; quien no ha sabido perdonarse mantiene siempre una llama
encendida, que aunque nos parezca pequeña en cualquier momento se puede
convertir en un incendio devorador, por eso personar es comenzar por apagar ese
pequeño rescoldo que pueda quedar en nosotros, de lo que hemos hecho o de lo
que nos han hecho; no podemos dejar rescoldos que a la menor brisa se
conviertan en llamaradas destructoras.
Y eso es el caldo de cultivo que
tenemos que hacer con los demás, mostrando que sabemos perdonar, mostrando que
sabemos ser misericordiosos porque nuestro corazón a pesar de las miserias
tiene siempre una lado de compasión que elimina aristas, que lima asperezas,
que busca siempre la conjunción con los demás evitando chispas y haciendo una
buena rodadura. Es el aceite de la misericordia que sirve de colchón, que crea
engranajes de amor, que busca siempre el encuentro, que nunca echará en cara ni
querrá imponerse, que saber estar siempre de buena manera al lado de todos.
Cuando todos comencemos a contagiarnos
los unos a los otros de esa misericordia estaremos definitivamente emprendiendo
el camino de la paz. Por eso cuando pedimos por la paz, estamos pidiendo por
esos pequeños detalles que seamos capaces de tener los unos con los otros, pero
estamos pidiendo que los corazones de los que tiene en sus manos esos ejes de
violencia y que están robando la paz a nuestro mundo, cambien porque se vean
envueltos en ese aceite de misericordia. No todos estarán dispuestos y así
vemos la carrera por la que va nuestro mundo, pero desde abajo tener que hacer
hervir ese aceite de la misericordia para que todos nos veamos envueltos en él
y comencemos a sentir distinto, y en consecuencia poco a poco a actuar
distinto.
Hoy nos ha dicho Jesús en el Evangelio
que nos da su paz. ‘La paz os
dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo’. Pero también nos dice que no nos
acobardemos por lo difícil que podemos encontrarlo. Fue también su
saludo pascual en las distintas apariciones a los discípulos, pero también hoy
nos dice que su paz es distinta, que no nos la da como la da el mundo.
Recordemos que cuando saluda con la paz a los discípulos en el cenáculo aquel
primer día de la semana los envió al mundo con el mensaje del perdón y del
amor. No puede estar lejos la paz del perdón y de la misericordia; es el camino
para encontrar la verdadera paz.
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