Si sabemos permanecer en el amor sentiremos al final la más hermosa satisfacción que nos llenará el corazón de la más hermosa alegría
Hechos de los apóstoles 15, 7-21; Salmo 95; Juan 15, 9-1
La vida tiene muchas curvas, no le faltan dificultades, lugares de sombra y oscuridad, momentos de frialdad, situaciones de tormenta, igual que tiene días plácidos, calmas bonancibles, momentos en que brilla el sol, la suave brisa nos refresca o el viento sopla a nuestro favor; dichoso no solo el que sabe disfrutar de estos momentos de luz, de calor, donde todo puede llenarse de entusiasmo, sino muy feliz será el que sabe sortear las tormentas, superar las dificultades de las curvas, mantener el corazón templado a pesar de las heladas ventiscas que parece que todo se lo llevan por delante. Quien sabe hacerlo, aunque le cueste, sentirá al final una hermosa satisfacción que le llenará el corazón de alegría, porque nunca perdió la esperanza ni se dejó vencer por la derrota, y su alegría será más plena y de más honda satisfacción.
Es así cómo tenemos que vivir los cristianos. Será por eso por lo que podemos decir que los cristianos somos las personas más alegres del mundo. No perdemos la serenidad y la alegría de nuestros rostros ni la serenidad del alma, sabremos mantenernos en el amor aunque no seamos correspondidos, podemos responder con palabras y gestos de paz a pesar de las violencias que parece que nos quieren envolver. Sabemos quién es el que va al timón de nuestra barca, nos sentimos seguros porque sabemos que quien nos acompaña es quien nos ama con el mayor amor de los amores. Por eso queremos seguir caminando porque sabemos de quien nos confiamos; mantenemos el rumbo de la vida porque es el amor el que nos envuelve y nos llena de felicidad.
No hay mayor alegría ni felicidad. La hemos construido poniendo buenos cimientos y dándole fortaleza a los muros del alma para detener todos los embates. Nos hemos mantenido en el amor, que no se queda en gestos momentáneos, que pueden salir con buena voluntad de forma espontánea, no se queda en palabras brillantes que pueden encandilar a cualquiera – aunque en un mundo de tantas palabras ya muchos no se dejan encandilar de cualquier manera aunque siempre es una tentación – sino que ha sabido darle permanencia al amor.
Es lo que hoy Jesús nos enseña. ‘Permaneced en el amor’, nos dice. Nos ha amado del amor del Padre y de su amor, ahora nos toma a nosotros entrar en esa órbita. Pero permanecer en el amor, aunque cueste, aunque el camino se haga cuesta arriba, aunque no seamos correspondidos, aunque suframos violencias y nos podamos sentir heridos, aunque sean muchos los que luchen contra nosotros, aunque nos sintamos atraídos por cantos de sirena ofreciéndonos delicias que nos puedan encandilar, aunque a veces dentro de nosotros mismos sintamos una rebeldía y un cansancio interior, aunque no seamos comprendidos.
Son aquellas noches oscuras de las que hablábamos o esas curvas del camino que nos pueden distraer, son aquellas frialdades en los que el camino se nos hacía difícil, pero donde seguimos caminando porque sabíamos de la meta y de quien guiaba nuestro camino. Por eso permanecemos en el amor. Como Jesús ha permanecido siempre en el amor del Padre y en el amor que nos tiene a nosotros.
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