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miércoles, 31 de enero de 2024

No son las cosas extraordinarias lo que nos tiene que llamar la atención, sino la manera extraordinaria de mirar las cosas pequeñas lo que nos llevará a encontrarnos con Dios

 


No son las cosas extraordinarias lo que nos tiene que llamar la atención, sino la manera extraordinaria de mirar las cosas pequeñas lo que nos llevará a encontrarnos con Dios

2 Samuel 24, 2. 9-17; Sal 31; Marcos 6, 1-6

‘¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?’ Así se preguntaba la gente de Nazaret cuando le escucharon el sábado en la Sinagoga.

Hay reacciones que parecen contradictorias, pero que de alguna manera siguen la misma línea, que nos encontramos muchas veces en nuestros pueblos. Por una parte sentirse llenos de orgullo cuando ven que alguien salido de en medio de ellos destaca por alguna cosa. Está ese orgullo de pueblo, pero en el que siempre parece que ponemos un pero, una anotación que puede tener muchos significados también. Ese lo conozco yo de siempre, íbamos juntos a la escuela, jugábamos juntos… decimos por una parte, mientras inmediatamente sacamos a relucir quien es su familia y comenzamos a hacer rebajas en aquellas primeras exaltaciones llenas de orgullo.

Pero también puede aparecer inmediatamente el quitar valor a lo que ha salido de entre nosotros, porque lo que viene de fuera siempre nos parece mejor. Y lo nuestro, porque parte quizás de lo que nos parece pequeño y sencillo, como algo de todos los días, ya no le damos tanto valor. Se entremezclan muchos sentimientos con lo que al final nos cuesta aceptar lo que está a nuestro lado porque nos parece muy sencillo, muy poca cosa. Por medio pueden estar viejos resentimientos familiares, desconfianzas y celos que nos llenan de envidias el corazón.

¿Sería mucho de eso lo que estaba sucediendo aquel día en la Sinagoga de Nazaret? El evangelista Lucas, cuando nos narra esta escena, es mucho más explicito, porque nos dará incluso el texto de profeta que fue proclamado en aquella ocasión. Pero las reacciones de la gente son semejantes. Nos dirá el evangelista que allí Jesús no hizo milagros por la falta de fe. Y terminará diciéndonos que Jesús marcha por otros lugares a hacer el anuncio del Reino de Dios. Lo mismo que Jesús recomendará a sus discípulos que hagan cuando en algún lugar no los reciban, como escucharemos en otro momento del evangelio.

Todo esto que estamos comentando lo podemos ver en relación también a muchas situaciones que vivimos, a muchas posturas que nosotros tomamos en diversos momentos y en relación con los demás. Buscamos muchas veces cosas asombrosas y extraordinarias y no sabemos leer con ojos de creyente esas pequeñas cosas que nos van sucediendo cada día. Parece que lo extraordinario es lo que nos llama la atención y nos convence, pero bien sabemos que cuando aquel primer fervor y entusiasmo por esas cosas extraordinarias pronto bajaremos la guardia y volveremos a la rutina de todos los días.

Yo diría que no son las cosas extraordinarias las que nos tienen que llamar la atención, sino la manera extraordinaria de mirar las cosas pequeñas las que nos llevarán a encontrarnos con Dios y con su Palabra. Es nuestra mirada capaz de sorprendernos ante lo pequeño, ante lo ordinario del cada día, del cada momento la que nos podrá hacer descubrir las cosas verdaderamente grandes. Jesús para la gente de Nazaret no era sino el hijo del carpintero, que allí habían visto crecer desde niño, pero no supieron tener la mirada de fe, la apertura del corazón y de los ojos y oídos del alma para sentir a Dios, para descubrir a Dios, para escuchar a Dios.

Esto nos tiene que llevar a preguntarnos cómo es la mirada con que nosotros vamos caminando por la vida, con la que nosotros miramos nuestro entorno, con la que aceptamos y valoramos lo que vamos descubriendo en los demás. Seamos capaces de detenernos ante lo que nos parece humilde y pequeño, que parece que no puede despertar nuestro interés, porque ahí Dios también querrá estar diciéndonos algo, pero solo si tenemos un corazón humilde podremos sentir esa presencia y esa palabra de Dios que llega a nuestra vida.

Seguramente podremos descubrir muchas señales de Dios, seguramente podremos descubrir a esos santos de la puerta de al lago, como decía el Papa Francisco, que pueden ayudarnos a descubrir a Dios, a caminar los caminos del Señor.

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