Revivamos
todos esos encuentros con Jesús a lo largo de nuestra vida, dejémonos envolver
por su gracia, podemos contemplar la gloria del Señor eternamente en el cielo
1Corintios 15, 1-8; Salmo 18; Juan 14, 6-14
‘Es que no te enteras’, nos decía alguien cuando tras habernos hablado de
algo repetidas veces, nosotros seguíamos sin enterarnos. Nos lo habían contado,
nos habían hablado y explicado de esa situación o de esa persona que querían
que conociéramos, parecía que entendíamos, que había quizás hasta entusiasmo
por aquello que nos decían, pero volvíamos con nuestras preguntas, no como para
avanzar en el conocimiento, sino como si fuera la primera vez que nos hablaban
de ello. No nos terminábamos de enterar. Lo que sí podemos ahora entender que
quien nos explicaba las cosas se sintiera cansado de tantas preguntas nuestras
en las que brillaba nuestra ignorancia.
¿Era algo así lo que sucedía en aquella
ocasión con Jesús y sus discípulos? Ahora viene Felipe a preguntar o pedir a Jesús
que le muestre al Padre del que tanto les está hablando. ‘Tanto tiempo con
vosotros, ¿y aún no me conoces?’, le replica Jesús.
Felipe había sido de los primeros
seguidores de Jesús. El evangelio de san Juan nos lo sitúa en aquellos primeros
momentos en que se va formando el grupo de los que siguen a Jesús. Habían sido
Andrés y Juan los que se habían ido tras Jesús tras señalarlo el Bautista como
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’
le habían preguntado a Jesús y se habían ido con El. A la mañana siguiente ya Andrés
entusiasmado corre a comunicárselo a su hermano Simón y lo lleva a Jesús. Más
tarde será Felipe el que generosamente responde a la llamada de Jesús y tal es
su entusiasmo que va a comunicarlo a su amigo Natanael, con quien incluso porfía,
porque han encontrado a aquel de quien hablan las Escrituras, y lo había
convencido. Qué hermosa intercomunicación entre unos y otros para trasmitir lo
que están viviendo.
Aparecerá Felipe en los doce a los que Jesús
ha constituido Apóstoles que le acompañarán por todas partes y a quienes Jesús
de manera especial va instruyendo. Lo veremos que lo hace en casa cuando
regresan de sus caminos y actividades, lo hace aparte en sus desplazamientos de
un lado para otro, se los llevará a lugares apartados para estar a solas con
ellos, o aprovechará en ocasiones en que están casi fuera ya de los territorios
de Galilea para con ellos tener mayores confidencias. En su subida a Jerusalén
para la definitiva Pascua a ellos les va diciendo por el camino todo lo que había
de suceder. Será a ellos de manera especial cuando les pide que les enseñe a
orar a quien mostrará cual ha de ser el modelo de oración que además tiene una
particularidad, hemos de comenzar siempre llamando a Dios Padre. Jesús en sus
obras se manifestaba siempre como el enviado del Padre y el rostro más cercano
de Dios Padre que nos ama y se muestra misericordioso con nosotros. Eran sus
enseñanzas, eran sus parábolas, eran los signos que Jesús iba realizando.
Es ahora en la cena pascual, momentos
de despedida y de últimas recomendaciones, momentos de desahogos y de mostrar
toda la ternura que Jesús lleva en el corazón y que ahora en estos momentos
previos a la pasión se desbordan cuando les está hablando con toda intensidad
de la presencia del Padre en todo cuanto está sucediendo que será siempre
buscando la gloria de Dios en el establecimiento de su reino. Pero, quizás
envueltos en toda aquella incertidumbre de lo que había de suceder parece que
sus mentes están embotadas y aun no terminan de entender.
‘Tanto tiempo con nosotros, ¿y aún
no me conocéis?’, nos puede estar
diciendo Jesús también a nosotros hoy. Decimos que creemos en El desde siempre,
desde niños fuimos educados en esta fe y nos enseñaron a acercarnos a Jesús y
recibir sus sacramentos, hemos escuchado domingo tras domingo la Palabra de
Dios cuando hemos venido a la celebración dominical y cuantas veces más hemos
venido a la celebración de la Eucaristía; cuantas reflexiones se nos han
ofrecido a través de la predicación, de encuentros, de retiros, de momentos de
formación, y aun parece que seguimos embotados porque no terminamos de
despertar del todo.
Podemos escuchar esa queja de Jesús
allá en lo hondo de nuestro espíritu. Despertemos, abramos los ojos, revivamos
todos esos encuentros con Jesús a lo largo de nuestra vida, contemplemos de
verdad a Jesús en su pascua, en su pasión y en su muerte, dejémonos envolver
por su gracia, podemos contemplar la gloria del Señor, ojalá podemos
contemplarlo eternamente en el cielo.
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