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viernes, 3 de mayo de 2024

Revivamos todos esos encuentros con Jesús a lo largo de nuestra vida, dejémonos envolver por su gracia, podemos contemplar la gloria del Señor eternamente en el cielo

 


Revivamos todos esos encuentros con Jesús a lo largo de nuestra vida, dejémonos envolver por su gracia, podemos contemplar la gloria del Señor eternamente en el cielo

1Corintios 15, 1-8; Salmo 18; Juan 14, 6-14

‘Es que no te enteras’, nos decía alguien cuando tras habernos hablado de algo repetidas veces, nosotros seguíamos sin enterarnos. Nos lo habían contado, nos habían hablado y explicado de esa situación o de esa persona que querían que conociéramos, parecía que entendíamos, que había quizás hasta entusiasmo por aquello que nos decían, pero volvíamos con nuestras preguntas, no como para avanzar en el conocimiento, sino como si fuera la primera vez que nos hablaban de ello. No nos terminábamos de enterar. Lo que sí podemos ahora entender que quien nos explicaba las cosas se sintiera cansado de tantas preguntas nuestras en las que brillaba nuestra ignorancia.

¿Era algo así lo que sucedía en aquella ocasión con Jesús y sus discípulos? Ahora viene Felipe a preguntar o pedir a Jesús que le muestre al Padre del que tanto les está hablando. ‘Tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces?’, le replica Jesús.

Felipe había sido de los primeros seguidores de Jesús. El evangelio de san Juan nos lo sitúa en aquellos primeros momentos en que se va formando el grupo de los que siguen a Jesús. Habían sido Andrés y Juan los que se habían ido tras Jesús tras señalarlo el Bautista como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ le habían preguntado a Jesús y se habían ido con El. A la mañana siguiente ya Andrés entusiasmado corre a comunicárselo a su hermano Simón y lo lleva a Jesús. Más tarde será Felipe el que generosamente responde a la llamada de Jesús y tal es su entusiasmo que va a comunicarlo a su amigo Natanael, con quien incluso porfía, porque han encontrado a aquel de quien hablan las Escrituras, y lo había convencido. Qué hermosa intercomunicación entre unos y otros para trasmitir lo que están viviendo.

Aparecerá Felipe en los doce a los que Jesús ha constituido Apóstoles que le acompañarán por todas partes y a quienes Jesús de manera especial va instruyendo. Lo veremos que lo hace en casa cuando regresan de sus caminos y actividades, lo hace aparte en sus desplazamientos de un lado para otro, se los llevará a lugares apartados para estar a solas con ellos, o aprovechará en ocasiones en que están casi fuera ya de los territorios de Galilea para con ellos tener mayores confidencias. En su subida a Jerusalén para la definitiva Pascua a ellos les va diciendo por el camino todo lo que había de suceder. Será a ellos de manera especial cuando les pide que les enseñe a orar a quien mostrará cual ha de ser el modelo de oración que además tiene una particularidad, hemos de comenzar siempre llamando a Dios Padre. Jesús en sus obras se manifestaba siempre como el enviado del Padre y el rostro más cercano de Dios Padre que nos ama y se muestra misericordioso con nosotros. Eran sus enseñanzas, eran sus parábolas, eran los signos que Jesús iba realizando.

Es ahora en la cena pascual, momentos de despedida y de últimas recomendaciones, momentos de desahogos y de mostrar toda la ternura que Jesús lleva en el corazón y que ahora en estos momentos previos a la pasión se desbordan cuando les está hablando con toda intensidad de la presencia del Padre en todo cuanto está sucediendo que será siempre buscando la gloria de Dios en el establecimiento de su reino. Pero, quizás envueltos en toda aquella incertidumbre de lo que había de suceder parece que sus mentes están embotadas y aun no terminan de entender.

‘Tanto tiempo con nosotros, ¿y aún no me conocéis?’, nos puede estar diciendo Jesús también a nosotros hoy. Decimos que creemos en El desde siempre, desde niños fuimos educados en esta fe y nos enseñaron a acercarnos a Jesús y recibir sus sacramentos, hemos escuchado domingo tras domingo la Palabra de Dios cuando hemos venido a la celebración dominical y cuantas veces más hemos venido a la celebración de la Eucaristía; cuantas reflexiones se nos han ofrecido a través de la predicación, de encuentros, de retiros, de momentos de formación, y aun parece que seguimos embotados porque no terminamos de despertar del todo.

Podemos escuchar esa queja de Jesús allá en lo hondo de nuestro espíritu. Despertemos, abramos los ojos, revivamos todos esos encuentros con Jesús a lo largo de nuestra vida, contemplemos de verdad a Jesús en su pascua, en su pasión y en su muerte, dejémonos envolver por su gracia, podemos contemplar la gloria del Señor, ojalá podemos contemplarlo eternamente en el cielo.

 

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